JACK EL DESTRIPADOR CONTRA EL ADN



 Por: Antonio Garcia Sancho

En 2014, un escritor que se dedica a investigar crímenes del pasado, Russell Edwards, publicó una obra en la que afirma haber encontrado ADN de Jack el Destripador en una prenda sustraída a una de las víctimas del mítico asesino tras el crimen. Al analizar la evidencia, Edwards se convenció de que había resuelto un enigma de más de 125 años: la identidad del Destripador de Whitechapel. El ADN pertenecía a Aaron Kosminski, un barbero, judío polaco, que acabó sus días en una institución psiquiátrica y que ya era uno de los principales sospechosos de la policía de la época. Pero ¿es concluyente su investigación? ¿Burlará, una vez más Jack a los investigadores que no han dejado de perseguirle desde aquel lejano agosto de 1888 en que actuó por vez primera? 

 

Jack el Destripador es el sobrenombre de un asesino en serie al que se atribuyen cinco asesinatos de mujeres en el barrio londinense de Whitechapel durante el otoño de 1888. Una de las noches en las que actuó, la del 30 de septiembre, se la conoce como la noche del “Doble evento”, porque Jack actuó dos veces y mató a dos mujeres con una diferencia de unos 45 minutos. La policía le andaba siguiendo tras aparecer el cuerpo de la primera víctima de aquella noche, el de Elisabeth Stride. El cadáver de Catherine Eddowes, la segunda de las víctimas de la furia de Jack aquella noche, apareció poco después en un patio de Mitre Square.

 

El chal

Al parecer, junto al cadáver de Eddowes apareció, también, un chal de seda con un estampado floral. El paño fue recogido por el sargento de la policía Amos Simpson, quien se lo dio a su mujer. Esta le recortó una parte manchada de sangre y después la prenda fue pasando de generación en generación hasta que un tataranieto la cedió al Museo del Crimen de Scotland Yard, más conocido como el “Museo Negro”, un espacio, dentro de las instalaciones de la propia sede de la Policía Metropolitana de Londres, que da cabida a una colección privada de objetos relacionados con crímenes famosos del Reino Unido. No es un museo al uso, porque rara vez abría al público, al menos hasta 2014, año a partir del cual ya es visitable, aunque ha de reservarse la entrada con una semana -al menos- de antelación y presentar el DNI. Se utiliza, sobre todo, para la formación de la policía y expone elementos como armas, artefactos de investigaciones notables y, en el pasado, los cráneos de criminales famosos.

 

En 2007, un investigador llamado Russell Edwards, tuvo noticia de la existencia de esta prenda y consigue adquirirla. El chal se compone, a día de hoy, de dos piezas, una de ellas, presuntamente, sería el trozo cortado por la señora Simpson; muestra un estampado floral y, por su alto valor, Edwards imagina que es posible que no perteneciera a Eddowes, una mujer de baja extracción social y que se prostituía eventualmente porque andaba siempre sin dinero. Por tanto, se conjeturó que, tal vez, se lo habría regalado el asesino, con la finalidad de atraerla, abandonándolo luego junto al cadáver. Según Edwards, uno de los agentes del caso, el sargento de la policía Amos Simpson, lo recogió de la escena y luego la prenda fue pasando de generación en generación, de madres a hijas, hasta que, en 1997, David Melville-Hayes, el último miembro de la familia en ese momento, la donó al museo y la acompañó de una carta que se abre con la siguiente afirmación:

 

“A quien pueda interesar:

Quisiera confirmar que yo, David Melville-Hayes, soy el sobrino tataranieto del Sargento Interino Amos Simpson, que llegó a ser el propietario del dicho chal de Catherine Eddowes después de que fuera tomado de su cuerpo”.

 

Una vez adquirido el chal, Edwards se lo cedió a Jari Louhelainen, investigador de la Universidad de Liverpool (Reino Unido) para que buscase ADN en la prenda, encontrando en el chal rastros de semen que, lógicamente, pensaron los investigadores, debió de pertenecer al asesino. Edwards logró la colaboración de la familia Eddowes y de la familia Kosminski. La tres veces tataranieta del sospechoso prestó su ADN para una comparativa. Así, una vez completado el estudio, en 2014, Edwards escribió el libro Naming Jack the Ripper (“Poniendo nombre a Jack el destripador”), en el que aseguraba que Kosminski era el asesino de forma “categórica, definitiva y absoluta”, según afirmó para el diario The Independent.

 

Según Edwards y Louhelainen los análisis de ADN de ese chal coincidían en un 99% con los de Kosminski. En 2019 se repitieron los análisis y se llegó a la conclusión de que era semen de Kosminski con un 100% de seguridad. 

En febrero de 2025 la familia de Kosminski pidió que se reabriera de nuevo el caso a raíz de nuevos análisis de ADN que Edwards dice haber realizado que confirman la identidad de Kosminski como la persona a quien pertenece el semen hallado en el chal.



 

Posible fotografía de Catherine Eddowes

 

Las Objeciones

Se pueden hacer tres conjuntos de objeciones a la validez condenatoria de la evidencia forense: criminológicos (de análisis de la escena del crimen y procedimiento policial); forenses (procedimentales y técnicos con respecto al ADN) y personales (sobre la fiabilidad de la fuente que proporciona la evidencia)

 

1/ Objeciones Criminológicas

 

Primera objeción: No figura el chal en la relación de pertenencias de la víctima.

 

Se ha de decir que la escena del crimen de Eddowes fue, posiblemente, junto con la de la quinta víctima, Mary Jane Kelly, la mejor custodiada por la policía. Primero porque fue un agente el que descubrió el cuerpo y luego porque se trataba de un patio cerrado al que solo se accedía por una calle y era fácil de cerrar por parte de la policía. De hecho, se menciona en los informes del inspector que se hizo cargo del caso en la escena, el inspector Collard, cómo se dejó a la ciudadanía fuera. El propio Collard fue quien, minuciosamente, realizó inventario de todos los objetos encontrados en la escena y que pertenecían a la víctima. Tanto de cómo iba vestida como de lo que se encontró en sus bolsillos. Ni rastro del chal. Reproducimos el inventario al completo:

 

Ropa y posesiones que llevaba encima en el momento de la muerte:

Sombrero de paja, negro, con ribetes de terciopelo negro y verde, con abalorios negros. Atado con cuerdas negras, muy ajustado.

Chaqueta negra con ribetes de imitación de piel alrededor del cuello y los puños, y alrededor de los bolsillos, del mismo tipo y con seda entretejida. Botones grandes y metálicos.

Falda algodonada, de verde oscuro. Tres volantes. La falda llevaba representaciones de margaritas y lirios.

Chaleco de hombre, blanco, con botones.

Corpiño de cuero marrón, cuello negro con botones marrones en la parte delantera.

Enagua gris con cintura blanca.

Falda verde de alpaca, muy vieja (llevada como ropa interior).

Falda azul muy vieja y gastada, con volantes rojos (llevada como ropa interior).

Camisa blanca de percal.

No llevaba ropa interior ni corsé.

Botas de hombre, lazos de mohair. La bota derecha se reemplazó con hilo rojo.

Un trozo de gasa de seda llevada como pañuelo de cuello.

Un pañuelo grande, blanco con detalles rojos y blancos.

2 bolsillos de percal, sujetos con cuerdas.

Un bolsillo con rallas azules.

Medias marrones, adornadas en los pies con algodón blanca. 

 

Posesiones de la víctima

Dos pequeños bolsos azules.

Dos pipas pequeñas, negras.

Una cajita con té.

Una cajita con azúcar.

Una caja de cerillas, vacía.

12 trozos de trapo blanco, algunas algo manchadas de sangre.

Una pieza de lino basto, blanco.

Una pieza de tela para camisa, azul y blanca.

Una pieza de franela roja con alfileres y agujas.

6 piezas de jabón.

Un pequeño cepillo de dientes.

Un cuchillo de mesa, blanco.

Una cucharita de te, de metal.

Una caja para guardar cigarros, de cuero, con elementos de metal.

Una bola de cáñamo.

Varios botones y un dedal.

Una caja de mostaza con dos papeletas de empeño, una a nombre de Emily Birrell, del 52 de White's Row, fechada el 31 de agosto, nueve peniques por una camisa de franela. La otra estaba al nombre de Jane Kelly del 6 de Dorset Street y fechada el 28 de septiembre, dos chelines por un par de botas de hombre. Ambas direcciones son falsas.

Un papel impreso y según la prensa, una postal para "Fran Carter, 305, Bethnal Green Road".

Trozo de unas gafas.

Un mitón rojo

 

La única coincidencia posible entre los 36 objetos que se enumeran, podría ser alguno de los dos pañuelos que se citan. Uno de ellos, lo podríamos confundir con el chal por el color: “pañuelo grande con fondo blanco y detalles en rojo y blanco”, si bien no se describe como chal sino, claramente como pañuelo y en ningún momento se explicita que se trate de un pañuelo de seda; y, el segundo pañuelo, porque resulta ser de gasa de seda, pero del que también se nos dice que se usaba como pañuelo al cuello. Por estas descripciones, debemos desestimarlos como candidatos a chal: el primero por no ser de seda y el segundo por ser demasiado pequeño como para confundirlo con un chal de dos metros como el adquirido por Edwards, además de ser de “gasa” de seda, es decir, de una tela traslúcida que tampoco coincide con la pieza del chal. Muchos investigadores han descartado, por tanto, que este chal perteneciera, realmente, a la víctima.

Sin embargo, Edwards, tras constatar esta ausencia, afirma que se interesó realmente en el chal cuando advirtió que en la prensa de la época se habla de que el estampado del vestido era de “chintz” verde (algodón con ligamento de tafetán) con estampado de una flor llamada “margaritas de San Miguel”, justo el mismo estampado del chal. Así figura, por ejemplo, según cita, en la crónica del East London Observer del día 6 de octubre de 1888. Alli, en efecto, leemos lo siguiente:

 

“Her dress was made of green chintz, the pattern consisting of Michaelmas daisies”.

 

Edwards se agarra a este clavo ardiendo para afirmar que el chal, con los mismos motivos, las “Michaelmas daises” o flores de San Miguel, sí estaba en la escena. Pero, ni un vestido es un chal, ni el tafetán es seda y, por otro lado, atribuir más verdad a una fuente de prensa (que es una fuente indirecta) que a una fuente oficial (fuente directa) que ha demostrado ser minuciosa, no demuestra un espíritu muy científico.


Flor de San Miguel


Por añadidura, citaremos también aquí que la curiosidad de Edwards se acentuó cuando descubrió en la Enciclopedia Británica que el “Michaelmas” es el nombre dado a la festividad de San Miguel en la iglesia cristiana ortodoxa, que lo celebra el 8 de noviembre. La festividad de Miguel, Gabriel y Rafael en la iglesia católica o la de San Miguel y Todos los Ángeles en la iglesia anglicana, se celebra, en cambio, el 29 de septiembre. ¡Edwards había encontrado su “Eureka”! Resulta que la fecha de la noche del doble evento era el 30 de septiembre, aunque Edwards conjeturó que Jack pudo salir a la caza de sus víctimas cuando aún era la noche del 29, San Miguel. Pero, además, a Mary Jane Kelly la asesinaron la noche del 9 de noviembre; si Jack hubiera iniciado su caza en la noche del día 8, también sería la festividad de San Miguel para los ortodoxos.

Cualquier mente no conspiranoica podría preguntarse, sin embargo, por qué Jack no salió la noche del 28 de septiembre y la del 7 de noviembre para perpetrar los asesinatos las fechas significativas y no horas después, cuando ya era otro día. Podría preguntarse, también, qué tendrá que ver San Miguel con San Ramón Nonato (fecha del asesinato de Polly Nichols, primera víctima, o con la Natividad de la Virgen (8 de septiembre, fecha de la muerte de Mary Ann Nichols). Tampoco si miramos el santoral del día anterior encontramos a San Miguel. Y también podríamos preguntarnos, si no somos conspiranoicos, por qué un judío como Kosminski, caso de ser Jack, mataría en fechas significativas para las comunidades cristianas y no para los judíos.

Como colofón de esta primera objeción, cabría añadir que el propio Edwards (p. 130-131) reseña una entrevista con el conservador del Training Museum de Scotland Yard, en cuyos almacenes había permanecido el chal tras ser donado por los descendientes del sargento Simpson donde Alan MacCormack, que así se llama el curador, le reconoce que la pieza no se ha exhibido porque nunca se ha vinculado con el caso, ni se le han practicado pruebas de ADN ni similares y que, en cualquier caso, si hubiera sido exhibida, hubiera tenido que hacerse empleando el término “se alega” en lugar de “procedente de”, por las dudas sobre su autenticidad. Preguntado directamente por Edwards, MacCormack dice que no podría ni afirmar ni negar la autenticidad del chal.

En resumen: la procedencia del chal es más que dudosa.

 

 

Objeción segunda: la cadena de custodia.

 

Concediendo que, efectivamente, estuviera en la escena del crimen, el chal no ha guardado la debida cadena de custodia desde 1888 hasta 2007. Podría estar contaminado.

Admitiendo que el chal estuviera en el escenario del crimen solo hay un motivo plausible por el que el inspector Collard no lo hubiera reflejado en su informe de inventario: que no lo hubiera visto. Es decir, que alguien lo hubiera retirado antes de la llegada de Collard.

Collard llegó a la escena del crimen quince minutos después de encontrarse el cadáver. Para entonces ya habían acudido a la llamada de ayuda del agente Watkins, descubridor del cuerpo, el agente Holland, el sargento Jones y otros agentes, así como el médico forense. Quizás, podemos pensar, uno de esos agentes era el sargento Simpson.

Pero si estuvo allí, nadie lo menciona, ni la prensa ni los informes policiales ni en la vista judicial que se hacía cada vez que se investigaba un crimen, la encuesta (algo así como las diligencias judiciales previas a la vista oral en nuestra judicatura, solo que era pública). Por tanto, o el sargento Simpson no estuvo o tuvo un papel irrelevante, como contener a los ciudadanos que querían entrar en M;itre Square a curiosear. Además, Amos Simpson, ascendido a sargento en 1881 y adscrito a la división N de la policía metropolitana desde 1886, era, como decimos, de la Metropolitana, no de la policía de la City, que fue la que se hizo cargo del caso por estar fuera de la jurisdicción de Scotland Yard. Además, la zona de la brigada N no estaba cerca de Mitre Square aunque Edwards afirma que el tataranieto del agente le informó que tenía “deberes especiales”, consistentes en perseguir a los terroristas fenianos (independentistas irlandeses) y que a menudo era transferido a la división H, que sí es adyacente a la zona de Mitre Square.


PC Sgt. Amos Simpson


No era infrecuente, por esa época, que los policías se llevasen a sus casas informes, pruebas u otros materiales de los casos que investigaban (de hecho, se han perdido varios objetos relacionados con el caso de Jack de los archivos policiales), pero eran, sobre todo, los inspectores los que lo hacían. Que un agente de uniforme, aunque fuera sargento, interfiriera en las pruebas (más aún en el escenario de un crimen y aún más si hablamos del asesino al que con más esfuerzo y denuedo perseguía la policía), es impensable. Añadamos que sería intolerable que un agente de la Metropolitana interfiriera en un caso de la policía de la City y tenemos, pues, que es prácticamente imposible que a Simpson se le ocurriera siquiera arriesgarse a llevarse el chal, sencillamente, porque le pareció bonito o porque quería un “trofeo” de Jack. Lo que, por el contrario, no es infrecuente tampoco, es que muchos agentes contasen después a sus hijos y nietos que ellos estuvieron involucrados en el caso de Jack o que presenciaron algún escenario o que estuvieron a punto de cogerlo. Este tipo de historias de falsos héroes abundan en la mitología de Jack y fueron una realidad que vivieron a menudo, los agentes contemporáneos.

Pero pongamos que Simpson era un enfermo, un fetichista a quien no le importaba arriesgarse para conseguir una pieza de la escena de uno de los crímenes del asesino más famoso del mundo. No concuerda con lo que se sabe de él: un agente intachable con un excepcional expediente, pero ¡fabulemos!

¿Qué hizo Simpson con el chal? Se trata de una prenda grande. Si la ocultó bajo su uniforme alguien debió notarlo. Además, tras realizar las labores que hubiera desempeñado en Mitre Square hubiera vuelto a su ronda normal. ¿Había llevado con él el chal durante todo su turno de guardia?

Hay que decir, en favor de la honestidad de Simpson, que no hay registro alguno donde afirme haber tenido ningún chal de una escena de un crimen de Jack o de cualquier otro asesino ni testimonios de nadie que le hubiera oído decirlo.

Por tanto, tampoco hay evidencias de que Simpson se llevó el chal.

 

O, para ser justos, hay una. La única evidencia existente aparece ya a finales del siglo XX. la carta del bis-bis sobrino de Simpson, firmada el 24 de marzo de 2007 y que, como hemos visto, va dirigida “a quien pueda interesar”,  para certificar que Amos Simpson “llegó a ser el propietario del dicho chal de Catherine Eddowes después de que fuera tomado de su cuerpo”. El chal era de la mujer de Simpson, Mary Simpson, y luego pasó a la abuela y a la madre de este descendiente del policía.

Nótese, sin embargo, que la carta dice que fue propietario del chal después de ser retirado del cuerpo (“after it was taken from the body”). No afirma que fuera Simpson quien se llevó el chal sino que utiliza una pasiva impersonal “fue tomado”. Esto abre la posibilidad a otra hipótesis ¿Fue sustraído de la escena por otro agente que le lo dio a Simpson? Es altamente improbable y tal vez solo se trate de una argucia lingüística del autor de la carta para no comprometer a su tatarabuelo.


Retrato de la época de Aaron Kosminski


Pero pongamos que, en efecto, se lo llevó. Sólo pudo haber sido tomado por quien fuera en dos momentos: o con anterioridad a la llegada de Collard (y por eso no lo consignó en su inventario) o bien, si es que al inspector se le olvidó tomar nota de él, cuando se llevaron en una ambulancia el cuerpo a la morgue. Hay que hacer notar aquí que las “ambulancias” de la época eran, en realidad, una camilla con ruedas, a modo de carromato, que se transportaba entre dos agentes.

La primera hipótesis, la del despiste de Collard no se sostiene. El cuerpo estuvo custodiado desde su descubrimiento por el agente que lo encontró. Sólo podríamos entender que hubiera sido sustraído entonces en dos supuestos. El primero es que el agente que descubrió el cuerpo y del que sabemos su nombre: Edward Walkins, fuera el que se ocultó el chal. Pero ¿cómo lo hizo? ¿Cómo escondió una pieza de tela de 2’30 metros de largo por casi 1’20 m. de ancho (hoy en día el chal está en dos piezas, una de 1,80x0’64 m. y la otra de 0’69x0’48 m.) manchada de sangre fresca, a la vista de todos? Y ¿por qué hacerlo para entregársela después a un sargento de la policía Metropolitana? Realmente no tiene sentido. El segundo supuesto es que fuera el propio Collard quien se quedase el chal y omitiera inventariarlo. Pero entonces, estamos ante las mismas preguntas ¿qué sentido tiene hacerlo, cómo lo ocultó y por qué se lo dio al sargento Simpson?

Podríamos, entonces, pensar en que Collard olvidó consignar la presencia del chal y este le fue arrebatado a la víctima camino de la morgue por algún agente, tal vez uno de los que llevaban la camilla y que pudo ser el mismo Simpson. Pero vuelve a fallarnos aquí la coherencia. Los que transportaban la camilla solían ser agentes sin grado alguno, no un sargento y, de todas maneras, es difícil imaginar por qué Collard olvidó apuntar entre las pertenencias de Eddowes algo como el chal que, además de ser la prenda que debía cubrirla y estar bien visible, llamaba tanto la atención por su valor en medio de una escena con una víctima tan sumamente pobre. Realmente hay que ser muy incompetente para tener un olvido así y, por lo que conocemos de Collard y de cómo controló el escenario a su llegada, realizó la inspección visual y contuvo a los curiosos para que no invadieran el escenario, no parece, precisamente que fuera

 De haberse encontrado el chal en la escena del crimen, además, la señora Simpson no habría podido recortar la parte manchada de sangre. El chal estaría completamente manchado por las características de la escena del crimen. No olvidemos que el chal cubre la espalda y en el primer caso, mucho menos sangriento que este, la víctima, Polly Nichols, yacía sobre un charco de sangre que se descubrió al mover el cadáver.

Fuera como fuere, el chal acabó cedido al museo de Scotland Yard, que no lo exhibió porque desconfiaba de la autenticidad del mismo.

En todo ese periplo, el chal fue, probablemente, usado por todas las mujeres descendientes de Mary y Amos Simpson, guardado en cajones con bolitas de alcanfor para que no se apolillara y manoseado por todas las personas que quisieran verlo. Hoy no sería admitido como prueba en ningún tribunal.

 

Tercera objeción: el ADN no sitúa a Kosminski, necesariamente en la escena

Que el semen de alguien se encuentre sobre la ropa de otra persona puede implicar, ciertamente, que ha habido una relación de tipo sexual entre ambas personas. Pero Eddowes se prostituía y Kosminski podía haber sido uno de sus clientes en cualquier otro momento e incluso otro día (si el semen ha permanecido en la prenda más de un siglo bien pudo permanecer allí unos días). El chal se podía haber usado como “lecho”. Catherine Eddowes salió esa noche a la 1:00 de la cárcel donde había sido llevada por un agente que la encontró borracha en la calle. Cuando salió, lo sabemos por los testimonios del agente que la soltó, no se dirigió hacia su casa. Su cuerpo se encontró en Mitre Square a la 1:45 por otro agente de policía. Entre la comisaría y el lugar de su muerte hay solo diez minutos andando. Queda media hora en la que no sabemos dónde ni con quién estuvo. En ese tiempo podría haber mantenido relaciones con uno o dos clientes.

 

Por otra parte, el que se encuentre semen de alguien sobre unas ropas no implica, necesariamente, aunque reconoceos que es más improbable, que ese varón haya mantenido relaciones con la propietaria del chal. Pudo haberlo hecho con una tercera persona sobre el chal, mientras éste se encontraba en el suelo o sobre una cama, por ejemplo.

Edwards, sin embargo, como se ha dicho, reconoce que sería extraño que una posesión tan valiosa perteneciera a Eddowes, por lo que supuso que pertenecía al asesino, que tal vez lo habría usado como reclamo, simulando regalárselo a la víctima para atraerla hacia él.

Pero esto complica, una vez más, la versión de Edwards. Si el chal no perteneció a la víctima, ¿dónde lo consiguió el asesino? Si a la víctima se lo hubiera regalado otra mujer que hubiera mantenido relaciones con Kominsmi, o si Kosminski lo perdió en algún momento o se lo robaron, el semen encontrado en él podría haber llegado allí en una fecha anterior y se pone aún más en duda que él fuera el asesino.

 

[Es cierto que 10 minutos antes fue vista con un hombre por un comercial de una tabaquera, Joseph Lawende. La descripción dada fue la de un hombre de unos 30 años, delgado, con bigote y con aspecto de marino. Kosminski tenía entonces 33 años. Podría ser él, aunque no hay evidencias.]

 

Cuarta objeción: ¿Por qué Kosminski?

 

También deberíamos preguntarnos por qué Edwards pidió el ADN de la pariente viva de Kosminski y no analizó el ADN de otros sospechosos. No podemos cargar contra un sospechoso sin descartar a los demás, si es que podemos localizar a sus familias para hacerles una prueba de ADN, claro está.

Sin embargo, las sospechas de Edwards fueron directamente contra Kosminski ¿por qué?

 

Por tanto: tenemos un chal que no sabemos de dónde salió y si realmente fue o no de la víctima Cathy Eddowes. Que se fue directamente a buscar evidencias de culpabilidad de un solo sospechoso, cuando los investigadores han mencionado, al menos, a 200 sospechosos. Que la prueba no ha seguido la cadena de custodia y podría estar contaminada. Que la evidencia dejada en el chal podría haberse producido en otro momento (el ADN señala en todo caso el vínculo de la víctima con Kosminski, pero en este caso no ubica necesariamente a Kosminski en la escena del crimen porque un chal se lleva de un sitio a otro) y, finalmente, no puede entenderse cómo ese chal (si de verdad lo usó la mujer del sargento Simpson), no se lavó las veces suficientes, en casi siglo y medio, como para hacer desaparecer el semen del paño.

 

Pero, además, cualquier perito podría contrarrestar también la evidencia misma, el tratamiento del ADN y discutir la validez de sus resultados.

 

 

2/ Objeciones sobre el método científico

¿Qué es el ADN?

El ADN (Siglas de Ácido Desoxirribonucleico) es una molécula que heredamos de nuestros padres en el momento de la inseminación. Se trata de un ácido que está en todas las células del cuerpo. Cada molécula es el resultado de combinar dos cadenas formadas por cuatro bases nitrogenadas, un azúcar (la desoxirribosa, que le da nombre) y un grupo fosfato. Lo que nos interesa son las bases. Imaginemos una escalera de mano. La escalera está formada por dos asideros verticales unidos por travesaños que van en paralelo al suelo de un asidero a otro. Tenemos la imagen, ¿verdad? Ahora tomemos un rotulador y en cada unión del travesaño con los postes de la escalera vamos a escribir una letra. Puede ser la A, la T, la C y la G. Pero hay una regla: si a un lado del travesaño escribimos A, en el otro siempre tenemos que escribir C y si escribimos G, siempre tenemos que escribir, en el otro lado, una T. Es decir, que las letras siempre van por pares y siempre son los mismos pares A-C o bien G-T. Esas letras son las iniciales de cuatro bases nitrogenadas llamadas Adenina (A), Citosina (C), Guanina (G) y Timina (T), mientras que los postes de la escalera, donde nos agarramos, es el azúcar, que lleva también un fosfato.

Ahora, supongamos que la escalera es de goma y, aunque es enorme y tiene cientos y cientos de peldaños, nosotros, que somos gigantes en comparación, la cogemos de cada extremo de los asideros y le imprimimos un movimiento de torsión. Es decir, que la retorcemos como cuando queremos escurrir un trapo mojado o cuando queremos liar un caramelo. Lo que nos queda es el ADN. Y ese ADN está metido en una especie de caja que se llama “cromosoma”. Los humanos tenemos 26 pares de cromosomas. 25 son iguales y el último par puede tener una forma de dos X o de una X y una Y (después hay algunas mutaciones menos frecuentes -como el XXY o síndrome de Klinefelter-, pero esto no viene al caso). Si ese cromosoma es XX, somos mujeres y si es XY somos varones.

Ese ADN tiene, como puede verse, tramos con letras. Parte de esos tramos, una parte muy pequeña, sirve para transmitir los rasgos físicos, es decir, informa de si vamos a tener los ojos azules o marrones, si tenemos tendencia a la obesidad o no, a determinadas enfermedades, si vamos a tener un sexto dedo o no, etc.

Pero cerca del 98% de esa escalera no sirve -que se sepa- para nada. Bueno. Al menos así se creía hasta hace muy poco, donde se ha visto que tiene algunas funciones importantes para la especialización celular o para prevenir la degradación del ADN. Pero a efectos de codificar los rasgos de un sujeto es irrelevante. Por eso se la ha llamado ADN basura o, más acertadamente, ADN no codificante.

Curiosamente, estos trozos de ADN no codificante, precisamente por no serlo, son mucho más variables de sujeto a sujeto y, por tanto, son los que se usan para identificar a los criminales en genética forense. Cuando encontramos 4 o 5 trozos de esa cadena y miramos las “letras” que contienen, veremos como una especie de mensaje en clave, una sucesión de Aes, Ces, tes y cúes. Si tomamos el mismo trozo (es decir, en la misma posición del mismo cromosoma) del ADN de otro individuo y difieren entre ellas aunque sea en un solo par de letras, aunque sea por una fracción mínima de porcentaje, sabemos que no se trata del mismo sujeto y, si todos coinciden, sabremos que pertenecen al mismo sujeto con una certeza del 99’9% (se trata, en realidad de una convención porque siempre, en ciencia, existe la posibilidad de la excepción) de que se trate del mismo sujeto, pero podríamos estar seguros al 100%)


Recreación artística de la molécula de ADN
 

Ahora bien: hay dos tipos de ADN. Uno es el que heredamos del padre y de la madre y que se aloja en el núcleo de las células, es el ADN nuclear. Somos una mezcla de los genes de nuestros padres. El otro se hereda solo de la madre, no participa el ADN del padre. Se llama ADN mitocondrial y se encuentra en las mitocondrias de la célula. Sólo hay un núcleo en cada célula, como sabéis, pero puede haber entre 200 y 700 mitocondrias en cada célula humana, por lo que es más fácil que se encuentre, en muestras de hace muchos años, mejor conservado el ADN mitocondrial que el nuclear.

 

Éste ADN es el que se ha encontrado en el chal de la víctima de Jack. No ADN nuclear sino mitocondrial.

 

Resulta que este ADN no sirve para identificar a una persona particular, porque es idéntico en todos los descendientes de la misma madre. Si algún oyente tiene, pongamos, cuatro hermanos y hermanas, todos ellos tendrán el mismo ADN mitocondrial. Pero si nuestra oyente es mujer, también lo tendrán todos sus hijos e hijas y los nietos y nietas que tenga por parte de sus hijas, así como sus sobrinos y sobrinas por parte de sus hermanas o los hijos e hijas de sus sobrinas. Así, en una familia donde haya abuela con cinco hijos e hijas, tres de ellas sean madres de, pongamos, un total de seis personas, dos de ellas mujeres y una de ellas tenga un hijo, hay 13 personas con el mismo ADN mitocondrial. Sólo en 4 generaciones y sin contar con los hermanos de la abuela Y si encontramos ADN de esta familia no podemos saber a quién de todos pertenece -podemos descartar a las mujeres si lo encontramos en una muestra de semen, claro, pero no si encontramos sangre.

 

Si en 4 generaciones puede haber más de una docena de personas con el mismo ADN, imaginad en 20, 40 o 100 generaciones. Quiero decir con esto que puede que Kosminski no fuera la única persona con ese ADN en ese momento en Londres. Toda la ascendencia de Kosminski hasta la primera homo sapiens que originó su parentela ha transmitido el mismo ADN y, aunque evidentemente, hay miles y miles de parientes que ya habían muerto, podría haber también varios cientos de miles vivos. Primos lejanísimos de Kosminski, descendientes de su tatarabuela de 30 generaciones antes, por ejemplo. Evidentemente, no tendrían por qué conocerse.

 

El doctor Edwards por tanto, no puede estar seguro de que se trata de semen de Kosminski, sino solo de alguien emparentado con él, aunque pueda proceder de una rama familiar con la que se perdió contacto hace cientos de años.

 

Otro error: El doctor Edwards encontró en el semen del chal una mutación en una zona del ADN: donde suele haber solo cuatro Ces, cuatro bases de Citosina, encontró 5. Comparando los datos estadísticos encontró que esa variación se da solo en una persona entre 290.000, por lo que la consideró definitiva. Sin embargo, la base de datos con la que comparó ese dato contenía solo 29.000 individuos. Por tanto, en realidad la “rareza” no es tanta. Solo de 1 entre 29.000 sujetos, no entre 290.000. Edwards añadió un cero de más a sus datos. Ese porcentaje de 1/29.000 no es significativo según otros expertos en ADN, como la doctora Amaya Gorostiza (Gerente de Genética Forense en el Laboratorio de Identificación Genética de « GENOMICA S.A.U. » -Grupo Zeltia-), según publica ABC.

Se han recriminado otros errores de procedimiento científico a la investigación de Edwards, como, por ejemplo, que los resultados no se publicaron en una revista científica, que hubiera comprobado el método aplicado y sometido el procedimiento a otros expertos; que utilizara un método de extracción y tratamiento del ADN anticuado, que exige, para obtener una coincidencia verdaderamente significativa, cadenas muy largas de ADN o que no publica el haplotipo del ADN encontrado. Por simplificar, diremos que el haplotipo es el trozo de la cadena de ADN que ha examinado, De esta manera, otros investigadores no pueden replicar el cotejo y no se puede saber si hay algún error en los datos.

 

Russell Edwards mostrando el chal



3/ Objeciones sobre la fiabilidad de la fuente

Por último, resulta que el tal Russell Edwards no parece muy de fiar.

 

Entre 1963 y 1965 tuvieron lugar en Mánchester, Inglaterra, una serie de cinco asesinatos de niños, perpetrados por una pareja: Ian Brady y Myra Hindley. Se les conoce por los asesinatos de Moors. La investigación del caso pudo encontrar a los culpables y también los cuerpos de cuatro de los cinco niños desaparecidos. Sólo uno de los niños, Keith Bennett, continúa desaparecido a día de hoy.

Sin embargo, en 2022, alguien encontró el cráneo de un niño que podría tratarse de Bennett, con lo que la investigación se reabrió, aunque sin mayor éxito. ¿Quién encontró ese cráneo? Russell Edwards.

 

Que un investigador tropiece con la clave de un caso sucedido hace décadas es extraño, aunque puede suceder. Que pueda encontrar evidencias probatorias para resolver dos, es prácticamente imposible y nos hace preguntarnos si lo que le sucede a Edwards no es que le acompaña la suerte sino que lo que le pasa es que tiene un gran afán de notoriedad.

 

 

 

 

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