Muchos son los rasgos que hacen absolutamente singular y sorprendente el caso que proponemos a continuación: un caso que sucedió a finales del siglo XX, pero que recuerda muchísimo a los crímenes de cien años antes en el Whitechappel victoriano que conoció a Jack el Destripador. Singular es que se hable de un asesino en serie en Portugal, un país que conoce en toda su historia menos de una decena de casos de esta índole, singular es la brutalidad que el asesino empleó con las víctimas, singular que siguiera con ellas un patrón tan definido como el que sólo hemos visto en Ted Bundy y, sobre todo, singular es que el presunto criminal confesara su autoría a consecuencia de que su hijo quisiera entrar en un Reality Show de Televisión.
Quizás si no hubiera sido por el segundo cadáver
nadie habría puesto demasiado ahínco en revisar el caso de la primera de las
víctimas. Tal vez porque el espectáculo era demasiado sádico, demasiado brutal,
y nadie quería pensar que se repetiría. Por eso, tal vez, la muerte de María
Valentina, a quien todos conocían por “Tina”, aquél pasado 31 de julio del
1992, había pasado casi desapercibida para la prensa y sin mucho revuelo por
los expedientes policiales. Nadie le prestó demasiada atención, o no quisieron
hacerlo. Tina apareció a la mañana siguiente detrás de una valla, en un bosque
de pinos cercano al pueblo de Santo Adriao. A Tina la estrangularon y le
golpearon el rostro varias veces con un objeto contundente. Una vez
inconsciente, pensando el asesino, tal vez, que estaba muerta, intentó abrirla,
produciéndole varios cortes que no lograron su propósito, por lo que acabó hundiéndole
con un fuerte golpe un objeto cortante entre su pecho y vientre y, luego, la
evisceró, extrayéndole muchos de sus órganos internos: concretamente, su
corazón, hígado, intestinos y vagina. Quien fuese había hecho todo eso allí
mismo, donde encontraron el cadáver, que parecía flotar en un inmenso charco de
sangre. No había rastros de semen y el objetivo no era el robo, porque la chica
guardaba en su zapato varios billetes que quedaron a la vista.
El Servicio de Prevención de Homicidios de la
Policía inició la investigación y encargó los análisis forenses a una
eminencia: José Sombreiro, quien afirmó que en sus 30 años de experiencia jamás
había visto algo así. Y eso que contaba, por entonces, unas 40.000 autopsias a
sus espaldas. A la policía llegaron muchas cartas con remitente desconocido y
se recibieron muchas llamadas que pretendían proporcionar alguna pista sobre el
caso. Todas fueron analizadas y ninguna resultó relevante.
La cosa quedó ahí, y se fue enfriando. Llegó el
nuevo año y seguro que todos brindaron por los nuevos propósitos y las nuevas
ilusiones. Cuando ya el caso sólo era recordado, tal vez, por los policías a
cargo de la investigación, en la mañana del 2 de enero de 1993, unos operarios
que trabajaban en las obras del Puente Ferroviario de Entrecampos, entonces en
construcción, encontraron otro cuerpo en las inmediaciones de una presa cercana
a la estación. Nadie dudó, ni siquiera en un primer momento, que se trataba de
una nueva víctima del mismo asesino. La segunda víctima también fue
estrangulada y le fueron eviscerados los mismos órganos que a Tina: el corazón,
el hígado, los intestinos y la vagina y, esta vez, también le extrajeron los
senos.
Sólo un día después de la aparición del segundo
cadáver, la Policía Judicial se hizo cargo del caso.
Durante la investigación, la Policía Judicial descubrió
que tanto Tina como la segunda víctima eran prostitutas y consumían
estupefacientes. Maria Fernanda, que así se llamaba la mujer que el destripador
atacó ese 2 de enero, además era adicta al juego y frecuentaba el bingo en
Lisboa. Esa noche, la ganancia de los dos clientes que había tenido se la había
dejado en el juego. Tuvo que volver a salir a la calle, ya de madrugada. A su
tercer cliente, Maria Fernanda le condujo a unos barracones que solían
frecuentar las prostitutas, sin iluminación y con restos materiales y biológicos
de más de 50 personas, lo que complicó enormemente el trabajo de la policía
científica. El cadáver de Fernanda, además, mostraba muchos más golpes que el
de Tina. El Destripador fue más cruel con ella y le propinó numerosos golpes en
el rostro y en el abdomen. El destripador utilizó, en esta ocasión, un cuello
de botella con el que desgarró de dentro hacia afuera los órganos internos de
la mujer, cuyo cuerpo presentaba cortes en el pecho de entre 4 y ocho centímetros
y otro en la región abdominal de 15 centímetros. Los investigadores pensaron
que podría tener conocimientos de anatomía aunque no tenía por qué ser,
necesariamente, un médico.
Encontrado un vínculo entre las víctimas (las
adicciones) seis agentes de la Judicial se entregaron día y noche
exclusivamente al caso. Se crearon varias brigadas. Contaron, también,
ocasionalmente, con apoyo del Departamento de Narcotráfico, que renunció a
emplear en otros asuntos a sus hombres de la brigada de vigilancia nocturna. El
coordinador de la investigación, Joao de Sousa, hizo que se interrogase a las
personas que habían conocido a Tina y a Maria Fernanda en el pasado, a los que
las trataban en el presente, a los posibles testigos… Los agentes siguieron
pistas que les condujeron a Cascais, o les devolvían a Lisboa, pero ninguna
parecía conducir a ningún lado que no fuera un callejón sin salida. La
policía trabajaba contrarreloj, porque
el veterano de Sousa sabía que los asesinos en serie suelen volver a actuar, no
se frenan fácilmente, ni siquiera cuando saben que la policía les respira en la
nuca. Los clientes de las prostitutas de Lisboa bajaron y éstas tenían que
salir más tiempo a la calle, lo que las exponía más. Nada pudo impedir, por
tanto, que, efectivamente, el Destripador se cobrara su tercera víctima.
Fue el 15 de marzo. Esta vez sólo habían pasado
dos meses y medio. Ese día, a apenas 100 metros del escenario del segundo
crimen, se descubrió en el patio trasero de un almacén de la Póvoa de Santo
Adriao (Odivelas), el cadáver de María Joao, de 27 años, compañera de piso de
la primera víctima. Había sido brutalmente golpeada hasta llevarla a la inconsciencia,
estrangulada y abierta con un objeto cortante para ser luego completamente
destripada. A los órganos de las dos víctimas anteriores y los senos, se sumó
ahora casi el resto de órganos, incluidos ambos pulmones de la víctima.
Nuevamente, la mujer ejercía la prostitución
callejera y también era drogadicta. Averiguaron también que compartían algo
más: todas eran seropositivas. El destripador tenía una clara preferencia por
un tipo determinado de mujer: joven, de baja estatura, morena, prostituta,
adicta a las drogas, enfermas de SIDA.
El destripador tenía, también, preferencia por
atacar en un territorio concreto, en el entorno de la presa, siempre de madrugada.
Se tomaba su tiempo para terminar su macabra matanza, sabía que no le iban a
descubrir o no temía que lo hicieran. Era, además, cuidadoso: no había sangre
en la escena del crimen salvo la de las víctimas, no se encontraron cabellos,
huellas dactilares u otros rastros que ayudaran en la investigación, ni tampoco
los guantes, que, seguramente, utilizaba. Era sádico. Las víctimas, según el
forense Sombreiro, estaban vivas, aunque inconscientes a consecuencia de los
golpes que les propinaba, cuando iniciaba su ritual de evisceración.
Los tres crímenes llamaron la atención de los
investigadores del Departamento de Análisis de la Conducta del FBI que en Marzo
incorporaron a la investigación a dos de sus agentes. Sospechaban que el
criminal que actuaba en Lisboa podría ser el mismo que había cometido otros
asesinatos anteriores en New Bedford (Massachusetts, Condado de Bristol,
Estados Unidos) en 1988, donde habita la mayor comunidad portuguesa en Estados
Unidos. Pensaron que estos delitos podría haberlos cometido un emigrante
portugués que habría regresado a su país después de cometidos los crímenes. Los
federales americanos mostraron a los policías fotografías de los crímenes de
aquella zona, trazaron un perfil del criminal (en opinión del autor de este
artículo, bastante pobre, al menos en lo que ha trascendido) que apuntaba hacia
un “portugués de raza blanca, con edad comprendida entre los 28 y 35 años, que
vive solo en el área metropolitana de Lisboa y en un apartamento alquilado”. (1) La Policía Judicial descubrió algunas cosas más:
y corrigió el perfil: "Hombre blanco, alto, de entre 30 y 40 años de edad.
Psicópata pervertido, Probablemente odia a las mujeres. Realiza cortes a las
víctimas en el pecho, vientre y vagina, zonas que simbolizan la fecundidad
femenina. Se sospechó durante algún tiempo que podría haber contraído el sida.
No entra en contacto con la sangre de las víctimas. Usa guantes. Le encanta el
protagonismo. Actúa solo y estrangula a las mujeres cuando se encuentran
practicando sexo oral. Nunca llega a violar vaginalmente a sus víctimas. El
asesino ha debido de tener extrañas relaciones con su madre" (2).
Además, descubrieron que el “escalpelo” utilizado era, en realidad, un simple
vidrio roto, quizás un trozo de botella. A pesar de esta colaboración y de que
se llega a producir una detención, no se consigue detener al culpable. Pero
tampoco parece que haga falta. Es asesino, como sucedió con el Destripador que
aterrorizó Whitechappel más de un siglo atrás, desapareció sin dejar rastro.
Ningún asesinato más. Ninguna prostituta muerta, al menos de esa sanguinaria
manera, en los años posteriores. Y la policía nunca pudo probar nada contra
ninguno de sus sospechosos.
Si la Judicial quería encontrar más asesinatos no
tenía que esperar al futuro, sino volver la vista atrás. Los crímenes del
Destripador de Lisboa se relacionaron después con otros dos asesinatos
similares ocurridos en 1990.
Tal vez, el asesino se marchase de Portugal. Durante
los años 1993 y 1997, se registraron otros crímenes que podrían vincularse al
mismo autor en diversos países europeos: Países Bajos, República Checa,
Dinamarca y Bélgica. En algún lugar de Internet hemos llegado a leer que
también podría haber actuado en España. Estos nuevos datos hicieron sospechar a
las autoridades europeas que el asesino lisboeta podría ser (o haberse
convertido en) un camionero que recorría largas distancias, pero ninguno de los
cuatro asesinatos que tuvieron lugar en otros países fueron resueltos, por lo
que toda conexión que pueda intuirse entre los crímenes es pura especulación,
por el momento.
Los crímenes del Destripador o, cuanto menos, los
canónicos, los tres sucedidos entre 1992 y 1993, prescribieron en 2007 y 2008,
una vez pasados 15 años, como marca el código penal portugués. Si cometió los
que se le atribuyen en 1990, éstos también prescribieron en 2005. Con eso,
parecía cerrado el caso del Destripador, pero, por inverosímil que parezca, la
historia estaba esperando una continuación aún más fascinante, cuando, en 2011,
un concursante de televisión acusó a su padre de ser el Destripador de Lisboa
y, más aún, el padre, José Guedes, confesó que, efectivamente, lo era.
Notas:
1) Según publica Javier García en el diario El País, el
14 de Mayo de 1996 bajo el título “Intensa cooperación internacional para
localizar a el Destripador de Lisboa” (en https://bit.ly/2YoLWap, consultado por última vez el 05/08/2019)
2) Ídem
[Ir a la Parte 2] ->
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