“Vivieron de una forma
autodestructiva; algunos directamente en caída libre hasta la locura o los
infiernos, otros, como Puskin o Larra,
aparentemente más moderados e integrados en sociedad, batiéndose en duelo o suicidándose; en
definitiva, acabando con una bala en la
cabeza por razones tan fútiles como románticas”. Esto nos dice nuestro
colaborador en este atípico artículo que revisa el vínculo entre la vida y la
muerte, muchas veces violenta, de muchos grandes literatos románticos. Pedro A.
Sillero se plantea qué tenía la muerte
que resultaba tan atractivo (en el sentido literal: atrayente) para estos
intelectuales que sembraron de talento toda una época y sorbieron la vida sin
freno.
Mientras que, pese a los límites del coronavirus, el
mundo melómano lleva meses celebrando el 250 aniversario del nacimiento de
Beethoven, con cierta aunque quizá insuficiente repercusión en los medios,
reina en cambio un silencio sepulcral sobre otro aniversario no menos importante.
Asumo que en materia de arte y cultura casi todo es
opinable, pero me cuesta entender este mutismo: afecta a fin de cuentas a otro
artista genial (como Beethoven), alemán (como él), nacido el mismo año aunque unos
meses antes, el 20 de Marzo de 1770, y por lo tanto sin excusas para aquello del “ya lo celebraremos” (Beethoven
nació en Diciembre); mantiene además presencia
en las librerías, y, para colmo, fue devuelto no ha mucho a la escena mediática
nada menos que por el Papa.
En efecto, Francisco sorprendió en una entrevista incluyendo
a Hölderlin entre sus lecturas favoritas.
Y, de hecho, lo ha citado en más de una homilía.
Pues bien. Nada. Como si no existiera
No lo entiendo. Hölderlin es un genio y, al igual que
el Papa, lo releo a menudo.
Si no lo han hecho, este final del confinamiento puede
ser una buena ocasión para descubrirlo. Léanlo. En serio. Hiperión tiene editada su obra en varios
libros de edición bilingüe, y Ediciones 29 sacó hace ya unos años un tomo de su
“Poesía Completa”, también bilingüe, que pese a no estar en realidad completa (falta
la obra de sus últimos años), ofrece en
cambio una excelente traducción.
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Hölderlin |
Hölderlin es un autor que se ajusta al arquetipo del
poeta romántico maldito: apenas conoció el éxito en vida, deambuló atormentado
y solitario por media Europa, sufrió los
inevitables reveses amorosos y acabó trastornado y encerrado desde los 36 años
hasta su muerte en 1843, primero en una clínica (unos meses) y el resto en la
buhardilla de un carpintero (¡) llamado Ernst Zimmer, bajo la protección de Isaac von Sinclair, su fiel amigo de la
juventud y auténtico ángel de la guarda. Pero incluso loco no dejó de escribir.
Sus poemas de los últimos años, los Poemas de la Locura, (muy bien editados en
Hiperión, por cierto) son una extraordinaria anomalía. Presentan un tono, una
métrica y un estilo muy distinto al de sus grandes composiciones románticas. Se
trata de breves poemas dedicados a la naturaleza, escritos con gran
delicadeza y con una sobriedad estilística
y un aire sereno y sencillo que sorprende de quien en esos momentos
probablemente sufría una esquizofrenia paranoide profunda. Son poemas que no guardan
la más mínima relación, por ejemplo, con
los de otro gran poeta loco, esta vez patrio, Leopoldo María Panero, salvo en
su brevedad: los de Panero crujen como un cristal, los de Hölderlin tienen la
textura de un dulce casero.
Pero entonces, Hölderlin ya no era Hölderlin. Era
Scardanelli. Y así firma estos poemas de fechas alucinadas (1648, 1671, 1778, 1940!!,
etc) De alguna manera, el primero murió en 1806, con 36 años.
Me extendería gustoso.
Pero como no estamos en un blog de literatura sino en
La Agenda del Crimen, todo lo anterior
no es sino introducción para el tema sobre el que realmente me propongo divagar,
lanzando al aire un guante con la esperanza de que nuestro querido coordinador
o cualquier otro colaborador con más luces que yo (lo pongo fácil) me de la
réplica y ofrezca unas respuestas a las preguntas de este artículo que de todas
formas, lo aviso, trata de poetas y escritores.
Porque sólo 7 años después de Holderlin, nace otro
romántico alemán: Von Kleist.
Shelley lo hace en 1792.
Byron, algo mayor, en 1788.
Pushkin en 1799.
Gerard de Nerval, más tardío, pero romántico hasta el
tuétano, nace en 1808.
Nuestro Larra lo hace en 1809, el mismo año que Edgar Allan Poe.
Y para los fines de este artículo aún cabría añadir a
Coleridge, a Leopardi y a alguno más.
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Mariano José de Larra |
Todos ellos, aparte de su condición de poetas o
escritores, y de formar parte de una misma generación (o, a lo sumo, de dos),
tienen en común su condición íntima e inequívoca de románticos: su
autenticidad; su emoción nerviosa; su pasión; su intensidad vital, su conflicto
psicológico; su inconformismo; su constante
estado de lucha interna, a veces también externa, y siempre extrema; su
coqueteo, en fin, con la fatalidad y la muerte.
Vivieron de una forma autodestructiva; algunos
directamente en caída libre hasta la locura o los infiernos, otros, como Puskin o Larra, aparentemente más
moderados e integrados en sociedad, batiéndose
en duelo o suicidándose; en definitiva, acabando con una bala en la cabeza por razones tan fútiles
como románticas.
Cuando Larra se suicida sólo tiene 27 años.
El caso de Pushkin resulta singular: el duelo que lo
mató era, según algunos registros, el nº 21, contando tanto los realizados como
los provocados y suspendidos. Para colmo, el duelista que acabó con él, aunque
había coqueteado públicamente con su esposa, era en realidad amante del embajador
holandés y, según algunas versiones, para evitar sorpresas, habrían manipulado
el arma de Pushkin, por lo que no tuvo ninguna opción. Otras
versiones, explican que Pushkin siempre ofrecía a sus oponentes el
primer disparo, y que en esta ocasión su suficiencia le costó la muerte. Tenía 37 años, y su mujer pasaba por ser la
más bella de toda Rusia.
Si no supera en patetismo al duelo de su obra mayor,
“Eugenio Oneguin”, ya me dirán. (1)
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Aleksnder Pushkin |
La palma, no obstante, se la llevan Von Kleist y
Nerval, cuya vida puede calificarse como un alucinado tránsito por el Tártaro,
un paseo extraviado por el reino de Hades del que no fueron capaces de salir
sino por medio del suicidio. Nerval ahorcándose, Von Kleist pegándose un tiro.
Como buenos arquetipos del Romanticismo, su vida es tan
intensa y excesiva que, aunque digna de una película, corre el riesgo de que nadie
la tome en serio:
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Nerval |
Nerval, periodista, traductor, poeta, novelista,
dramaturgo, y libretista de ópera entre otras muchas ocupaciones, se obsesionó
con la cantante Jenny Colon, a quien literalmente idolatraba, sin que eso le
impidiera intentar casarse, durante un viaje por Oriente, con la hija de un jeque sirio, ni comprarse en
El Cairo una esclava javanesa. En sus últimos años decidió dedicarse al estudio
de la cábala, el ocultismo y la magia mientras sufría depresiones, ataques de
sonambulismo y trastornos psicológicos cada vez más alarmantes, que le llevaron
al punto de sacar a pasear por las calles de Paris a una langosta atada con una
cinta azul, lo que le llevó directo al psiquiátrico y poco después a la muerte.
Nerval se ahorcó en 1855. Pese a todo, cumplió 46 años. Todo un récord.
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Von Kleist |
Von Kleist, por
su parte, militar, escritor (tiene unos cuentos espléndidos de los que “La
Marquesa de O” es, quizás, el más popular) y dramaturgo, contemporáneo de
Hölderlin y alemán como él, tuvo
igualmente amores atormentados, fracasos sonoros que lo llevaron al borde de la
miseria, y una vida errabunda por Alemania, Francia y Suiza. En Octubre de 1803,
con 26 años, se le ocurrió presentarse en el Canal de la Mancha, donde estaba
concentrándose el ejército napoleónico, para ponerse al servicio de Napoleón en
su fracasado proyecto de invadir Inglaterra. Poco después vuelve a Alemania
donde sirve al emperador Federico Guillermo III, aunque a duras penas porque
comienzan sus problemas psicológicos y se le empieza a ver como a un personaje
excéntrico y estrafalario. En 1807, de forma sorpresiva, es detenido acusado de
espionaje por los franceses (que en ese momento ocupan Alemania) y encerrado en
prisión durante 6 meses. Cuatro años más tarde, concierta suicidarse junto con
su amante, Henriette Vogel, entonces enferma, en las orillas del lago Wannsee,
a las afueras de Berlín. Esa mañana desayunaron tranquilamente, dieron un paseo
como si nada y a continuación Heinrich le pegó a ella un tiro en el pecho, para
acto seguido volarse la cabeza. Tenía 34 años. Henriette, 31. (2)
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Shelley |
Es cierto que Byron y Shelley no se suicidaron, pero
resulta igualmente indudable que vivieron al límite, en una búsqueda constante
del riesgo, de emociones intensas cuya consecuencia lógica sólo podía ser la
muerte. Por eso Shelley, en cuya biografía
hay raptos de menores (con las que luego se casaba, y les era compulsivamente
infiel), tragedias familiares, poemas incestuosos y una evidente inadaptación
social, con la consecuente necesidad de estar siempre en movimiento, en fuga; Shelley,
digo, que no sabía nadar, no dudó en construirse un barco y salir a navegar, hasta
que el 8 de Julio de 1822, poco antes de
cumplir los 30 años, una borrasca le sorprendió y pereció ahogado frente a las
costas de Italia. Su cuerpo fue incinerado en una playa cerca de Viareggio y se
le extrajo su corazón durante la cremación para que pudiera guardarlo su viuda,
Mary. Romanticismo y morbosidad una vez
más de la mano.
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Lord Byron |
No le fue mejor a Byron. Después de haber vivido todo
lo que se puede vivir, de haberse pasado todas las normas por montera, de
haberse acostado con media Europa y de
que incluso la sombra del incesto revoloteara sobre su cabeza, harto de una
vida diletante, y, como Shelley y los anteriores, incapaz de echar raíces y siempre
en movimiento, marchó a Grecia a luchar contra los turcos. Llegó con armas y dinero y fue recibido por
los patriotas griegos como un héroe, pero no llegó a disparar un tiro. A los
pocos días, con 36 años, pero con una vida que abarcaba siglos, fallecía de
unas fiebres tifoideas. Ni en
Westminster ni en Saint Paul quisieron enterrarlo, y su cadáver permaneció
varios días en Londres hasta que pudo ser enterrado en el panteón familiar.
Por cierto que Polidori, el criado de Byron, se les
había adelantado: se suicidó en 1821 tomando ácido prúsico. Tenía sólo 25 años.
¿Y qué decir de Poe?
Basta leer su obra para comprender que estamos ante un
personaje atormentado y fatal. La morbosidad, el gusto por lo tétrico, por lo
lúgubre, por lo enfermizo, lo patológico que encontramos en su narraciones y de
su poesía lejos de ser impostado refleja perfectamente el carácter de Poe. No
hay en su obra, ni en su vida, la más
mínima afectación; el alcohol y las tendencias suicidas le persiguieron sus
últimos años. Con todo, Poe pudo tener alguna oportunidad si su mujer, a la que
amaba profundamente, no hubiera fallecido en 1847. A partir de ahí, se desató en él la locura autodestructiva que culminó en
los extraños acontecimientos que rodearon su muerte el 7 de octubre de 1849,
después de ser encontrado en una calle de Baltimore 4 días antes, delirando y
en estado lamentable, tras dos días desaparecido. (3)
Algo mejor les fue a Coleridge y a Leopardi, pero la
lectura de sus biografías deja también un regusto amargo y despierta en el más
indiferente un sentimiento de lástima y piedad. La vida no fue amable con
ellos, pero su tortura no fue ni mucho menos sólo externa. Leopardi, además,
tampoco alcanzaría la barrera de los 40.
Muerte y Juventud
Locura y Juventud
Juventud y Patetismo
Amor y Muerte
Amor y Sufrimiento
Romanticismo
Eros y Thánatos
¿Por qué tanta zozobra, tanto fatalismo?
¿Acaso formaba parte ineludible de la condición de
“romántico”?
¿Existe relación, como a veces se escucha, entre el
genio y la locura o la excentricidad?
Si buscamos similitudes en otras épocas, podemos tener
la tentación de encontrarla en el mundo del rock y el punk de finales de los 60
y la década de los 70. El lema, vive deprisa y deja un bonito cadáver, parece
que encaja en las personalidades románticas que hemos descrito…, pero sólo
aparentemente. El hedonismo salvaje y vacío que estaba detrás de la mayoría de aquéllos
cantantes no encaja en los ideales románticos, ni siquiera en el de un Byron
(el más hedonista de todos) que acabó sintiendo la necesidad de jugarse
literalmente la vida por un ideal. Porque el Ideal, aunque pudiera ser en
ocasiones impreciso y fantasmagórico,
siempre estuvo muy presente en nuestros poetas. Y aunque es cierto que unos y
otros compartieron un punto de insatisfacción y de rebeldía, para los
románticos la “diversión” no fue nunca
una prioridad, más bien todo lo contrario, y desde luego, --una vez más con la excepción de Byron--,
por encima del sexo, muy por encima, estuvo siempre el amor.
Tampoco encontramos en estos cantantes preocupación
por la Trascendencia (no confundir con el éxito, que es a la Trascendencia lo
que el spaguetti western es al western). No me imagino a ninguno de ellos
suscribiendo el epitafio de Von Kleist (“Ahora, ¡oh inmortalidad!, eres toda
mía”) El lema de los 60/70 implicaba vivir a tope el presente, pero sólo el
presente, porque no hay nada más. Esto a un romántico le habría horrorizado.
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Edgar Allan Poe |
Finalmente, la obsesión por el alcohol y las drogas
está igualmente ausente en la mayoría de los románticos. Poe o Coleridge son
más la excepción que la norma.
Estas diferencias sirven también para alejarlos de los
escritores de la Generación Beat, con la que, también de una forma superficial,
podrían encontrarse similitudes.
Y, en fin, aunque quizás las coincidencias sean más
notables, en tanto en cuanto vienen a ser una especie de herederos, tampoco me
parece equiparable el universo romántico con el de los poetas malditos
franceses del último tercio del XIX ni
con los decadentistas, con Oscar Wilde a la cabeza. Los primeros, con su
absenta y su opio, huían de un spleen y un aburrimiento que jamás conocieron
los románticos. Los segundos hicieron de la provocación una elegante cuestión
de estilo, viviendo con una afectación y una superficialidad que habría
irritado a nuestros poetas (salvo, quizás, a Byron).
Y sin embargo, lo original es que habiendo mucha más
distancia temporal entre los autores de finales del XIX y Hölderlin, Von Kleist,
Byron y compañía, que entre éstos y sus predecesores de finales del XVIII, resulta
indiscutible que existe mucha más afinidad y coincidencia con los primeros que
con los segundos. Por mucho que nos
esforcemos nos resulta imposible pensar en un Jovellanos pegándose un tiro por
un desengaño amoroso, mientras que la posibilidad de que Voltaire se batiera en
duelo con el pretendiente de alguna de sus amantes nos provoca, como mínimo, una
sonrisita escéptica. Pero Verlaine dejó
a su mujer para huir con Rimbaud y luego pegarle un tiro, antes de que éste
abandonara la literatura para hacerse traficante de armas en África
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Rimbaud y Verlaine |
Y todavía Yeats, cien años después del colapso mental
de Hölderlin, se consideraba uno de los románticos, y Rubén Darío escribía entonces “Románticos somos, ¿quién que Es, no es
romántico?” (4)
¿Qué tienen estos románticos para que estén tan lejos
y al mismo tiempo tan cerca de nosotros?
Su coqueteo con la muerte y la locura es un misterio.
Es obvio que no todo el mundo a comienzos del XIX solucionaba sus desengaños a
tiro limpio. Y el fatum que les
persiguió no es producto del pesimismo vital
ni del tedio que tanto pareció afectar a las generaciones posteriores.
De hecho puede decirse que eran optimistas a su manera: de otra forma no
habrían perseverado en sus intentos creativos a pesar de los fracasos y de la miseria a la que en
ocasiones les llevaba. Hölderlin escribía que “por desgracia estoy solo y ya
nada me inspira; este es mi mal”, o que “vivo para buscarte, como la sombra
errante/ y desde hace mucho todo ha perdido sentido”, pero también que “la
alegría dura más que la cólera y la pena/cada día que pasa es un día de oro” (5)
Una parte de su cerebro, como el de sus compañeros de
generación, amaba intensamente la Vida. La otra pensaba en la Muerte.
¿Fueron acaso el producto de un contexto cultural e
ideológico muy concreto, de una reacción pasada de rosca contra el racionalismo
ilustrado? Sin duda el Romanticismo surge como reacción contra la Ilustración en
ese movimiento pendular que se da en la Historia y que describe Hegel. Pero
aparte de que soy de los que piensan que las personas crean la Historia y no al
revés, no todos sus contemporáneos participaron de un mismo estilo ni de su
misma psicología. Como hemos indicado,
al común de las gentes de las primeras décadas del XIX no se le pasaba por la
cabeza la idea de pegarse un tiro por un desengaño, ni acostumbraban a retar a
duelo a sus congéneres, ni vivían de una forma excéntrica y/o errante. En
realidad, la mayoría vivía una vida muy antirromántica.
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Pistolas de duelo del siglo XIX |
¿Acaso se trató entonces una moda circunscrita a una parte
del mundo artístico? Tampoco lo creo; tal consideración podría valer para la afición
por el duelo. Pero la locura no es una moda. Y la autenticidad que desprenden
las biografías de estos poetas despeja cualquier impostura.
Estos artistas hacían lo que hacían porque creían en ello y
porque no podían evitarlo, aunque eso les llevara a la miseria o a la
desesperación.
¿Tal vez, como plantea la película Remando al Viento,
les persiguió, como un monstruo, un destino fatal, una especie de maldición
surgida no se sabe de dónde?
Casi dan ganas de pensarlo si tenemos que en cuenta
que no sólo los ya descritos, sino también Keats, Novalis, Robert Burns,
Espronceda y Bécquer, entre otros más, murieron prematuramente. (5)
Pero ya no creemos en fantasmas ni en maldiciones.
¿Se trata sólo de casualidades, de coincidencias de
carácter y destino?
Se me antoja que hay demasiadas coincidencias.
¿Entonces?
Entonces, lanzo el guante y cierro como empecé con
Hölderlin y unos versos que definen muy bien a estos artistas singulares:
Nosotros, en cambio,
en ninguna parte hallamos reposo.
Los hombres dolorosos
Se borran y caen
Ciegamente impulsados
Hora tras hora
Como el agua que va
De peña en peña resbalando,
Y mientras pasan los años
Ceden a lo Incierto. (6)
(1)
Sobre la morbosa afición romántica por los duelos, cabe
destacar el magnífico relato de Conrad, Los Duelistas.
Como síntoma señalemos que ni siquiera Heine, que acabó renegando
del romanticismo y ridiculizándolo, se
libró en su juventud de dicha moda, llegando
a retar a duelo a un compañero de
universidad que se burlaba de su origen judío, lo cual le supuso su expulsión
de la misma.
(2)
Stefan Zweig tiene un libro interesantísimo titulado “La
lucha contra el dominio” en el que analiza la caída a los infiernos de
Holderlin, Von Kleist y Nietzsche. Su estudio, no obstante, es individual, no de conjunto.
(3)
Sobre los últimos días de Poe hay una película de 2012, El
Enigma del Cuervo, que aunque endulza al personaje, realiza un planteamiento
atractivo y cuenta con una magnífica interpretación
de John Cusack.
(4)
“La canción de los pinos” (del libro, El Canto Errante)
(5)
Los versos pertenecen al poema “Quejas de Menón por Diótima”.
Ed. Ediciones29. Colección Libros Río Nuevo.
(6)
Última estrofa del “Canto del Destino”. Ibidem.
Brahms puso música a este
poema en su Opus 54, consiguiendo una de sus mejores composiciones. La versión
de Claudio Abbado con la New Philharmonia Orchestra (Remasterizada en CD de
Decca 1991) es insuperable.
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