1993 fue un año negro para los amantes de la ópera.
En apenas 5 meses, fallecían tres grandes voces femeninas: la soprano Arleen Augen, en Junio; la mezzo Tatiana Troyanos en Agosto, y Lucia Popp, la gran soprano de coloratura eslovaca, el 16 de Noviembre.
Llamó la atención de los aficionados no sólo esta lamentable sucesión de decesos, sino sobre todo la extraña casualidad de que las tres cantantes tuvieran la misma edad (54 años) y que todas fallecieran de cáncer.
Quince años más tarde, el 3 de Marzo de 2008 fallecía otro grande de la ópera, en este caso el tenor Giuseppe Di Stefano, pero lo hacía en unas circunstancias bien distintas: Di Stefano tenía una edad avanzada (86 años), llevaba tres décadas retirado y moría en su domicilio de Santa María Hoé, Lombardía, después de cuatro años de convalecencia.
Entre medias, en 1999, había fallecido Alfredo Kraus. En 2003 lo hacía Franco Corellli; la gran Renata Tebaldi nos dejaba en 2004, y en 2005 Victoria de los Angeles. Todos compañeros de Di Stefano. Contemporáneos a los que la enfermedad se llevó con más premura, aunque a una edad respetable.
Para la mayoría de la gente, aficionados incluidos, la noticia de la muerte de Di Stefano no tuvo nada de particular; era algo esperado. A fin de cuentas, su edad y su larga convalecencia descartaban cualquier presagio de final feliz.
Si a eso le añadimos su temprano retiro de los escenarios y la triste decadencia que evidenció en sus últimas actuaciones, resulta bastante comprensible el poco revuelo que provocó su pérdida.
La vida le dio una de cal y otra de arena a Pippo, como era conocido Guiseppe Di Stefano. Alcanzó la gloria a finales de los 50, convirtiéndose en “el cantante de la Callas”, en el Cavaradossi de referencia (mítica su grabación de Tosca con María Callas y Titto Gobi), en un tenor lírico que entusiasmaba al público (la crítica, sin embargo, estuvo dividida) y su voz, lírica, aterciopelada y llena de matices, con esa forma particular atacar los agudos, cautivó a una generación de futuros cantantes, entre ellos a un joven Luciano Pavarotti que nunca ocultó su admiración por él.
Y sin embargo, llegaron los 60 y, al igual que a María Callas, la ópera empezó a atragantársele: supuestas dificultades respiratorias y alergias para unos, errores en la elección de registros y excesos de la buena vida para otros, lo cierto es que su caída fue tan rápida como su ascenso y, en la gira que realizó en el año 73 con María Callas, su voz simplemente daba lástima.
En lo personal, también altibajos: tras el divorcio de su primera mujer, después de 27 años de matrimonio y de perder de una enfermedad incurable a su segunda hija, probó nuevamente suerte, ya maduro, con la soprano de operetas, Mónica Kurth, con quien se casó en 1993 tras unos años de relación.
Merecía un retiro tranquilo y dichoso
Y al principio, así fue.
Hasta que en 2004 todo cambió brutalmente.
Cuando llegó a los medios la noticia de su muerte casi nadie recordaba las penosas circunstancias que llevaron a Di Stefano a su traslado de urgencia a Milán y a su ingreso en la UCI del Hospital San Raffaello. Pero toda su peripecia final y su fallecimiento, tuvieron el color auténtico de una tragedia operística.
Un drama de extraña coherencia con los papeles principales que le tocó interpretar.
Recordarlo nos obliga a desplazarnos hasta la costa de Kenia, en el Índico, a miles de kilómetros de su Sicilia natal, y de su casa de Lombardía donde falleció.
Allí, en Diani, a escasa distancia de Mombasa, Di Stefano había comprado con Mónica una residencia en una zona exclusiva de resorts para extranjeros acaudalados junto a unas de las playas más paradisíacas del mundo.
Di Stefano y su mujer alternaban su residencia entre Italia y Kenia.
A principios de Diciembre de 2004, todo terminó.
La noche del día 1, mientras el matrimonio prepara su cena, unos ruidos del exterior les alertaron. De pronto un grupo de desconocidos irrumpió violentamente en el jardín de la vivienda. Los asaltantes pretendían desvalijar a unos extranjeros ricos, millonarios quizás. Con toda seguridad desconocían quien era Giuseppe di Stefano (¿habrían actuado de otra forma, de saberlo?). Cuando se encontraron, se comportaron con gran violencia: a pesar de su edad (es un octogenario) Pippo se encara con ellos y le golpean violentamente en la cabeza; a su esposa la atacan con un machete. Los atacantes arrebataron al tenor una cadena de oro que llevaba en el cuello regalo del mítico director de ópera, Arturo Toscanini, y una pulsera que llevaba siempre y que le había regalado María Callas.
Una versión (los detalles llegaron de forma fragmentada, confusa y con un retraso de varios días) informaba que las heridas más graves se las infligieron cuando defendía a su perro de la agresión de los ladrones. Según otra, cuando intentaba impedir que le robaran a su esposa la gargantilla que llevaba. La escena fue melodramática, casi operística.
No se supo más de los asaltantes.
Mónica precisó de 15 puntos de sutura, pero sus lesiones no revistieron gravedad. Di Stefano, en cambio, sufrió un traumatismo craneoencefálico que le provocó un hematoma cerebral que obligó a su traslado inmediato desde Diani al Hospital de Mombasa, la ciudad más cercana, donde fue intervenido e ingresado en UCI.
El día 7 de Diciembre entra en coma.
A instancias de su esposa, el día 23 fue evacuado en avión hasta el Hospital San Raffaello de Milan, y allí pareció surgir el milagro: al cabo de unos días, su estado mejoraba, recuperaba la consciencia, se le veía animado y era capaz incluso de mantener breves conversaciones con el personal que atiende. Cunde el optimismo entre los médicos y los medios se hacen eco de la noticia.
Pero, como en esas óperas en las que al llegar el último acto el o la agonizante protagonista recupera momentáneamente sus facultades justo a tiempo para despedirse de su partenaire entonando la esperada aria final, Pippo tuvo unos pocos días de lucidez, tras los cuales recayó de nuevo, entrando en coma profundo del que sólo volvió a remontar ligeramente, lo suficiente para recuperar la consciencia, pero ya nunca más el movimiento ni el habla.
Cuando la situación se estabilizó, Mónica lo trasladó a su domicilio
El gan tenor no pudo volver a hablar durante sus últimos cuatro años, que vivió en su casa de Santa María Hoé, en Lecco, Lombardía (Italia), amorosamente cuidado por Monica Kurth, soprano mediocre pero amantísima esposa y heroína digna de Verdi o Puccini.
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