Ars Moriendi 9: El caso Jean Seberg. Una presión insoportable

Musa francesa de los años 60, triunfó también en el cine de Hollywood desde muy joven. Sin embargo, de pronto escaseó el trabajo y, finalmente, poco antes de cumplir 41 años, su cadáver se encontró liado en una manta en el aseinto trasero de un coche. ¿Suicidio?, ¿homicidio?, ¿conspiración política?... Nada está demasiado claro en este sorprendente asunto de esta nueva entrega de Ars Moriendi...

 

Pedro Antonio Sillero

 

Cuando aún no había cumplido los 22 años, Jean Seberg ya había conseguido triunfar tanto en Estados Unidos como en Europa, particularmente en Francia. Si Otto Preminger la descubrió en “Santa Juana” y la llevó al estrellato con su versión de la novela de Francoise Sagan, “Buenos Días Tristeza”, compartiendo papel protagonista con David Niven y Deborah Kerr; Jean Luc Goddard, justo después, la elevó a la categoría de musa de la Novelle Vague con su papel en “Al final de la escapada” .

A lo largo de la década de los 60, Seberg continuará encadenando papeles de éxito a un lado y otro del Atlántico, repitiendo con Jean Paul Belmondo en “Backfire”, trabajando con estrellas del calibre de Sean Connery (Un loco maravilloso), Warren Beaty (Lilith), Clint Eastwood y Lee Marvin (La leyenda de la ciudad sin nombre), y con directores como Robert Rosen, Jean Becker, Claude Chabrol, Joshua Logan o Mervin LeRoy, entre otros. En apenas diez años protagoniza 19 películas.

Todavía en 1970 participará en la superproducción decana del cine de catástrofes (“Aeropuerto”), pero justo a partir de ese momento todo se frena, el ritmo frenético de sus años anteriores desaparece, y su carrera languidece misteriosamente. De pronto, con treinta y pocos años, Seberg no encuentra papeles a su altura pero sí, en cambio, muchos obstáculos, hasta el punto de que ni siquiera Francois Truffaut, pese a sus denodados esfuerzos por contratarla (el papel principal estaba pensado para ella), consigue que trabaje en “La Noche Americana” (1973), película con la que al año siguiente gana el Oscar y que podía haber relanzado su carrera. Ante la evidencia de que Hollywood no cuenta con ella, Seberg tuvo que concentrar sus trabajos en Europa, pero ya no la encontramos en ninguna película que supere la mediocridad.- Entre tanto: divorcios, amores fallidos, amistades turbias, posibles malos tratos, la muerte de una hija prematura, y una deleznable campaña de presión y de intoxicación orquestada contra ella nada menos que por el FBI.

 

Y así, hasta que el 8 de Septiembre de 1979 su cuerpo fue localizado sin vida, en avanzado estado de descomposición, envuelto en una manta en el asiento trasero de su Renault, estacionado cerca de su apartamento de París en el distrito 16.

Tenía sólo 40 años y llevaba 9 días desaparecida. La policía encontró junto a ella un frasco de barbitúricos, una botella de agua mineral vacía y una nota escrita en francés por Seberg dirigida a su hijo. En parte decía: "Perdóname. Ya no puedo vivir con mis nervios". En 1979, la investigación dictamina su muerte como un probable suicidio. Al año siguiente, sin embargo, se presentarán cargos adicionales contra personas desconocidas por "no ayudar a una persona en peligro".

Ciertamente Seberg llevaba años atravesando problemas psicológicos que incluían períodos de profunda depresión y hasta algún intento de suicidio. Para colmo, lejos de cuidarse, abusaba del alcohol y los barbitúricos y había entrado en una dinámica autodestructiva que afectaba también a su vida personal. De hecho, aunque seguía casada con su tercer marido, el director Dennis Berry, llevaban tres años separados en los cuales Seberg había mantenido diversos romances, todos fallidos; el último de los cuales, con el actor argelino Ahmed Hasni, resultó particularmente penoso, ya que tras varios meses de convivencia lo abandonó, poco antes de su muerte, acusándolo de estafa (Hasni se había quedado las ganancias de la venta de un apartamento de París) y de malos tratos.

Nada le iba bien.

La versión del suicidio era coherente.

Y sin embargo…

 


Y sin embargo, la autopsia de Seberg reveló que además de barbitúricos, había 8 gramos de alcohol en su sangre, una cantidad tal alta (1) como para provocarle un coma etílico e incluso la muerte, y que, desde luego, le habría impedido deambular y poder entrar en ningún vehículo por sí sola. Pero en su coche no se encontró ninguna botella. De hecho, no había ni rastro de alcohol.

Entonces, ¿dónde lo consumió Seberg y cómo pudo llegar en un estado comatoso hasta su coche, abrir su puerta, arrebujarse en su parte trasera liándose en una manta, y cerrar la puerta por sí sola? Y los barbitúricos y la nota de suicidio que sí se encontraron en el coche… ¿los llevó consigo en ese estado, o ya estaban previamente en su interior?

Su segundo marido, el aviador miembro de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, novelista y diplomático, Romain Gary, de quien se divorció en 1970, pero con quien mantuvo una estrecha amistad hasta su muerte, convocó una conferencia de prensa acusando directamente al FBI como inductor del suicidio de su exmujer. Gary explicó que la campaña de acoso y difamación que el FBI organizó contra ella en 1970 la había desequilibrado psicológicamente y era la causa de sus crisis nerviosas y de los intentos de suicidio que habían culminado con su muerte nueve años después.

No era una acusación descabellada, en absoluto. Todo lo contrario.

 

Romain Gary y Jean Seberg

 

Para entenderla, hay que retrotraerse a los últimos años de la década de 1960, cuando Jean Seberg no sólo hizo pública su simpatía y apoyo a las asociaciones pro derechos civiles que surgían en Estados unidos, sino que también les prestó, ocasionalmente, ayuda financiera. Y entre ellas, a la organización de los Panteras Negras, lo cual la puso en el punto de mira del FBI que, en esos años de protestas contra la Guerra de Vietnam, de manifestaciones y revueltas juveniles, de concentraciones hippies y de movilizaciones antirracistas, decidió extender el programa denominado COINTELPRO (programa de contrainteligencia), creado a finales de los años 50 para combatir al comunismo dentro del contexto de la “caza de brujas”, a todas aquellas organizaciones que pudieran considerarse “subversivas” y que iban, desde activistas contra la Guerra de Vietnam, a movimientos de derechos civiles, organizaciones feministas, el Ku Klux Klan, los movimientos del denominado Poder Negro, organizaciones ecologistas, asociaciones de corte socialista, grupos antisistema y un largo etcétera de todo aquello que, en definitiva, le pareciera subversivo al máximo responsable del FBI, Edgar Hoover. Y, por supuesto, era extensivo a quienes mostraran su apoyo público a dichos colectivos.

Y ahí es donde entra Jean Seberg.

 

Por alguna ridícula razón, el FBI decidió que su apoyo a las Panteras Negras (entre otras organizaciones) suponía una grave amenaza para la seguridad nacional que debía combatirse de forma inmisericorde. Y, para ello, decidió emplear una doble estrategia: por lado, la difamación a fin de desacreditar a la actriz; por otro, el seguimiento y el espionaje de sus movimientos.

Para lo primero no se le ocurrió nada mejor que orquestar en 1970 una campaña en prensa filtrando la información (falsa) de que la hija que entonces esperaba Seberg no era de su marido (Romain Gery, aunque en ese momento estaban en trámites de divorcio) sino de Raymond Hewitt, miembro de las Panteras Negras. Así combinaban la imputación de adulterio con el estigma de haberlo practicado con un radical afroamericano.

La historia se publicó en el periódico Los Angeles Times y en la influyente revista Newsweek y afectó terriblemente a Seberg, hasta el punto de provocarle en Agosto de ese año el parto prematuro de una niña que murió a los dos días. Seberg y Gary decidieron que el funeral fuera con el ataúd abierto para que todo el mundo pudiera comprobar que su hija no era negra, y demandaron a Newsweek por difamación, consiguiendo que un tribunal de Paris la condenara al pago de 10.800 euros de indemnización y a publicar la Sentencia a su costa (2)

Pero el daño iba más allá. El FBI, como hemos dicho, también la espió no sólo antes de su parto, sino incluso después, cuando residía en Francia y concentraba sus desplazamientos sólo por Europa. De hecho, le pinchó el teléfono, fue objeto de seguimiento por agentes de campo, se le interceptó correspondencia y se intercambió información con la Cía y el Servicio Secreto, tal y como tras su muerte y la denuncia de Gary reconoció el propio FBI (3) y reveló una investigación de la revista TIME en un artículo titulado “El FBI contra Jean Seberg”.

 


 

Todo esta persecución parecería fruto de una reacción histérica de un Edgar Hoover cada vez más obsesivo, pero lo increíble es que la operación trascendió del ámbito cerrado del FBI, y tanto el Fiscal General, como el Fiscal General Adjunto de Estados Unidos y, muy probablemente, el propio Presidente Nixon (a través de su Jefe de Asuntos Internos), estuvieron puntualmente informados de su desarrollo, sin que nadie objetara nada al respecto. Así consta en los papeles desclasificados del FBI.

En este contexto se entiende mejor que precisamente a partir de 1970 su carrera en Hollywood se bloqueara hasta el extremo de obligarla a refugiarse en el cine europeo.

Y tampoco sorprende que su frágil estabilidad psíquica y emocional acabara por hundirse.

Tanto Gary como otros amigos suyos manifestaron que Seberg, ya muy afectada por la muerte de su hija, sospechaba del espionaje y se sentía vigilada, hasta el punto de que la presión a la que la sometía el FBI la volvió paranoica y depresiva, perdiendo el control y entrando en la espiral autodestructiva a la que antes nos hemos referido. De hecho, intentó suicidarse un 25 de Agosto -coincidiendo con el aniversario de la muerte de su hija- y parece que hubo más tentativas.

 



Ahora bien; todo esto es cierto, y la denuncia que hizo en 1979 Romain Gary estaba perfectamente justificada, sin duda. Y las disculpas y los lamentos de la prensa y del propio FBI llegaron demasiado tarde. Pero no basta para explicar los detalles de la muerte de Seberg. En concreto, no da respuesta a la pregunta de cómo pudo morir con esa altísima tasa de alcohol en la sangre, sola, en la parte trasera de un vehículo estacionado en una calle de Paris en cuyo interior no había una gota de alcohol. Un escenario que, por cierto, parece sospechosamente preparado.

Hubo investigación policial, sí, pero infructuosa.

A lo más que llegó la Policía de París, en Junio de 1980, casi un año después, fue a la conclusión de que alguien (una o varias personas) debió estar presente en el momento de la muerte de Jean Seberg y no buscó atención médica. Dicho de otra forma: a que alguien la dejó morir.- Pero sobre quién pudo ser, ni una pista.

Y así quedaron las cosas.

La muerte de la musa de la Nouvelle Vague se fue difuminando envuelta en los velos de un sórdido, triste e indescifrable misterio.

Hasta que en 1995 surgió una nueva teoría.

 

 

Según ella, el culpable directo no habría sido el FBI ni la Cía ni los desequilibrios de la actriz, sino el crimen organizado argelino.

Y es que Seberg, como dijimos, desde su divorcio con Romain Gary, -seguramente el hombre que más y mejor la amó (4)- había caído en una vorágine temeraria que la habría llevado incluso (en la última versión sobre su muerte) a relacionarse con las redes del narcotráfico procedentes de Argelia.

Así lo afirma, y escribe, Guy Pierre Geneuil, que fue guardaespaldas de la actriz, en su libro “Jean Seberg, mi estrella asesinada” publicado el citado año 1995.

Según Geneuil, Seberg visitó asiduamente Argelia durante sus últimos meses de vida (recordemos que su último amante era argelino) y al parecer llegó a tener amistades peligrosas. Entre otros, intimó con el Ministro de Exteriores y número dos del régimen, Buteflika, de cuya relación bromeaba afirmando que a lo mejor acababa siendo la esposa del presidente del país. El caso es que pocos días antes de morir, -sigue afirmando Geneuil-, Jean envió una carta angustiada a Romain Gary pidiéndole ayuda porque se sentía atrapada en el engranaje de la mayor red argelina de tráfico de drogas. Gary se habría puesto entonces en contacto con Jacques Chirac, amigo personal suyo y miembro en ese momento del gobierno gaullista, para que verificara esta información, pero no se llegó a aclarar nada y la muerte de Seberg, al considerarse inicialmente un suicidio, echó tierra sobre el asunto y no se investigó más. Las complicadas relaciones con Argelia tampoco lo aconsejaban.

La teoría de Geneuil, sin embargo, es que en realidad se trató de un asesinato: la dosis letal de alcohol que tenía en la sangre le habría sido inyectada por sicarios de narcotraficantes argelinos estrechamente vinculados al régimen (y se recuerda que, con o sin relación, Buteflika fue apartado del poder poco después de la muerte de Seberg bajo la acusación de haberse apropiado de fondos estatales).

Esta hipótesis, desde luego, resulta sugestiva y ofrece algunas respuestas, pero, más allá de vagos indicios que por sí solos no acreditan nada, no se sustenta en prueba alguna. Y tampoco se entiende por qué Guy Pierre Geneuil esperó 16 años a hacerla pública en forma de libro.

 

Aunque nada es imposible.

¿O acaso resulta más verosímil que el FBI, la Cía y el Fiscal General de EEUU, todos a una, decidieran destrozar la carrera, la reputación y la vida misma de una joven actriz por el simple hecho de haber ofrecido dinero a un movimiento antisistema, exactamente igual que hacía entonces buena parte de la intelectualidad americana de la época (5)?

¿Por qué ese ensañamiento con ella? ¿Por qué esa presión insoportable?

 

 


 

Diecinueve años antes de su muerte, Seberg había protagonizado un diálogo casi premonitorio:

– La última frase de Las palmeras salvajes es muy bonita: ‘Entre el dolor y la nada elijo el dolor‘. ¿Y tú?

– El dolor es una idiotez, elijo la nada. No es mejor, pero el dolor es un compromiso. Todo o nada (6)

Y aunque podamos imaginarnos a una Jean Seberg todavía entonces joven y feliz; por desgracia, el final de su escapada duró poco: su prematura muerte llegó tras años terribles de dolor y vacío a partes iguales.

 

 

(1)    Dicha Tasa sería 16 veces superior al actual máximo permitido en sangre por la DGT (0,5 gr/litro sangre).- El coma etílico suele producirse cuando el nivel de alcohol en sangre supera los 4gr/litro (fuente: http://congresovirtual.enfermeriadeurgencias.com/wp-content/uploads/2016/11/132.pdf)

(2)  Los Angeles Times tardó 50 años en reconocer su culpabilidad: en 2020, medio siglo después de la publicación de la noticia, publicó un artículo titulado “Cómo el FBI y Los Angeles Times destruyeron la vida de una actriz hace 50 años”, reconociendo que el redactor jefe del periódico de entonces decidió publicar la noticia sin verificar la información.-

(3)  El FBI decidió publicar documentos relacionados con la operación contra Jean Seberg amparándose en la Ley de Libertad de Información. Hoover ya había muerto y supuestamente la agencia intentaba distanciarse de sus prácticas del pasado.-

(4)   Incluso después de su separación, Gary le pagó los tratamientos psiquiátricos y le regaló un piso en el centro de París, en donde la actriz vivió en compañía del único hijo de ambos, Alexandre Diego Gary Seberg (París, 1963). Romain no la sobrevivió mucho tiempo. Se suicidó en 1980 de un disparo. Dejó una nota aclarando que no tenía nada que ver con la muerte de Seberg, aunque eso mismo no hace sino alimentar la duda de que no fuera así.

(5)  En Enero de 1970 Leonard Bernstein organizó una celebrada velada (luego parodiada por Tom Wolfe) en su lujoso piso de Manhattan para recaudar fondos y agasajar a los líderes de los Panteras Negras. En esas mismas fechas, Jane Fonda, convertida ya en activista de casi todo, se reconocía entusiasta partidaria de los mismos. Entre otros actores, tampoco les faltó el apoyo público de Marlon Brando.-

(6)  Diálogo entre los protagonistas de “Al final de la Escapada”, Patricia (Seberg) y Michel (Belmondo).-

 


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