Manuel Blanco Romasanta: El Hombre Lobo de Allariz

       Por Antonio García Sancho
       
Es difícil no matar cuando uno es un depredador, un cazador nato; cuando uno es un lobo.
Manuel Blanco Romasanta se convertía en lobo para matar, ayudado por otros dos hombres, dos valencianos, Antonio y Genaro, que tenían su misma maldición. Una maldición familiar que le convertía en “lobisome”, en hombre-lobo, todos los días de la festividad de San Pedro desde hacía 13 años. Eso fue, al menos, lo que alegó en el juzgado.
La primera vez que le sucedió fue cuando Antonio y Genaro le encontraron en el bosque. Ellos ya mostraban en ese momento su aspecto feral y le miraban desde sus ojos amarillos como si le reconocieran. Entonces, el cuerpo de Romasanta se convulsionó, cayó al suelo revolcándose tres veces y se vio a sí mismo a cuatro patas, cubierto el cuerpo de pelo, babeando desde unas fauces hambrientas de sangre.
       En realidad, el relato de Romasanta no fue tan dramático. Fue mucho más conciso y lacónico, pero el resultado era el mismo. Tras el primer asombro, el juez instructor Quintín Mosquera, le animó a continuar. Romasanta contó que, durante años, había salido con Antonio y con Genaro, matando porque tenían hambre y porque, cuando se convertían en lobos, su instinto les dominaba, aunque era consciente de todo. Contó que cuando volvía a su forma humana sentía algo de pena por sus víctimas pero que no podía hacer nada. Contó cómo había matado a 13 mujeres convertido en lobo. Contó cómo se había convertido en el primer asesino en serie conocido de la historia de España.


       Romasanta nació como Manuel Blanco Romasanta en Regueiro, en la aldea de Santa Olaia de Esgos, el 18 de noviembre de 1809, hijo de Miguel Blanco y María Romasanta. O, quizás, deberíamos decir que nació como Manuela, porque así fue inscrito en el registro. El hombre Lobo padecía depseudohermafroditismo femenino, una patología qe afecta a una de cada 10.000 o 15.000 mujeres. Además de mostrar una genitalidad femenina, pero con tan gran cantidad de estrógenos masculinos que sale barba y abundancia de vello en todo el cuerpo, tiene otros efectos no poco secundarios: genera episodios de fuerte agresividad. Manuela pronto fue Manuel y el clítoris debió crecerle hasta desarrollar una especie de micropene. Manuel se casó con 21 años, en 1831, porque le gustaban las mujeres y le gustaba Francisca Gómez Vázquez. Su mente era de hombre. Francisca y él nunca tuvieron hijos. Porque Manuel no podía físicamente, por un lado y porque su matrimonio duró sólo tres años, hasta la muerte de Francisca, en 1834.
       
Romasanta comenzó a trabajar como vendedor ambulante de quincalla y surgió el rumor de que, en Castilla, había asesinado a un criado del Prior de San Pedro de Rocas. Aunque fue condenado a 10 años por el juzgado de primera Instancia de Ponferrada, a pesar de que nunca se presentaron pruebas fehacientes contra él, no fue a la cárcel, porque no se presentó a juicio y escapó a Galicia, donde se instaló como jornalero a las órdenes del terrateniente Andrés Blanco. En los meses de menor actividad, desaparecía durante largos periodos en los meses de menor actividad, se marchaba a Portugal y volvía cargado de mercancía de contrabando para vender en las ferias y los mercados.
Entonces, en 1846, Manuel comienza a matar.
       Para contar esta historia hemos de hablar de Manuela García Blanco, una mujer de 43 años, madre de una niña de 13, Petra, y viuda de Pascual Merello. Manuela conoce desde siempre a Manuel. Le aprecia y le tiene por un hombre bueno. Está enamorada de él. Incluso, para ayudarle, pone en venta una casita que tenía sin ocupar en Rebordechau, donde vive Romasanta. Cuando, en cierta ocasión, regresa después de haberse ausentado para concretar un precio para la casita con un posible comprador, encuentra que su hija Petra no está en casa. Manuel le dice que la ha llevado a la casa de un cura de Santander del que Manuela hablaba muy bien y al que apreciaba mucho. Manuel le dice que necesitaban una sirvienta. Manuel no le dice que, en realidad, se la ha llevado a la sierra de San Mamade y la ha matado.
       Manuela cree en la palabra de Romasanta, pero echa de menos a su hija, sus pasos pequeños sobre la madera, su voz de adolescente y su cariño de hija. Un buen día piensa que, si necesitan servicio en la casa del cura, ella también puede ir a trabajar con él. No esperen que Romasanta haga el menor esfuerzo por disuadirla. No lo hace. Al contrario, cariñoso y galante, se ofrece a acompañarla. Como Petra, Manuela morirá a manos de Manuel, al que tanto quería, en quien tanto confiaba. Tanto como para confiarle la seguridad de su propia hija. Manuel mata a Manuela en el monte, le saca la grasa del cuerpo, como hizo con Petra, para venderla después como remedio y deja sus cuerpos, o sus despojos, sin ocultar, para que los lobos los huelan y acaben de limpiar su crimen.
       Aunque tuvo que cambiar su versión en alguna ocasión porque se vio pronto que al cura de Santander no le acompañaban nunca Manuela y Petra, e incluso inventar que recibía cartas de Manuela y que ésta le decía que ahora habían encontrado acomodo aquí o trabajo allá, la treta le funcionó. Tanto que volvió a utilizarla con la hermana menor de Manuela, de 31 años, Benita, y con su hijo Francisco, de 10.
       Y después llegaría Antonia Rúa Carneiro, con la que Manuel Blanco Romasanta, quizás por conveniencia, mantiene un romance a ojos vista. Antonia dice un día a sus vecinos que se va a casar con Manuel, que le ha pedido matrimonio y se marcharán a Castilla a poner una tienda, aprovechando el patrimonio que ya tiene Antonia por la herencia de su madre, valorado en 600 reales. Pero él va diciendo días antes que Antonia y sus dos hijas, Peregrina y María, “Las Vianesas” como las conocen en el pueblo, van a marcharse a Ourense, donde María trabajará de criada para un amo viudo que tiene dos hijos. A otros les cuenta otras patrañas. Manuel ya tiene pensado que Antonia y sus hijas sean las siguientes víctimas del Lobisome. Antonia ya le ha vendido a Romasanta todas sus posesiones, pero no las ha cobrado. Se lo debe, pero le pagará, asegura Romasanta.
       María Rúa tenía otra hija que no viajó el Domingo de Ramos de 850 hacia su destino, María Dolores, que se quedó con su tía Josefa. Romasanta le ofrece vivir con él. Es un hombre, está solo y necesita de una mujer que atienda la casa mientras él merca su quincalla. Le ofrece buenas condiciones. María Dolores no puede negarse. Manuel la trata estupendamente bien. Es afable, atento, cariñoso y respetuoso. Y así pasan los meses y llega, como por costumbre, el otoño, en ese año que ya era el de 1850. Entonces Manuel le propone llevarla con su madre.
      También mató Manuel a Josefa García Blanco, solterona de más de 50 años, con un hijo adolescente de 21 años y padre desconocido. Primero fue el chiquillo, José, el que marchó con Romasanta hacia Santander, decía, para trabajar allí. Luego su madre.
       Y así hubiera seguido por mucho tiempo Romasanta consiguiendo trabajos y sacando mantecas si su afán por comerciar con las mercancías que obtenía de sus víctimas no le hubieran delatado. Dos hermanos de una de las víctimas descubrieron a una vecina con prendas que, inmediatamente, reconocieron como las de su hermana. Se las había vendido Romasanta, el quincallero. La policía fue advertida, pero también, Manuel, que logró escapar e incluso hacerse un pasaporte falso con el que se ocultó en Castilla bajo el nombre de Antonio Gómez. La mala fortuna o la justicia, quisieron que fuera reconocido y, finalmente, detenido por las autoridades.

       lobisomes, uno de Alicante y otro valenciano, Antonio y Don Genaro. Que se acordaba de todo y sentía lástima, pero que le embargaba una furia incontenible que no le dejaba más opción que la de matar cuando se transformaba.


       Romasanta declaró que se convertía en lobo por una maldición familiar y que mataba en el monte con otros dos
    Reconoció 13 víctimas y condujo a la policía hasta los lugares donde las había atacado y abandonado tras extraerles la grasa del cuerpo, como cualquier otro vulgar sacamantecas. Romasanta preparaba sus crímenes. Elegía a sus víctimas, las engañaba para que le acompañasen al monte, planificaba el día exacto. Tal vez, incluso, quedaba con sus cómplices o coautores, esos Antonio y Gervasio, porque incluso el juez llegó a mostrar sus dudas de que actuase solo y porque dominar a tres mujeres, dos de ellas jóvenes, aunque fueran un poco niñas, como en una de las ocasiones, implica tener mucho dominio de la escena o actuar con cómplices. Romasanta era hermafrodita, pero no mataba a sus víctimas en un arrebato incontrolado de ira. Llevaba con él un cuchillo, empleaba su manteca para venderla e incluso las convencía para que dejasen a su cargo sus haciendas.
       Romasanta era un asesino en serie, el primero de que tenemos registro en España, pero no era un Hombre-Lobo.

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