Encienda
usted la televisión a altas horas de la noche. Seleccione una emisora de esas que
no tienen nombre (o lo tienen, pero no las recordamos). Una de esas que llenan
de texto la pantalla y muestran con cámara fija a un mago o una pitonisa
echando las cartas, encendiendo velas y preguntando a quien le llama su signo
del zodíaco. O si ojea una revista o un periódico, no es extraño que se
tropiece, hacia sus últimas páginas, con un “horóscopo” que puede revelarle su
destino del día. Más aún. Seguro que usted mismo, aunque no crea en “esas cosas”,
conoce cuál es su signo del zodíaco.
La astrología sigue presente hoy, en el siglo XXI, cuando ya
llevamos dos siglos desde el siglo de las luces, en un mundo en el que la
ciencia ha sustituido a la religión como sinónimo de “la verdad” y en una
sociedad que vive demasiado deprisa como para mirar las estrellas.
Imagínense, entonces, el peso y el valor que las previsiones
astrológicas tenían en la Edad Media, cuando proliferaban alquimistas, brujos,
meigas, magos y, por supuesto, astrólogos. Para un rey o un noble señor,
conocer si iba a tener éxito en la batalla o si era más adecuado atacar el
martes que el miércoles era tan vital como beber.
Hoy, el mundo de la astrología, salvo en algunos círculos
especializados (que los sigue habiendo), se ha reducido apenas a conocer cuatro
rasgos de tu signo que, inmediatamente, aplicas a tu personalidad sin filtrarlos
demasiado por el tamiz de la razón, no vaya a ser que tengamos que renunciar a
ellos.
Sin embargo, en la Edad Media, la astrología era una “ciencia”
que se extendía a casi todas las dimensiones de la realidad. No sólo se
realizaban horóscopos completos, auténticos mapas celestes del momento del nacimiento
de un niño, sino que existía una astrología para determinar el mejor momento,
el más propicio, para batallar, para firmar la paz, para cosechar, para recoger
la cosecha, para emprender un viaje, para desposarse, para abrir un negocio o
para, mejor, no hacer absolutamente nada. Se llamaba Astrología Eleccional. Y
aún más. Había una astrología que respondía a preguntas concretas con
respuestas concretas trazando el mapa del cielo en el momento en que la
pregunta llegaba al astrólogo, como si la respuesta estuviera escrita en las
estrellas en el instante en que alguien las consultaba con una intención bien
definida (¡vaya! La física cuántica tendría algo que decir).
Es aquí donde nos vamos a detener. Porque una de las
preguntas que se recogen en los manuales al uso de este tipo de astrología,
ayudaba a los astrólogos a descubrir a los ladrones y el lugar al que habían
llevado lo robado.
Efectivamente, uno de los resúmenes astrológicos más
completos al respecto, lo encontramos en El Libro Complido en los Iudicios de
las Estrellas, del árabe Ben Ragel, que la escuela de Traductores de Toledo,
por orden de Alfonso X el Sabio, tradujo al castellano y cuya edición de los
cinco primeros “Libros” de la obra, de manera limitada, recuperó la Academia
Española de la Lengua en 1954 para que pudiera estudiarlo un grupo de
británicos.
Quien escribe este artículo, en compañía de más de una
veintena de traductores, filólogos y astrólogos, allá por los años noventa, tuvimos
la oportunidad de publicar, en Ediciones Índigo, una versión al castellano
contemporáneo de aquella traducción medieval.
En el capítulo XXXIV se “Habla del ladrón y del hurto”.
Para que puedan seguir mínimamente este comentario,
deberíamos advertir de cómo procedía el astrólogo en el momento en que su señor
u otro consultante, le preguntaban acerca de quién le había robado y dónde
podría encontrarse tanto el ladrón como la mercancía. En primer lugar, el
astrólogo consultaba sus tablas y hacía los cálculos pertinentes para conocer
es estado actual del cielo. Es decir, que si alguien le preguntaba a las siete
de la tarde de un 23 de junio, pongamos, por esta cuestión, actuaba con ella
como si de un niño se tratase y elevaba la carta natal para un hipotético e
inexistente nativo que hubiera visto la luz ese 23 de junio a las 7 de la
tarde. No importaban al astrólogo la carta natal del que preguntaba ni otras
cuestiones. Sólo la hora en que recibía la pregunta.
El mapa revelaba el signo que, en ese momento, se situaba
justo en el punto más oriental de la latitud y longitud donde se encontraba el
astrólogo. Era el signo que parecía emerger, por el horizonte y elevarse en la
cúpula celeste. También determinaba el signo opuesto, el que se ocultaba en ese
momento, además de los signos que se ubicaban en el cenit y en el nadir (los
puntos más elevado y más inferior, respectivamente), de la rueda del zodíaco.
Con ello, el astrólogo tenía la descripción del ladrón y del
lugar donde estaba lo robado.
Así, si en el signo que se elevaba, llamado Ascendente, se
encontraba algún planeta, éste era tomado por el significador del ladrón. Si
no, se miraba en el signo opuesto, en el del cenit o, en su defecto absoluto,
se tomaba el planeta que, según la tradición astrológica, era regente del signo
opuesto al Ascendente (llamado descendente). Sólo se conocían siete “planetas”
(se llaman así también al Sol y la Luna en astrología, aunque todos los
astrólogos son conscientes de que uno es una estrella y el otro un satélite),
por lo que algunos de ellos eran regentes de dos signos, según la siguiente
tabla:
Planeta
|
Signo
|
Saturno
|
Capricornio y
Acuario
|
Júpiter
|
Sagitario y
Piscis
|
Marte
|
Aries y
Escorpio
|
Venus
|
Tauro y Libra
|
Mercurio
|
Géminis y Virgo
|
Sol
|
Leo
|
Luna
|
Cáncer
|
Así, si se encontraba Saturno, se trata de
una persona vieja, de piel oscura o incluso negro. Además, si el signo es uno u
otro, a esas características se les suman otras. Así, Si el signo es el de
Aries, el hombre viejo tiene una voz fea. Frente ata, cara gruesa y nariz
delgada. En Tauro la voz es alta y el pico de la nariz gordo, pelo grueso y
encrespado y el sujeto es feo de solemnidad. Géminis da voz agradable, cintura
estrecha, hombros de nadador y hermoso cabello. Cáncer da ojos negros y muy
separados, Leo proporciona ojos hundidos y cara delgada, etc.
De la misma manera se procede con el resto de los planetas.
Júpiter nos habla de una persona de tez blanca y, si es hombre, con barba;
marte habla de un personaje rubicundo o pelirrojo, de cara redonda; el Sol
señala a un ladrón blanco, de cara redonda y que es cazador, físico o curtidor
de paños (lógicamente, habría que adaptar un poco los oficios al presente).
Venus nos advierte que el ladrón puede seducirnos con su hermosa mirada y
dulces palabras y que tiene unos glúteos hermosos y grandes. Mercurio es un
ladrón delgado de barba incipiente, la Luna apunta a un ladrón muy joven, tal
vez adolescente, a menos que sea luna menguante, porque entonces es viejo.
También podemos conocer si el malvado ladrón será o no
capturado. Si el planeta está aspectado (que significa que está a 45, 90, 120 o
180º de otro planeta) por los planetas tradicionalmente considerados malvados
como Saturno y Marte, será capturado. Podemos saber, incluso, si pasará mucho
tiempo o poco en la cárcel, si saldrá a causa del propio denunciante o por prestar
servicios o porque una herencia le ha permitido pagar fianza o bien, porque
padecerá una enfermedad que le llevará a un hospital. Incluso podemos saber si
se encuentra en la ciudad o saliendo de ella.
El citado manual astrológico no es el único que se encarga
de estos asuntos. Aunque es, tal vez, el que más por extenso los desmenuza y
analiza, pasando revista a cada planeta y a cada situación con todas sus
variantes posibles.
Ya mucho después, en el siglo XVII, el astrólogo William
Lilly se hizo mundialmente famoso por aplicar la llamada Astrología Horaria
como un maestro. Decían que rara vez fracasaba y él se preciaba de no hacerlo
nunca. Dejó varios libros escritos sobre su método y, en uno de ellos, contó el
caso de cómo había atrapado a un criado que le había robado unas pertenencias
suyas sólo interpretando las señales de la astrología. ¡Quién sabe! ¡A lo mejor
sería recomendable introducir esta disciplina en las oposiciones a los Cuerpos
de Seguridad del Estado!
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