CRÍTICA DE CINE: "A Sangre Fría" (In Cold Blood, 1967)

       Por Francisco Simarro

     
     Para escribir esta crítica he visto “A sangre fría” por segunda vez. Llevaba quince o dieciséis años sin acumular el valor suficiente para reencontrarme con ella. Curioso. Sobre todo si tenemos en cuenta que hoy día estamos acostumbrados a todo. Sin ir más lejos, hace una semana vi una película –bien valorada por la crítica- en la que se mataba a un señor clavándole una batidora en el cráneo y dándole al botón de encendido. Recuerdo que pensé: “es absurdo. ¿Cómo va a romper el hueso del cráneo la hélice de una batidora, si en cuanto le echas tomates de más ya se atasca?”. Y con esto quiero recalcar lo impasible que me dejaron, a pesar de lo truculentos que pretendían ser. En “A sangre fría” apenas aparece sangre. Y estoy seguro de que no habría aparecido en absoluto si no hubiese sido porque una de las pruebas del caso fueron, precisamente, las huellas de zapatos. Eso se debe al respeto con el que fue llevado el proyecto. Algunos diréis que se debe a la censura pero lo cierto es que a finales de los sesenta las muertes ya eran bastante explícitas; sólo hay que recordar el final de “Bonnie and Clyde”, film contra el cual compitió en los Oscar.




       De modo que volvamos al tema del respeto. Muchas películas se han basado en asesinatos reales y pocas lo han hecho imprimiendo el cuidado que Richard Brooks demostró aquí. Hay tanto respeto, tanto detalle bien supervisado, que te olvidas que se trata de una película; que casi crees que estás delante de un documental. Y te crees que los personajes son de verdad. No bastaba con que lo fuesen. Nunca basta. Recuerdo cuando la vi por primera vez. La crudeza me hizo sentir pequeño, indefenso, y, al mismo tiempo, su buen hacer me incitaba a soñar con convertirme en cineasta. 

      Ahora bien, ¿estamos ante un trabajo perfecto, redondo? Personalmente, opino que no. Y que, en gran medida, estaba destinado a no serlo. El problema está en la base. ¿El asesinato de la familia Clutter otorgaba material suficiente para sostener una novela? ¿Sus protagonistas, los dos criminales (Richard Eugene (Dick) Hickock y Perry Edward Smith) resultan tan interesantes a nivel psicológico como se supone que son? En esta última respuesta seré tajante: no. ¿La investigación de los asesinatos fue intrincada, emocionante? En absoluto; fue tal y como acostumbran a ser la gran mayoría de investigaciones. ¿Por qué, entonces, Truman Capote quiso hacer la novela? Pues porque ese estilo, mezcla de novela y periodismo, no se había hecho antes y, de hecho, acuñó un nuevo término: novela de no ficción. Además, el caso había conmocionado a los Estados Unidos, lo que, de entrada, equivalía a lectores que estarían interesados en comprar. Y, sobre todo, porque a Capote le dio la real gana, la razón más poderosa del mundo. ¿Y porqué se decidió adaptarla al cine? Pues porque la novela fue un éxito de crítica y público, y en la industria del cine no se necesitan más razones. Y si la historia no es tan buena, ¿cómo es posible que la película sí lo sea? Porque Richard Brooks y Conrad Hall se encargaron de ello.

      No hay nada como ver trabajar duro a personas con talento. Y si ninguno de los dos hombres que acabo de mencionar hubiese metido tantas ganas en esta película, hoy día apenas se hablaría de ella. Hall es uno de los mejores directores de fotografía que ha habido. Y ésta puede que sea su mejor obra. Las composiciones de los planos, sus encuadres, su portentoso blanco y negro. A él se debe esa atmósfera opresiva, esa oscuridad con manchas de luz.
      Brooks, que solía despuntar como guionista, aquí sobresalió en su labor de director. A destacar, su puesta en escena, invisible a ojos inexpertos. Parece que no hace nada o que hace poco. Seré claro: agarremos cualquier director actual y veamos cuántos planos distintos es capaz de sacarse de la manga en una sala ínfima, con dos o tres personajes por medio. Por favor, la próxima vez que veáis una película moderna recordad esto que voy a escribir: sota, caballo y rey. Es decir: se empieza la escena con plano general para ubicar al espectador, después se pasa a primer plano; si hay conversación, pues se hace como si fuera un partido de tenis, a base de primeros planos, lo que se llama plano-contraplano. En total, de una habitación con dos tíos por medio, sacas tres planos diferentes que se van repitiendo sin cesar. Richard Brooks no repite planos, emplea de forma magistral la puesta en escena, se aprovecha de los mejores juegos de luces, de los mejores tiros de cámara que le otorga el lugar donde está rodando, varía posiciones, encuadres, y gracias a ello adquiere completo dominio del ritmo, de la estética. Eso es saber cine.

      En “A sangre fría” no hay florituras de cineasta con ínfulas. Hay profesionales. Gente que no se preocupa de que su nombre salga en letras más gordas, ni que sus apellidos llenen las bocas de todos los que salen del cine. Son esos que no van de artistas por la vida, los que sólo quieren contar la historia que tienen entre manos, y contarla de la mejor manera que sean capaces. Este film resultó ser una ventana por donde se asomarían muchas de las posteriores producciones cinematográficas. ¿Qué es necesario aprender y admirar de ella? Su tono, su veracidad, su atmósfera, su uso del sonido, sus silencios, su banda sonora, su puesta en escena, sus encuadres, su luz, su respeto. Hacer creer al público que no se trata de una película, sino una ventana que da a la calle más fea de la sociedad. Hacer cine, haciendo que otros quieran llegar a hacer cine.

FICHA:
Director: Richard Brooks
Guión: Richard Brooks
Basado en la novela de Truman Capote
Director de fotografía: Conrad Hall
Música: Quincy Jones
Reparto: Robert Blake, Scott Wilson, John Forsythe, Paul Stewart, Jeff Corey, John Gallaudet

Comentarios