Ars Moriendi 8: El Caso Webern. Una tragedia doble

Podríamos esperarnos que un activista, un político, un periodista incómodo para el poder o alguien que perteneciera a una minoría reivindicativa quisiera ser asesinado. Pero tal vez nadie supondría que un músico, que nunca se había visto envuelto en más asuntos públicos que los debates por la calidad de su propuesta musical, revolucionaria y sorprendente, recibiera un disparo a la puerta de la casa de su familia. Es lo que le sucedió, sin embargo, a Anton Webern. ¿Quiere saber por qué? Continue leyendo.

 


Por Pedro Antonio Sillero.- La noche del 15 de Septiembre de 1945, un hombrecillo maduro de aspecto apacible salió al porche de la casa que unos familiares tenían en Mittersill, una pequeña localidad austriaca cercana a Salzburgo, con la inofensiva intención de fumarse un cigarro tras haber terminado su cena. Al ir a encenderlo, escuchó unas palabras en idioma extranjero que no entendió, se giró y, acto seguido, recibió tres balazos en el abdomen.

Herido de muerte, consiguió, pese a todo, entrar en la casa:  ”Ich wurde erschossen” (me han disparado) dijo. Su  hija le puso en una cama. Sangraba profusamente. “Es ist aus”  (se acabó) fueron sus últimas palabras. Cuando llegó la ayuda médica, ya había fallecido.  Los tres agujeros de las balas quedaron largo tiempo  marcados en la fachada de la casa, justo a la derecha de la puerta principal.

El fallecido era Anton Webern,  padre del Dodecafonismo, estilo musical que, para bien o para mal, revolucionó la música clásica en la primera mitad del siglo XX.

 

El autor de los disparos fue el soldado de primera Raymond Norwoold Bell, del Séptimo Ejercito de Infantería de EEUU; cocinero de profesión antes de enrolarse en el ejército.

Puesto que la Guerra hacía ya 4 meses que había terminado en Europa, la pregunta es obvia: ¿qué ocurrió esa noche para que uno de los músicos más importantes del siglo, un hombre pacífico que jamás había empuñado un arma, cayera acribillado por un soldado americano?

 

El caso contrasta con lo sucedido a otro genio de la música clásica, Richard Strauss, y que es digno de recordarse:

El 30 de abril de 1945, el mismo día en que Hitler se suicidaba en su bunker de la Cancillería en Berlín, las tropas americanas de la 103ª División de Infantería y la 10ª División Acorazada entraban en Garmisch (en el estado de Baviera, Alemania), donde residía el compositor, buscando casas donde alojar a sus tropas.

Al llegar a la  Zoeppritzstraße 42, una patrulla comandada por el teniente Milton Weiss  llamó a la puerta con la intención de ocupar la vivienda. Cuando se abrió, apareció  un  anciano de bigotito cano que les espetó: «Soy Richard Strauss, el compositor de El Caballero de la Rosa». Por fortuna, el teniente era  músico y le reconoció al instante. Y es fácil comprender la emoción que debió sentir al encontrarse de súbito, frente a frente, con uno de los compositores vivos más importantes, con un genio de fama mundial. Bien pudo pensar que los dioses, después de tantos días de sufrimiento, sangre, suciedad y muerte, habían decidido hacerle un regalo por todo lo alto…

De manera que en el césped del jardín fue colocada una marca para proteger al compositor, y la casa no sólo quedó libre de ocupación, sino que de hecho se convirtió en un lugar de reunión de soldados y oficiales; músicos profesionales, unos; aficionados, otros, o simplemente melómanos, que desfilaron  embelesados durante días y semanas llevando regalos al maestro, quien, con algo de fastidio, les compensaba invitándoles a tomar el té y se sometía pacientemente a sus preguntas (1).

 


 

 

Por desgracia, Anton Webern nunca tuvo la popularidad de Richard Strauss, y sus  composiciones, complejas y abstractas, sólo resultaban accesibles para un público muy minoritario y entendido, entre el que, desde luego, no se incluía el soldado de primera Raymond Norwoold Bell, quien, a diferencia del teniente Milton Weiss, jamás tuvo a la música clásica entre sus aficiones.

Pero Raymond Norwoold Bell no era un criminal, ni siquiera un mal tipo, y lo sucedido aquella noche le atormentó toda su vida. Quedó marcado como el soldado que mató a un hombre desarmado que  para colmo era un genio de la música, nada menos.-

Tras regresar a su país, Bell comenzó a beber hasta muerte, en 1955, con sólo 39 años, y a consecuencia de una peritonitis aguda relacionada con su alcoholismo. Según contaba su esposa, cada vez que se emborrachaba caía en un estado de depresión, ansiedad y arrepentimiento por lo que sucedió en Mittersill aquella noche de septiembre de 1945.

Pero entonces, ¿qué fue lo que pasó?

 

Aquel 15 de Septiembre de 1945, el soldado Bell formaba parte de la patrulla del sargento Murray,  a quien habían  ordenado el arresto de un contrabandista local, un tal Benno Mattel. Bell se había pasado la mayor parte de la guerra destinado en cocinas, y su experiencia con las armas era reducida.- Había llegado con su unidad, a finales de agosto, como reemplazo al pequeño pueblo de Mittersill, junto al río Salzach, una zona aparentemente tranquila, y allí  llevaba, hasta aquel día, una existencia anodina.

Webern, por su parte, había conseguido llegar desde Viena en la primavera de ese mismo año huyendo de los bombardeos aliados y de los saqueos que se repetían a diario, con total impunidad, y de los que no se libró su vivienda. En esa pequeña localidad alpina había conseguido reunir a diecisiete miembros de su familia. Faltaba su hijo Peter, caído en el frente ruso un año antes, pero allí estaban, además de su esposa, sus tres nietas pequeñas, sus dos hijas mayores y sus respectivos maridos. Una de sus hijas, Christine, estaba particularmente feliz por el regreso del frente, sano y salvo, de su marido llamado… Benno Mattel.

 

Anton Webern con sus hijos

 

 El 15 de Septiembre,  Christine invitó a sus padres a cenar en su casa que estaba situada  junto al mercado, en el 101 de Am Markt.

La patrulla del sargento Murray, formada por 6 soldados, tenía perfectamente  localizada la casa de Benno, por lo que esa noche llegaron con facilidad al  101 de Am Markt, junto al mercado de la localidad. Bell se quedó haciendo guardia en el jardín delantero con el fusil M1 en sus manos. Habituado a las cocinas, es fácil imaginar su nerviosismo mientras deambulaba escrutando entre las sombras por si el contrabandista intentaba huir.

Dentro de la casa, hasta ese momento, todo se desarrollaba con afable regocijo. Benno ha recibido el chivatazo de que iban a por él, y quizás por eso esa noche regaló una caja de puros a su suegro. De contrabando, naturalmente. Después de la cena acostaron a las niñas y descorcharon una botella de vino.

A partir de ese momento, hay dos versiones de lo ocurrido. Según una, antes de la llegada de los americanos, Webern decidió estrenar los puros de su yerno y su mujer le pidió que saliera al porche para no molestar con el humo. Según otra, fue la llegada de la patrulla lo que hizo que Webern decidiera ausentarse para no verse involucrado.

Fuera por el motivo que fuera, cuando  sale lo hace para fumar a solas. Lleva el cigarro en la mano izquierda. El  soldado Bell, que ronda a unos metros de distancia, no puede identificarlo en la oscuridad. Le grita, entonces, en inglés “Usted no puede salir”, y cuando Webern, que no le entiende, se gira hacia él, advierte en su mano derecha un objeto brillante, metálico; un arma quizás. Entonces dispara tres veces.

El objeto brillante era un mechero de plata.

 


 

El ejército americano abrió una investigación, y pese a que Webern iba desarmado y Bell le sacaba casi dos cabezas, éste insistió en que actuó en defensa propia. Al final, se consideró lo sucedido un trágico error y por todo castigo se le obligó a permanecer confinado en el cuartel durante un período de tiempo después del tiroteo,  hasta que se le permitió regresar a su ciudad natal de Mount Olive, Carolina del Norte, donde, después de la guerra, se convirtió en cocinero de un restaurante, y donde, como hemos visto, no dejó de revivir lo sucedido aquella noche como su peor pesadilla.

Nunca se ha sabido exactamente si Webern estaba el tanto de las actividades ilegales de su yerno, ni si conocía o no que había sido descubierto por los  americanos y que se había acordado su detención; tampoco si Benno  tenía noticia del momento elegido por aquéllos para hacerlo y, en consecuencia, si la cena la convocó intencionadamente a modo de despedida familiar o si fue sólo una casualidad. En realidad eran detalles a los que no se ha dado mucha importancia.

Sin embargo, tiempo después, ha salido  a la luz otra versión de la historia más inquietante, según la cual ni  Webern sería muy inocente ni su salida al aire libre habría sido por casualidad. Según el violinista Louis Krasner (que encargó y estrenó el concierto para violín de Alban Berg, amigo y colega de Webern), un hijo de Arnold Schönberg (otro amigo y colega de Webern), que habría estado un tiempo en la casa de los Webern, le habría contado que el yerno de Webern, Benno, era, en realidad, un fanático nazi que tenía escondido un arsenal de armas y granadas, y además colaboraba muy activamente (como descubrieron los americanos) con el mercado negro. La noche del 15 de Septiembre, según esa versión, oyeron acercarse a la patrulla, y para evitar que su yerno fuera arrestado, Webern salió al jardín para distraer a los soldados mientras el pariente huía. Fue en ese momento cuando se produjo el tiroteo. Webern habría estado al tanto de todo y habría intentado ayudar a su yerno nazi.

Esta versión no lo deja en buen lugar, desde luego, pero no me parece totalmente creíble. Al menos, no en todos sus extremos. Tal vez Webern quiso ayudar a su yerno, pero que compartiera o aceptara sus supuestos ardores nazis (que no están probados) resulta muy discutible, habida cuenta de los problemas que había sufrido bajo el régimen nazi que calificó a su música de “degenerada”  y  puso todo tipo de obstáculos a su trabajo. Al contrario que Strauss que, pese a sus contactos con judíos (incluso familiares), fue  hasta cierto punto protegido por el régimen, Webern sólo obtuvo de éste desprecio y ostracismo.

Lo  cierto es que la muerte de Webern puede sumarse a la de otros grandes músicos, a los que el destino maltrató recurriendo a la fatalidad caprichosa, desafortunada o directamente trágica (véase mi artículo sobre Tchaikovsky publicado en esta misma serie de Ars Moriendi).

 

La del soldado Bell, en cambio, se queda en esa fosa común en la que yacen los desgraciados a los que ese mismo destino añade a la fatalidad caprichosa, desafortunada o directamente trágica, el veneno del remordimiento y el velo opaco del anonimato.

 

 


 

 

Notas

(1) Uno de estos visitantes era John de Lancie, oficial de cuerpo de inteligencia y oboísta de la orquesta de Pittsburg en la vida civil. En el transcurso de una conversación le preguntó si había pensado alguna vez en componer un concierto para oboe, a la vista de los bellísimos solos que confía a este instrumento en sus obras orquestales como Don Juan o Don Quijote, a lo que Strauss le contestó con un lacónico «no». Punto.

Unos meses más tarde, Strauss componía su primer y único Concierto para oboe y se lo dedicaba a "un soldado americano, oboísta de Chicago" (confundió Pittsburg con Chicago). Poco después, cedió incluso los derechos para el estreno de la obra en los Estados Unidos al propio De Lancie.

Strauss era así.

 

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