Análisis Conductual y Criminológico del Caso De Mingo

 



Por Antonio García Sancho

 

En su día, hará algo más de cinco años, llevamos a cabo un análisis, muy por extenso, de la conducta de la doctora Noelia de Mingo durante los meses previos al suceso del 3 de abril de 2003 en la clínica de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid y durante el propio suceso, así como de algunas cuestiones criminológicas que se derivaban de ella. Este informe quedó finalmente inédito. Con los últimos sucesos acaecidos el pasado 20 de Septiembre y aunque se tengan menos datos de este segundo suceso del que aún no ha pasado el tiempo suficiente, creemos pertinente recuperar aquella investigación y ponerla a disposición de quienes deseen analizar este caso yendo algo más allá de los hechos. Por eso, con unos mínimos cambios y una actualización obligada, publicamos a continuación el análisis que realizamos entonces.

 

 

 

En las páginas que siguen nos ocupará el caso de Noelia de Mingo, la doctora que mató a cuchilladas a tres personas en un hospital el día 3 de abril de 2003 e hirió a otras tantas. En septiembre de 2021, después de haber disfrutado de cuatro años de libertad bajo supervisión médica, De Mingo volvió a ser detenida y acusada de homicidio en grado de tentativa y agresión a un agente de policía. Se tratará, en última instancia, de examinar su conducta criminal y realizar un análisis de su perfil respondiendo a los siguientes objetivos:

 

 

  1. Analizar la conducta y el comportamiento de Noelia Mingo.
  2. Describir el posible Modus Operandi del sujeto en sus homicidios.
  3. Tratar de aplicar las tipologías clásicas de organización frente a desorganización en el caso de De Mingo para confirmar la solidez de este modelo a través de un estudio de caso.
  4. Determinar los principales trastornos o patologías psicológicamente disfuncionales en el caso Noelia De Mingo.
  5. Detectar las principales distorsiones cognitivas de Noelia de Mingo y, finalmente
  6. Analizar el perfil psicológico de Noelia Mingo que se deriva de todo lo anterior.

 

Nuestra intención no es realizar un informe con el esquema típico de un documento pericial. Se trata, más bien, de recrear los contenidos que tal documento podría contener pero explicados a manera de un artículo o ensayo con fundamento científico.

 

 

Las fuentes

Vamos a repasar la conducta de la Doctora de Mingo el día del crimen (3 de abril de 2003) y los días (e incluso meses anteriores). Para ello, nos basamos en dos fuentes, principalmente, que se complementan: el audiovisual sobre el programa de Antena 3 en el que se habla del caso (dentro de la serie El Rastro del Crimen, que puede verse íntegramente en https://www.youtube.com/watch?v=KvqvwDgkkus) y el capítulo dedicado a este caso en el libro Mujeres Letales, de los periodistas Manuel Marlasca y Luis Rendueles (Madrid, Temas de Hoy, 2004), que confirman los puntos del audiovisual y amplían notablemente la información sobre la agresora. De este libro extraemos, también, las declaraciones de la propia De Mingo, efectuadas a través de un texto que redactó para los psiquiatras a instancias de éstos, así como alguna referencia a su declaración en el juicio y la de otros testigos.

Por otra parte, en lo que respecta al suceso de septiembre de 2021, por ser más reciente, hemos consultado distintos medios de comunicación, así como el vídeo difundido del momento de la detención de la doctora De Mingo.

 

Conducta previa de la Doctora Noelia de Mingo

Noelia De Mingo era la mediana de tres hermanos, hijos de un matrimonio que regentaba un restaurante en El Molar (Madrid). Estudió medicina repitiendo dos cursos y aprobó el examen del MIR en el segundo intento. No bebía, ni fumaba ni probó nunca las drogas, aunque era un poco hipocondríaca. Acabada la carrera, intentó independizarse yéndose a vivir con dos amigas, pero regresó a la casa paterna por “diferencias” con sus compañeras de piso.

Aunque su ingreso como Residente en la Fundación Jiménez Díaz aconteció sin problemas y ella misma decía que sus compañeros “eran muy buenos” (e incluso se alegró porque un paciente le había regalado flores en recompensa al gran trato que decía que había recibido de ella), Noelia ya mostraba una conducta delirante bastante antes del acontecimiento. Virgen a los treinta y un años (lo que había provocado, según relata ella misma, por lo cual no es muy fiable, que hubiera quien pensaba que era lesbiana), había invitado, por Pascua, a comer con ella a un joven médico de neumología, lo que hizo pensar a sus compañeras que por fin un chico había despertado algo en ella. Sin embargo, enseguida descubrió él que Noelia le había llamado para recriminarle que hablara mal de ella a sus espaldas con otro colega. La doctora le aseguró que había escuchado la conversación, en la que se decía que se habían detectado imágenes grabadas dentro de su casa, donde se veían sus muebles y la ropa interior que ella llevaba esa noche.

También consta que De Mingo entró en la comisaría del distrito de Tetuán, declarando a un agente que habían colgado fotos de ella y de su familia en Internet. “Me vigilan las 24 horas del día” –aseguró. Quería denunciar a la Fundación en la que trabajaba, la prestigiosa Fundación Jiménez Díaz. Aunque presentó la denuncia la retiró al poco tiempo. Explica De Mingo que pensó que no tenía pruebas y que “ninguno de los participantes de este montaje declararía la verdad ante el juez”. Luego acudió a un abogado, pero éste, según la doctora, “dejó claro con sus burlas que no estaba dispuesto a ayudarnos”.

Un día, Noelia no pudo más y golpeó la mesa donde comía gritando “¡Vaya putada que me han hecho en el hospital!”. Explicó a sus padres que la querían echar y que la perseguían. Les aseguró que les espiaban, a toda la familia, con tecnología “ultramoderna”. Noelia rechazó el ofrecimiento de su padre de hablar con los gerentes del hospital. La familia de De Mingo era amiga de la de Jiménez Díaz, que también era oriundo de El Molar e incluso habían compartido, ambas familias, militancia en el Partido Popular de la localidad. El propio padre de De Mingo fue concejal. Sin embargo, la doctora rechazó toda ayuda, por mucha influencia que pudiera ejercer su padre. Sí aceptó, en cambio, que la madre la acompañara al hospital un día. Cuando se cruzó con un doctor, le espetó que dijera ahora, delante de su madre, lo que pasó cuando ella estaba de guardia cierto día. El doctor quedó mudo porque no había pasado nada y Noelia rompió a llorar disculpándose y diciendo que no estaba segura de si había pasado o no. Al parecer, fue éste un estallido de lucidez en medio de su delirio, algo frecuente en la esquizofrenia paranoide.

Este incidente motivó la visita a un médico de familia que le diagnosticó “trastorno adaptativo ansioso-depresivo” (ella creyó que estaba “en el complot”), aunque le recetó un medicamento para la psicosis: Risperdal y le dijo a sus padres que podía tener esquizofrenia. El medicamento la tranquilizaba pero de vez en cuando, seguía riéndose sola, extemporáneamente. Estuvo un mes de baja y viajó a Portugal, donde no se libró de las voces en su cabeza. Se negó a consultar a un psiquiatra, pero le disculparon de las guardias.

De Mingo tomó su medicación “porque mis padres me obligaban”, pero en enero de 2002 dejó de tomarla “porque pensaba que estaba bien. Yo creía que todo había pasado de verdad”.

Aquí es donde hay que destacar otro hecho del comportamiento de De Mingo: la ocultación. Después de las vacaciones de verano de 2002 dejó de acudir al hospital aunque ante sus padres disimulaba como si todo fuera normal. Incluso se dejaba acompañar de su madre a la parada del autobús. Hasta que llamaron de la Fundación para saber qué sucedía. Entonces, De Mingo le dijo a sus padres que estaba trabajando en su tesis doctoral y que no había tenido tiempo de ir al hospital. Su delirio fue en aumento: “Poco a poco empecé a darme cuenta –escribe para los forenses- de que los pacientes no eran pacientes de verdad”, “los mandaban los de la grabación, que eran psiquiatras”. Noelia escuchaba voces que la insultaban: la llamaban inútil, se sorprendían de cómo había podido aprobar la carrera, le aseguraban que no podía esconderse de ellas. Y, al mismo tiempo, pensaba que la espiaban todo el tiempo, que la habían vigilado desde pequeña, incluso, y que todos, médicos, enfermeros, celadores y pacientes, eran actores que interpretaban un papel al dictado de unos “psiquiatras” que la habían tomado a ella como experimento y que la renovaban en su puesto año tras año aunque no hiciera guardias (le cubría un médico hondureño a cambio de lo que cobraba Noelia por realizarlas), porque debían seguir observándola.

La conducta de De Mingo cambió. Ella decidió que, si todo era una farsa, ella también participaría: por eso tecleaba en su ordenador sin encenderlo, diagnosticaba y recetaba a los pacientes sin explorarlos… fingía que actuaba como médico. En su mente todo cuadraba como un puzzle: “Mi familia y yo hemos sido víctimas de todo un cúmulo de delitos: robo, allanamiento de morada, boicot de una empresa familiar hasta llevarla a la ruina, amenazas de muerte, maltrato psicológico, etc. Y se han violado nuestros derechos a la salud, a la información y, sobre todo, a nuestra intimidad, honor y propia imagen. Todo esto orquestado por un grupo de psiquiatras que ha sabido implicar en una gran farsa a decenas de personas, incluyendo a nuestros familiares y a nuestro reducido círculo social”, escribe.

Al parecer, una de sus víctimas, la doctora Leilah, aseguró que tenía miedo de Noelia porque “cualquier día me clava un cuchillo por la espalda”. Al menos así lo contó en su testimonio la doctora María Alcalde, quien denunciaba que Noelia hablaba más a las secretarias y a las compañeras y quien, encontrando extraña su conducta, se lo hizo saber a Carlos Acebes, tutor de los residentes, y éste habló con el jefe de psiquiatría, el Doctor Acosta. Los problemas de Noelia llegaron hasta el jefe de servicio, el doctor Herrero, quien le ofreció coger una baja, pero Noelia dijo estar bien y la rechazó. El gerente del hospital negó tener ningún conocimiento de lo que sucedía con Noelia. Los informes sobre ella no indicaban nada raro, aseguró ante el juez. Pero sus inmediatos superiores sí sabían que De Mingo tenía graves problemas. El doctor Herrero le dijo el martes 1 de abril de 2003 que si tenía problemas podía acudir a psiquiatría. Ella sólo dijo que lo pensaría, y Herrero le dijo que quería una respuesta el viernes (día 4) o, como mucho, el lunes 7.

Esta conversación debió precipitar los acontecimientos. Noelia debió verse atrapada, en sus delirios: la obligaban a ir ante los psiquiatras, quienes estaban organizando esta conspiración, pensaría. El miércoles (día 2), compró el cuchillo en un mercadillo callejero. Lo eligió, asegura, “porque se parecía a uno que había en la cocina de mi casa”. El jueves día 3 abril, se desencadenó el incidente, para cuyo detalle remitimos a nuestro artículo Caso Noelia De Mingo.

 

 

Primeras conclusiones

Con esta visión general de los hechos detectamos que la conducta de De Mingo era claramente paranoica. Creía firmemente en que había una conspiración contra ella y su familia, pero principalmente contra ella que era el objeto del experimento. Su mente disociada le hacía escuchar conversaciones y voces que la denigraban, como es habitual en la esquizofrenia y que zaherían su autoimagen. 

Al mismo tiempo, hay algo que, al menos a nosotros, nos llama poderosamente la atención..

 


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ANÁLISIS DEL CASO NOELIA DE MINGO




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