Ars Moriendi 6: El caso Pasolini. Una bajada al infierno


 En la fecha en que publicamos este artículo, el 5 de marzo de 2022, se cumplen cien años del nacimiento de Pier Paolo Pasolini, escritor, poeta, guionista y director de cine. Un intelectual y filósofo con conciencia de serlo; controvertido, homosexual, quijotesco, provocador –tal vez por no querer dejar de ser él mismo-, ensayista, comunista, pero no hombre de partido, marxista, católico, lleno de contradicciones y coherencias a un tiempo. Un ser tan singular que, al igual que su propia personalidad, así tenía que ser su muerte –una muerte criminal y escalofriante- envuelta aún hoy en el misterio y que explora nuestro colaborador Pedro Antonio Sillero en esta nueva entrega de “Ars Moriendi”.

 

Por Pedro Antonio Sillero.- El 2 de Noviembre de 1975, el cadáver de Pier Paolo Pasolini aparecería completamente desfigurado en un descampado de Ostia, cerca de un vertedero.

El resultado del informe forense reveló que  había recibido una paliza de extrema crueldad, que incluyó una violentísima patada en los testículos que le provocó una gigantesca hemorragia interna y tal cantidad de golpes en la cabeza que llevó a los forenses a escribir  en su informe lo siguiente: "no es que saliera simplemente sangre, hubo auténticos chorros". Después fue arrollado bajo los neumáticos de su propio coche, un Alfa Romeo plateado, lo que le reventó varios órganos internos y dejó su cuerpo reducido a un amasijo. Hasta tal punto quedó irreconocible que Maria Teresa Lollobrigida, la señora que descubrió su cadáver, pensó en un primer momento que se trataba de un montón de basura.

Desde entonces, todos los detalles de su caso han estado presididos por dos constantes: la sordidez y la incertidumbre.

A fecha de hoy, el caso Pasolini sigue siendo un caso abierto.

Aunque la investigación ha podido reconstruir los movimientos del fallecido hasta el momento en que aparcó su coche en el descampado de Ostia, lo sucedido a partir de entonces, sin embargo, queda en el limbo de la duda.

 

Volvamos al día 2 de noviembre de 1975:

Antes, incluso, del descubrimiento del cadáver, una patrulla de carabinieri detiene en Roma a Guiseppe “Pino” Pelosi cuando conduce el Alfa Romeo de Pasolini en dirección prohibida. Pelosi reconoce inmediatamente que lo ha robado.

La investigación avanza rápidamente.

Pelosi, “Pino” Pelosi, que era un chapero de 17 años conocido como “El Rana” en los bajos fondos romanos, un “ragazzo di vita” que completaba sus ingresos con pequeños hurtos y el trapicheo de droga, confiesa ser el autor de su muerte cuando unas horas después de su detención aparece  el cadáver de Pasolini.

Los hechos, declara, sucedieron así:

La noche del 1 al 2 de Noviembre, Pasolini recoge a Pelosi en una zona cercana a la Estación Términi de Roma frecuentada por chaperos. Ambos acuerdan un precio de 20.000 liras por tener sexo oral y acuden  a cenar a una trattoria próxima a la Basílica de San Pablo, de la que Pasolini era cliente habitual. Posteriormente, se desplazan en el Alfa Romeo que conduce Pasolini a una zona solitaria de Ostia, a 30 kilómetros de Roma.

Hasta aquí, todo claro.

Lo que sucedió en Ostia es otra historia.

Según la versión que ofrece en 1975, una vez se detuvo el vehículo en el descampado de Ostia, Pelosi se arrepiente y rechaza tener relaciones con Pasolini. Discuten. Pelosi abandona el vehículo. Pasolini sale detrás de él enfurecido, le grita, le amenaza, esgrime un bastón, llega incluso a alcanzarle en la cara (que presenta un rasguño), y Pelosi se defiende, le arrebata el bastón y comienza a golpearlo con él hasta dejarlo tumbado en el suelo, sin ser consciente de lo que hace. Sólo quiere defenderse. Después, se sube el coche y fruto de los nervios y la precipitación, arrolla involuntariamente el cuerpo.

La Policía debió pensar que tenía todas las piezas del crimen: hay cadáver, hay homicida, hay confesión (que, además, resulta coherente), se pueden reconstruir minuciosamente las últimas horas del fallecido, hay arma del crimen, tenemos el coche del asesinado en poder del asesino confeso…

Todo encaja.

Muchos se alegran.

Se lo había buscado”, declara Giulio Andreotti, el líder de la Democracia Cristiana italiana.

Caso resuelto.

¿De veras?





La Sentencia dictada por tribunales italianos condenó a Pelosi  a la pena de 9 años y 7 meses de cárcel por homicidio, sí, pero puntualiza que fue “cometido en compañía de desconocidos”. Y es que a pesar de la confesión, quedaron dudas no resueltas:

¿De quién era el jersey que apareció en el coche de Pasolini, y que no pertenecía ni a éste ni a Pelosi?

¿Cómo era posible que Pelosi, a pesar de la brutalidad de los golpes que, como hemos visto, provocaron “chorros de sangre”, apenas tuviera manchada su ropa?

¿Y cómo entender que un adolescente más bien enclenque pudiera dar tal paliza a un hombre fornido como era Pasolini?

Por otro lado, la imagen de un Pasolini enfurecido y violento porque un chapero no acepta tener relaciones con él provoca incredulidad en sus amigos que lo creen incapaz de un comportamiento agresivo.

La relevancia del personaje y lo sórdido del crimen provocaron múltiples investigaciones paralelas a la judicial. En una de ellas, Oriana Fallaci publicó en el diario L´Europeo que el crimen se había cometido con premeditación y que había contado con la participación de, al menos, tres personas más. Algunos testimonios recogidos en prensa afirmaban incluso haber visto a dos hombres alejándose en moto del lugar del crimen mientras Pelosi les gritaba “¡no me dejéis  solo!”.

Muchas dudas para un caso cerrado.

Finalmente, en 2005, 30 años después de su condena, Giuseppe Pelosi cambia radicalmente su versión de lo sucedido.

¿Pero, quién querría matar a Pasolini?

Para entender este misterio es preciso que nos detengamos en el personaje.

 

Pier Paolo Pasolini era una mezcla de intelectual comprometido y de artista polifacético y, como diríamos hoy, mediático.

Como intelectual tenía dos cualidades no muy frecuentes entre la misma intelectualidad:  la coherencia insobornable y el descaro (entendido como una mezcla de valentía y provocación).

Así, Pasolini, al contrario que otros contemporáneos, no dudaba en atacar a derecha y a izquierda a todos cuantos consideraba que participaban de las injusticias sociales, independientemente de sus siglas, ropajes, colores o eslóganes; y tampoco vaciló en hacerlo a cara descubierta, ofreciéndose sin disimulos y sin medias tintas.

Por eso, aunque fue el azote inmisericorde de la burguesía italiana (y, por ende, de la europea),  y de cualquier forma de fascismo, no escatimó críticas al Partido Comunista, a la izquierda italiana en general, a la Iglesia, a la Democracia Cristiana, a los magnates empresariales, a los banqueros, a la juventud acomodada de todo pelaje que en su opinión  había caído  (consciente o inconscientemente) en los brazos del consumismo capitalista (y de cuyos riesgos alertaba  machaconamente), al sistema, en definitiva. Sus únicos protegidos fueron siempre los desclasados, el proletariado, las clases humildes, los descartados de la sociedad que diría el Papa Francisco (y la alusión no es impertinente: Pasolini, ateo crítico con el clero, admiraba la figura de Jesús y sentía un profundo respeto por el Papa Juan XXIII, a cuya “venerable memoria” dedicó “El Evangelio según San Mateo”. De hecho, llevaba colgada la etiqueta de “católico-marxista”).

Pudiera parecer un personaje contradictorio, pero esto sería confundir contradicción con coherencia y honestidad. Su conciencia era su guía, no las directrices de un partido político, o de una iglesia, o de tal o cual dogma.

Igualmente haríamos mal en considerarlo un fanático, o un extremista.  Eso sería confundir denuncia con fundamentalismo. Nada más lejos del personaje. Simplemente no podía callar ante una injusticia, viniera de quien viniera; y su ojo crítico las percibía allí donde otros se dejaban engañar.

Por eso, sus ensayos y artículos periodísticos no han perdido vigencia; al contrario, eran y siguen siendo de una clarividencia asombrosa (Los recogidos en “Escritos Corsarios”, escritos a comienzos de los 70, son una buena muestra de ello) (1)

 

 


 

Así era también en lo personal: coherente y descarado. De ahí que no escondiera su homosexualidad, cuando esto era tabú a derecha y a izquierda. Al contrario, tuvo la osadía de declararla a los cuatro vientos desde bien joven, hasta el punto de que en 1949, con 27 años, es denunciado por corrupción de menores y eso provoca su expulsión del Partido Comunista Italiano. Estamos en una época en la que, para el marxismo, la homosexualidad constituía una “degeneración burguesa”, lo cual no le impidió seguir considerándose marxista hasta el final de sus días.

Como artista, su obra mantiene  los mismos rasgos: desde sus poemas (numerosos y de altísimo nivel), hasta sus pinturas (quizás su aspecto artístico más desconocido), sus novelas (entre otras, “Ragazza di vita”, ambientada en el mundo de la prostitución masculina) y, por supuesto, su cine, que a menudo utiliza  como ariete contra los valores burgueses que tanto detestaba (haciéndolo a veces de forma sutil, como en “El evangelio según San Mateo”, y otras de forma directa y abrupta, como en “Pajaritos y Pajarracos”, en “Teorema” o en “Pocilga”) y sin cortarse en el empleo, siempre que viene a cuento, de referencias sexuales y escatológicas bastante explícitas que culminan en “Saló, o los ciento veinte días de Sodoma”, que  pasa por ser todavía hoy una de las películas más crudas de la historia del cine.

Pero nada hay en Pasolini de impostura o teatralidad; más bien lo que encontramos en él es una autenticidad descarnada. Intelectual insobornable, crítico insumiso, rebelde con causa, era inevitable que se convirtiera en una rara avis, en un verso suelto que acabó molestando a todo el mundo sin que, por cierto, pareciera afectarle demasiado, pues él mismo reconocía su gusto y regusto por el escándalo (2)

Parafraseando al protagonista de “Confidencias”, la película de Luchino Visconti  (cineasta, marxista y homosexual como Pasolini, pero en las antípodas de éste absolutamente en todo),  eligió la soledad porque “las águilas vuelan solas, los cuervos en bandadas”, y él detestaba hasta la náusea a los cuervos (los “pajarracos” de su película antes citada), fueran del signo político, social, religioso o económico que quisieran ser.

Claro está que con la soledad llegaron también numerosos cuervos en forma de enemigos. Muchos enemigos.

Pasolini lo sabía. En su última entrevista, concedida sólo unas horas antes de su muerte al periodista Furio Colombo, reconoce que “por la vida que llevo pago un precio… Es como uno que baja al infierno. Pero cuando vuelvo, --si vuelvo--, he visto otras cosas, más cosas”, y le confiesa más adelante: “estamos todos en peligro”. (3)

¿Se trataba de una afirmación retórica o Pasolini realmente se sentía en peligro?





Los años setenta fueron conocidos en Italia como los anni di piombo (“años de plomo”), en los que la Mafia, las Brigadas Rojas, de ideología marxista-leninista, y los Grupos Armados Revolucionarios (NAR), de corte neofascista, acaparaban la atención de los medios con sus asesinatos, secuestros y extorsiones que, en ocasiones degeneraban en auténticas matanzas. Al mismo tiempo, la política italiana se encontraba erosionada por la inestabilidad constante de sus gobiernos y por la acción soterrada de grupos de presión, el crimen organizado y las logias masónicas (en concreto, la Logia Propaganda Dos), que convertía a los políticos en títeres de poderes ocultos, que llegaban a aprovechar el clima de violencia creado por la acción de los grupos terroristas para cometer auténticos crímenes de estado  que luego imputaban a  unos u otros. (4)

La situación, en suma, era de una violencia y un desgobierno generalizado.

Y en medio de todo esto, estaba Pasolini, convertido en una especie de Isaías o un Jeremías laico, clamando en el desierto contra unos y otros y cuestionando con toda la crudeza posible la podredumbre del sistema.

Era de esperar que acabara como aquéllos (6), y es fácil colegir que debía encontrarse en la diana de alguno o de muchos de los habituales objetivos de sus invectivas.

Y, sin embargo, lo cierto es que el autor confeso de su muerte no era sino un chaval de 17 años, “el Rana”, cuya autoría no negó ni siquiera después de cumplida su condena. Ni  Mafia, ni terroristas, ni logias, ni fascistas, ni políticos corruptos, ni poderes ocultos. Sólo  un chapero.

Es más, aunque Pelosi, tras la cárcel, escribió su autobiografía y le cogió gusto a intervenir en platós televisivos sugiriendo que había habido otros implicados y que no actuó solo; durante años, décadas, siguió sin rechazar su  implicación en el homicidio.

 

Pero en 2005 todo cambió.

En una entrevista concedida en Mayo de 2005 al programa de la Rai3, “Sombras sobre el misterio”, cambió su versión y de declaró inocente, justificando su confesión ofrecida treinta años atrás por el miedo a represalias. Según manifestó entonces, lo que en realidad ocurrió fue que cuando llegaron a Ostia sí hubo sexo entre ambos, concretamente sexo oral en el interior del vehículo y, tras hacerlo se bajó del coche para orinar. Entonces aparecieron tres desconocidos de unos cuarenta y tantos años y con acento del sur (“calabrés o siciliano”) que comenzaron a insultarles y, tras sacar a Pasolini del coche, empezaron a golpearle con saña mientras gritaban “maricón, sucio comunista”. Cuando acabaron con él, se dirigieron a Pelosi y le amenazaron con matarle a él y a su familia si se atrevía a revelar lo sucedido, y se marcharon. Pelosi, entonces, asustado, habría huido con el Alfa Romero del cineasta, y al hacerlo pasó involuntariamente por encima de su cuerpo.

He vivido 30 años en el terror, me habían amenazado a mí, a mi  madre, a mi padre. Ahora mis padres están muertos y ya no tengo miedo”, dijo. “Quizás aquellos tres también han muerto”, agregó, como si no tuviera idea de quienes  pudieran haber sido.

Estas revelaciones, sumadas a la declaración del cineasta y amigo del fallecido, Sergio Citti, que aseguró que la noche del crimen Pasolini había sido citado para recoger unos rollos de su película “Saló o los 120 días de Sodoma” (la última que rodó Pasolini y que se estrenó tras su muerte), que habrían sido robados probablemente por grupos de extrema derecha para chantajearle, provocaron que su familia reclamara la reapertura del sumario. (5)


Giuseppe "Pino" Pelosi


Pelosi, ante el Fiscal,   completó (y corrigió) su declaración:

Pasolini había sido asesinado por tres personas que lo golpearon hasta matarlo. Eran romanos (cambió su versión: ya no eran sicilianos ni calabreses) Y a dos de ellos sí los podía identificar perfectamente (ahora); eran, en concreto, los hermanos Borsellino, Franco y Giuseppe (ambos peligrosos delincuentes juveniles relacionados con la extrema derecha que habían muerto de SIDA en los años 90); al tercero no lo reconoció, pero descartaba que fuera Giuseppe Mastini, alias Johnny el Gitano, otro conocido matón y delincuente amigo de los anteriores, al que, en su día, se llegó a relacionar con el crimen (y que, casualmente, a diferencia de los hermanos Borsellino, sí vivía en el momento de estas nuevas declaraciones) Según Pelosi, se habría tratado de una emboscada: Pasolini había sido citado en Ostia con la excusa de negociar la venta de las películas robadas de la cinta “Saló”; nada había sido casual, y, dada la violencia de la paliza, mortal de necesidad, era evidente que no se trató de asustarle o de darle una advertencia: el objetivo era asesinar a Pasolini.

Sin embargo, al estar fallecidos dos de los supuestos autores, y no haber pistas sobre el tercero, el caso volvió a cerrarse.

 

La sospecha de que el crimen de Pasolini tenía mucho más que ver con un ajusticiamiento por parte de los poderes ocultos que con una bronca con un chapero había existido siempre. Las nuevas declaraciones de Pelosi no habían despejado las dudas sobre la motivaciones últimas del crimen.

Fue unos años después, en 2009, cuando parecieron aclararse al descubrirse que Pasolini había estado investigando la misteriosa muerte en accidente aéreo del empresario Enrico Mattei, presidente de la petrolera ENI, ocurrida en 1962, que siempre levantó sospechas y que él que estaba seguro de que había sido un asesinato. Esta pista se reafirmó en Abril de 2010, cuando el senador del partido de Silvio Berlusconi, Marcello Dell´Ultri, condenado por asociación mafiosa, declaró públicamente poseer el capítulo perdido (más bien, robado) de “Petróleo”, el libro póstumo en el que Pasolini estaba trabajando al momento de su muerte, en el que daba detalles de la muerte del citado empresario y señalaba claramente a su asesino que sería un rival poderoso,  refiriéndose, en concreto, a Eugenio Cefis, quien había sido, sucesivamente, director de AGIP (compañía petrolera pública italiana), presidente de ENI a partir de 1967, y desde 1971 presidente de Montedison, un potente grupo industrial y financiero italiano. Cefis, que había sido condecorado en 1963 con la Gran Cruz de Caballero de la República Italiana, era rabiosamente anticomunista y, no casualmente, miembro relevante (como después se supo) de la todopoderosa Logia P2. En suma, un personaje al que era preferible no molestar.

Y una vez más volvió a reabrirse el sumario. Esta vez, hasta 700 intelectuales habían firmado un manifiesto exigiéndolo.

De nuevo, la investigación arrancó con motivos para el optimismo.

Un primo de Pasolini consiguió que se llevase a cabo un análisis del ADN presente en la ropa que el cineasta llevaba en la noche del crimen, y se obtuvieron 5 tipos diferentes, lo que confirmaba la implicación de más individuos aparte de Pelosi.

Y en 2012 se  estrechaba el cerco cuando, tras una exhaustiva investigación, Guiseppe Lo Bianco y Sandra Rizza publicaban un libro, “Profundo Negro”, en el que conectaban el asesinato de Pasolini con el del periodista Mauro de Mauro que también había investigado la muerte del empresario Mattei, y que desapareció misteriosamente en 1970 sin dejar rastro después de confesarles a sus colegas del diario L'Ora: «tengo una primicia que va a agitar Italia»

La muerte de Mattei parecía ser la clave de todo.

 


 

 

Pero en 2014 vuelve a declarar Pelosi y, esta vez, ofrece nuevos detalles, cambiando una vez más aspectos relevantes de sus declaraciones anteriores. Lejos de aportar luz, no hizo sino aumentar la confusión:

Insistía nuevamente en que  Pasolini había sido víctima de una emboscada estudiada al detalle y que la trampa se ejecutó con el fin de robar el dinero que el artista ofrecía por entonces a cambio de las  cintas robadas de la película Saló o los 12 días de Sodoma.

"Le convencieron para ir a Ostia con la excusa de negociar la venta de las cintas de la película Saló, robadas tiempo atrás. Él tenía consigo el dinero, era una excusa para tenderle una emboscada", refirió Pelosi, que aseguró que, en la noche del crimen, bajo la tapicería del vehículo de Pasolini, había "tres o cuatro millones de liras" que "nunca fueron encontradas".

Ahora bien, en el lugar de los hechos, según manifestó, había "tres automóviles, una motocicleta y al menos seis personas" (y no tres), si bien no fue capaz de especificar su identidad (ya no son los hermanos Borsellino), y aclaró que junto al Alfa GT de Pasolini, "había un Fiat 1.300 y otro Alfa idéntico" al del director. Recuerda que "aquella noche era oscura" pero que, después de huir, llegó a ver a "dos personas que sujetaban a Pasolini y lo sacaban del vehículo".

"Desde donde me encontraba podía escuchar a Pier Paolo gritar y pedir ayuda, pero nada más"

Con esta declaración, parecía perder fuerza la pista político-empresarial relacionada con la investigación del libro “Petróleo” y  se volvía nuevamente a la del chantaje por la película, Saló. De hecho, el crimen podría explicarse por la actuación de un puñado de delincuentes, sin necesidad de acudir a teorías conspirativas, ni a la participación de instancias ocultas.

Para colmo y desesperación de sus seguidores, tras varios años de investigación y de nuevos interrogatorios, la policía científica italiana no consiguió atribuir a nadie los restos del ADN, ni tampoco obtuvo nuevas pistas fiables, por lo que en 2015 el caso vuelve a cerrarse sin resultados.

En todo este marasmo de nombres y fechas, hay una pieza clave que desgraciadamente ya no puede aportar más luz. Es a la vez el eslabón más débil pero también el más importante de la cadena de hechos que rodean este misterio. No es otro que Guiseppe Pelosi, el Rana, el adolescente, el chapero, el raterillo al que le tocó ser testigo privilegiado de uno de los muchos crímenes sin resolver en aquella Italia convulsa de los 70, y cuya implicación en el mismo nunca quedó totalmente aclarada.

 

Demasiadas dudas:

¿Participó de la “emboscada” a Pasolini?

¿Fue, quizás el cebo, como se desprendía de sus últimas declaraciones, o sólo un testigo involuntario, como sostenía en 2005?

¿Tuvieron o no participación en  los hechos los hermanos Borsellino?

Si no fue así,  ¿por qué esperó a hablar hasta  2005?  Y aun cuando hubieran participado en los hechos, si los Borsellino murieron en los 90, ¿por qué esperó tantos años para hacerlo?

¿Y acaso un plató televisivo, con dinero de por medio, era el lugar idóneo para revelar la verdad de lo sucedido, para colmo, luego corregida en posteriores declaraciones?

 ¿Cuál de todas sus versiones es la más fiable?

¿Y si Pelosi hubiera mentido en todas?

 

Y más todavía:

¿Había sido citado Pasolini en Ostia, tal y como afirmaba en su última declaración, o más bien lo siguieron, como se desprendía de la que ofreció en 2005?

¿De verdad, Pasolini se habría arriesgado a acudir solo a un lugar oscuro y despoblado para tratar con unos delincuentes el pago de unos rollos de su película, en lugar de denunciar el robo a la policía? ¿Tantísima  importancia tenían para él?

Y si se trataba de cobrar por los rollos, y Pasolini llevaba el dinero, ¿por qué matarlo, provocando con ello una investigación y un revuelo nacional dada la notoriedad del personaje, en lugar de coger el dinero y desaparecer?

¿Acaso es creíble que no hubiera nadie detrás de los autores materiales?

¿A quién interesaba su muerte: a Eugenio Cefis, a la Logia P2, a la Mafia, al establishment político-económico tan fieramente atacado en sus  películas y artículos, a todos?

¿Y qué clave encerraban las palabras de Guilio Andreotti, futuro Presidente del Consejo de Ministros: “andava crecandosi dei guai” (7)?

 

Lo único claro es que Pasolini era un personaje muy incómodo para el sistema, que la noche del 1 al 2 de Noviembre de 1975 alguien había decidido matarlo y que, en la paliza que acabó con él, participaron activamente varios autores distintos de Pelosi.

Ya no sabremos más: “Pino”  Pelosi falleció en Julio de 2017, llevándose a la tumba parte de las piezas de este incompleto y exasperante puzle que no fue sino uno más de los muchos puzles incompletos de la Italia de los anni di piombo, en los que Mafia, los grupos terroristas, la  Logia P2, los empresarios sin escrúpulos y los políticos corruptos campaban a sus anchas, exhibiendo una impunidad, una hipocresía y una falta de moralidad no alcanzada en ninguna película/denuncia de Pier Paolo Pasolini.

 

 Lo había avisado:

Prestad atención. El infierno está subiendo también entre vosotros” (8)

 


 

 

(1)  Al momento de redactar este artículo, acaba de editarse una selección de artículos de Pasolini con el sugestivo título de “El fascismo de los antifascistas”. Ed. Galaxia Gutemberg. 2021.

 

(2)  Escandalizar es un derecho y ser escandalizado es un placer, y quienes se niegan a ser escandalizados son unos moralistas”, dijo en una ocasión a un periodista.

 

(3)  La entrevista se publicó en el suplemento literario del periódico La Stampa el 8 de noviembre de 1975, tras la muerte de Pasolini.

 

(4)  La alusión a la influencia de logias masónicas puede  causar hoy sorpresa y/o  escepticismo, pero en Italia la poderosa logia masónica P2 (Propaganda Due) que operó integrada como una organización masónica del Grande Oriente d'Italia, cobró notoriedad internacional al provocar el mayor escándalo de la historia de la República Italiana: la P2 salió a la luz pública con las declaraciones del mafioso Michele Sindona durante el escándalo del banco Ambrosiano (cuyo principal accionista era el Vaticano y cuya quiebra en 1982 destapó su condición de refugio de dinero negro de origen criminal) y entre  1965 y 1981 condicionó el proceso político italiano mediante la inclusión de personas de confianza de la P2 dentro de la Magistratura, el Parlamento, las Fuerzas Armadas y la Prensa, convirtiéndose en un auténtico poder en la sombra, siendo uno de sus objetivos principales impedir a toda costa un gobierno comunista en Italia, cuyo Partido Comunista, recordemos, era el más potente de la Europa occidental posterior a la II Guerra Mundial.

La investigación que desmanteló en los ochenta esta logia, demostró su conexión con la Mafia y con la extrema derecha italiana, e incluso con la Junta Militar que gobernó Argentina en esos años. Su infiltración en las distintas estructuras del poder italiano llegaba hasta las finanzas del Vaticano.

El Gran Maestro de la Logia durante los 70 fue Licio Gelli, antiguo “camisa negra” durante la dictadura de Mussolini, y a quien se involucra directa o indirectamente en varios asesinatos relevantes, como el del ex Primer Ministro Italiano Aldo Moro (líder de la Democracia Cristiana que estaba negociando el llamado Compromiso Histórico con el Partido Comunista Italiano (PCI), al que en 1978 secuestraron y asesinaron las Brigadas Rojas, pero del que  existe la sospecha más que fiable de que los servicios secretos y altos responsables de la policía,  infiltrados por la P2 de Licio Gelli , lo tuvieron localizado durante su secuestro de 55 días y dejaron que fuera asesinado por lo incómodo que les resultaba el personaje); el del presidente del Banco Ambrosiano, Roberto Calvi; o el del periodista Carmine Pecorelli, entre otros.

Cabe señalar que  Aldo Moro en opinión de Pasolini era, precisamente, “el dirigente menos contaminado de su partido”.

 

(5)  El primer Isaías (el libro de Isaías recoge la obra de 3 profetas con el mismo nombre que vivieron en distinta época), acabó ajusticiado por el rey Manasés. Jeremías fue encarcelado, metido en un pozo, y finalmente se cree que murió apedreado por sus conciudadanos.

 

(6)  “Saló o los 120 días de Sodoma”, adaptación libre de “Los 120 días de Sodoma” del Marqués de Sade, que Pasolini traslada a la República de Saló en la Italia de finales de la II Guerra Mundial, ha adquirido fama  por ser la última que rodó y, sobre todo, por la crudeza de sus imágenes,  tanto escatológicas como sexuales, que incluyen todo tipo de abusos, perversiones, filias y parafilias (desde coprofagia hasta sadomasoquismo, pasando por violaciones, torturas, etc), pero en realidad pretendía funcionar como una metáfora y una crítica brutal contra el fascismo y la alta burguesía colaboradora del mismo (cuyos representantes son quienes organizan las atrocidades que se narran), así como una denuncia contra  la indiferencia, la desensibilización a la violencia y el conformismo de las masas.

La película estaba completada e incluso montada por Pasolini cuando se produjo su asesinato, lo que no hace sino aumentar las dudas sobre la versión del robo y el chantaje como explicación del crimen.

Su estreno se produjo tres semanas después. En algunos países sigue estando censurada.

 

(7)  Literalmente, “estaba buscándose líos”

 

(8)  Entrevista al periodista Furio Colombo, noviembre de 1975, horas antes de su muerte.

 

 

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