En anteriores entradas, hemos ido repasando las distintas teorías que entendían el delito como un comportamiento anómalo, desviado. Faltan, sin embargo, mencionar algunas de las principales y comentar algunas de las bases de las que ya hemos citado. En este artículo concluimos el repaso a estas teorías, por el momento, ya que no descartamos abordar alguna de estas teorías ya más en profundidad en en futuro.
Albert Bandura |
Las teorías del aprendizaje social parten,
todas ellas, como sintetiza García de Pablos, de la idea básica de que “la
conducta desviada no puede imputarse a disfunciones o inadaptación de los
individuos de la <<lower class>>, sino al aprendizaje efectivo de
los valores criminales, hecho que podría suceder en cualquier cultura”. Es la
idea primordial que reflejan los trabajos de Albert Bandura.
Trabajos primordiales son los de Sutherland y
su colaborador Crassey, sobre la teoría
de la asociación diferencial. Así, Sutherland afirma que la conducta
delictiva no se hereda, ni se imita, ni se inventa y no es algo fortuito ni
racional, sino que se aprende, en el sentido de asumir profundamente en el
comportamiento los complejos procesos psicológicos y globales que llevan a esa
conducta. Para este autor, el aprendizaje viene dado por la idea de
organización social diferencial; es decir, para Sutherland, hay grupos de
personas que, dentro de una misma comunidad, tienen metas e intereses
enfrentados y diferentes. No es raro, pues que algunos grupos o subgrupos
tengan intereses delictivos. Esos intereses (los de cada grupo, también los
delictivos) se comunican libremente entre sus miembros, constituyendo la base
psicológica real de los mismos. No lo dice así Sutherland pero podríamos
afirmar que se “naturalizan” los valores de cada grupo, hasta el punto que el
delito puede ser, también, en los grupos concretos que lo alimentan, algo
natural.
La teoría de
Sutherland
Sutherland desarrolla su teoría del
comportamiento delictivo aprendido en nueve proposiciones que ofrecemos resumidas:
La conducta criminal se aprende.
La conducta criminal se aprende en interacción con otras personas.
La influencia criminógena depende del grado de intimidad del
contacto interpersonal. Se aprende, sobre todo, de los más íntimos: familia,
amigos…
Este aprendizaje incluye no sólo las técnicas del delito sino
también las motivaciones, los impulsos, las actitudes y la racionalización de
ese comportamiento.
La dirección específica de los motivos e impulsos se aprende de
las definiciones más variadas de los preceptos legales. Los individuos tienen
distintos puntos de vista sobre las leyes, por lo que el individuo se encuentra
en un diálogo constante con la conveniencia o no de acatarlas.
Una persona se convierte en delincuente cuando sus definiciones
favorables a al violación de las leyes superan a las desfavorables: es decir,
cuando por sus contactos ha aprendido más modelos diferenciales que favorables
al acatamiento de la ley.
Los contactos diferenciales pueden ser diversos según la
frecuencia, duración, prioridad e intensidad de los mismos. A mayor incidencia
de cada uno, varios o todos estos factores, más influencia se ejerce sobre el
individuo.
Precisamente porque el crimen se aprende, no se imita, sino que
implica todos los mecanismos inherentes a cualquier proceso de aprendizaje.
Si bien la conducta delictiva es la expresión de necesidades y de
valores generales, no puede explicarse como consecución de los mismos, ya que
también una conducta conforme a Derecho responde a idénticas necesidades y
valores.
Edwin Sutherland |
La teoría de Sutherland ha recibido críticas
incluso de sus seguidores, que han objetado su vaguedad, su déficit empírico y
sus excesivos niveles de abstracción. Así, Cloward y Ohlin han respondido con
la teoría de la ocasión diferencial, que postula que postula que el aprendizaje
social de la delincuencia no es homogéneo y uniforme sino que depende de las
respectivas circunstancias personales y las oportunidades del individuo y las
subculturas a las que pertenece. Otra variante la constituye la teoría de la
identificación diferencial, de Galser, que incorpora la teoría de los roles y
la influencia de los medios de comunicación. Así, Glaser resalta la posibilidad
de identificarse el individuo con los delincuentes a través de una relación
positiva con los roles criminales (por ejemplo a través de modelos presentados
en los mass media) o a través de la
relación negativa con las fuerzas que se enfrentan a la criminalidad.
Finalmente, la teoría del refuerzo diferencial, planteada por Jeffery, admite
que el crimen es una conducta aprendida pero asume que la forma de incorporarlo
al individuo funciona a través del modelo conocido en psicología como de
“condicionamiento operacional” que se basa en las consecuencias que tienen los
actos para el individuo que los realiza. Para Akers, este refuerzo se realiza
mediante estímulos que gratifican determinados comportamientos, reforzándolos o
que los debilita si la retribución es un castigo.
Teorías
del Control Social
En el grupo de las teorías de contenido
social no podemos olvidarnos de las teorías del control social. Especialmente
aludimos a la teoría del arraigo social
de Hirschi, ya mencionado, quien rompe con los modelos anteriores y considera
que la conducta delincuencial no es aprendida, ni fruto de ciertas pulsiones
internas o externas y que ni siquiera obedece a respuestas a situaciones de
frustación, sino a una tendencia del ser humano. El comportamiento delictivo
está presente en todas las personas y sólo el miedo al deterioro de los lazos
familiares, interpersonales, grupales o institucionales que el individuo ha
establecido, es lo que le frena para no cometer el delito. Cuando el individuo
carece del adecuado arraigo a esos vínculos o éstos se debilitan o se rompen,
se carece, también, del necesario control disuasorio, encontrando expedito el
camino del crimen, lo que puede suceder independientemente del extracto social
en el que se encuentre el sujeto.
La teoría del arraigo social ha encontrado un
gran aval empírico, siquiera a parte de sus tesis, aunque está especialmente
pensada para la delincuencia juvenil. Una de las principales y más interesantes
novedades de la teoría es la referencia al apego (attachement). Este concepto alude a la vinculación y respeto que el
individuo tiene a las instituciones (entendidas como tal desde las personas,
como el padre o tutor, a la escuela, el trabajo, etc.). Según sostiene la
teoría, el apego de un individuo por las instituciones, por ejemplo, por sus
padres, es independiente de que sus padres sean o no respetuosos con las normas
sociales y las leyes, lo cual contradice las teorías del aprendizaje social. No
es el contacto del joven con delincuentes lo que le hace delinquir, sino que la
previa comisión de un delito es lo que hace que se rodee de delincuentes.
El labeling approach
Finalmente, la teoría del etiquetamiento, de la que pretendemos hablar más extensamente en otro momento, por lo que
apenas apuntaremos unas líneas:
Esta teoría nace en el seno de las “teorías
de la reacción social”, que critican las visiones positivistas y rechazan las
explicaciones genéticas, psicológicas o multifactoriales y los enfoques
estructural-funcionalistas. Además, está completamente enfrentada a todo
enfoque que parta de la “desviación” del autor criminal. Así, el positivismo y
sus teorías afines, entendían que la desviación provocaba el control social. Por
el contrario, la teoría de la reacción social invierte los términos en los que
es considerada la conducta desviada y sostiene que es el control social lo que
produce la conducta desviada.
Con raíz en dos corrientes previas, el interaccionismo simbólico, que postula
que la realidad social se forma por interacciones concretas entre individuos a
quienes un proceso de tipificación confiere un significado y en la etnometodologia o interaccionismo
neosimbólico, que entiende que los significados del comportamiento son
dinámicos y están en constante reconstrucción por el hombre durante su quehacer
cotidiano, la teoría del etiquetamiento o labeling
approach, cuyo artífice es Howard Becker, parte de la idea de que el hombre
delincuente, muchas veces, ni quiere romper ni conoce las normas sociales que
rompe. Sin embargo, al hacerlo por primera vez, se le “estigmatiza” y se le
etiqueta con el rol de delincuente. A partir de ahí, la sociedad le trata como
tal y no da otras opciones al sujeto para salir de esta situación. Por tanto,
al sujeto no le cabe otra salida que identificarse con la etiqueta y aceptar el
rol asignado comportándose según se espera de él.
Howard Becker |
Becker postula que cometer un acto desviado
es muy distinto a ser calificado de desviado o, como él les llama, de “outsider”. La etiqueta, amplían otros
autores, provoca reacciones en los demás al tratar al sujeto, reacciones
acordes con los sentimientos que provoca la etiqueta, que en el caso del
Outsider es de miedo, rechazo, sospecha, desconfianza… La teoría del
etiquetamiento también pone de relieve que la norma social es de origen
político y, por tanto, la producción de conductas calificadas como “desviadas”
se deben a la aplicación de las normas impuestas por un grupo de poder.
Por tanto, la teoría del etiquetamiento, se
resume en la idea de que ningún comportamiento es, en sí mismo, desviado, sino
que tal calificativo se crea mediante el establecimiento de normas que son
efectivamente aplicadas (de lo contrario, tampoco se produce desviación) y que
son selectivas (Ya que el mismo comportamiento puede ser definido de manera
diferente por las personas o en situaciones específicas). Esta selección la
lleva a cabo el poder imperante. Finalmente, la etiqueta impuesta al sujeto
lleva aparejada una serie de reacciones de la sociedad hacia él que no da más
opción que acabar asumiendo el rol impuesto.
Otras apreciaciones, ya fuera de estas
teorías, han llevado a distinguir entre Desviación Individual (en la que el
desviado es un individuo en solitario) y De Grupo (en la que es un grupo el
que, actuando como entidad colectiva, contradice las normas sociales. Una
amplia gama de desviación de grupo tiene lugar en el interior de subculturas
desviadas. El individuo, en este caso, actúa en conformidad con las normas de
ese grupo, desviado en referencia a las normas sociales de los demás).
También Edwin Lemer realiza una
diferenciación entre Desviación primaria (la que es temporal y no recurrente,
tras la cual el individuo sigue obrando de forma socialmente aceptable) y la
Desviación Secundaria (en la que el individuo exhibe frecuentemente una
conducta desviada y se la identifica públicamente como desviado).
Durkheim
Antes hemos citado a Durkheim y su teoría de
la anomia social y no seríamos justos si no recordáramos que el “padre de la
sociología” buscó, también, un enfoque funcionalista de la desviación. Para
Durkheim, lo que no resultaba funcional no sobrevivía y, sin embargo, la
desviación y la delincuencia es moneda común en todas las culturas y en todos
los tiempos. Por eso, Durkheim exploró las funciones que cumplía la desviación,
encontrando principalmente, cuatro:
1)
Contribuye a
consolidarlos valores y las normas culturales: La cultura implica un consenso
acerca de lo que está bien o mal. Respetar ese consenso garantiza que nuestras
vidas no sean un caos. El bien se entiende en oposición al mal y no puede
existir uno sin otro, de la misma manera que no existe justicia sin delito. La
desviación es indispensable en el proceso de la generación de normas morales.
2)
La respuesta
a la desviación contribuye a clarificar las barreras morales. Así, la
definición del outsider, del desviado, ayuda a la gente a trazar la línea entre
lo moralmente permitido y lo intolerable.
3)
La respuesta
a la desviación fomenta la unidad social. Frente al ultraje, siempre se
consolidan los lazos morales que unen a la comunidad. La ofensa llama a la
solidaridad y la cohesión del grupo.
4)
La
desviación fomenta el cambio social. Las conductas desviadas presentan
alternativas al orden establecido y pueden empujar a cambiar la norma.
Especialmente significativo en este sentido son las revueltas pacíficas de
Mahatma Ghandi en la India o de Martin Luther King en Estados Unidos.
Èmile Durkheim |
La
desviación negativa
En todas las teorías anteriores, la
desviación se entiende, en definitiva, como el apartamiento de la norma, bien
sea por características que son atribuibles al sujeto o bien por un etiquetado
externo. Dentro de ese comportamiento negativo encontramos tres formas de
desviación negativa, principales:
La Pura: Incluye la mayoría de los
crímenes que infringen las leyes y son consideradas como desviados por la
sociedad. Así, por ejemplo, el asesinato es considerado punible y desviado en
prácticamente todas las culturas conocidas, aunque varíen, como las propias
culturas, algunas circunstancias que hagan tolerable o excusable ese
comportamiento (como la defensa propia)
La Secreta: Aquella conducta que, según
Howard Saul Becker, viola las reglas, pero que está muy bien escondida para que
nadie la vea o, si la ven la ignoran. Ésta es disfrazada por el consenso entre
las partes o el poder de la persona que realiza el acto. La mayoría de los
delitos de guante blanco procuran esconderse bien, pero son sancionados por la
sociedad cuando se descubren. Sin embargo, últimamente no hay más que ver las
noticias para que se comprenda por qué la gente tiene la sensación de que estos
delitos están permitidos por las autoridades que deben perseguirlos o
condenarlos. Así, el “caso Pujol”, conocido hace años y casi denunciado por
Pascual Maragall hace más de diez años, ha quedado impune hasta hoy, conocido y
consentido (al menos esto es lo que parece), por el entorno de dirigentes tanto
catalanes como del Estado español, que deberían haberlo cercenado y denunciado.
El caso de los EREs en Andalucía, la multitud de casos de corrupción que
acumulan los dirigentes del PP de toda España, y otros tantos casos de
corrupción parece que afloran sólo gracias a la constancia de los periodistas y
los jueces. Sin embargo, durante el largo periodo de tiempo en que se fraguaron
y ejecutaron, todos parecían conocerlos y silenciarlos. Se entendía una
conducta normal recibir regalos a cambio de información confidencial y “como
todos lo hacían”, nadie lo etiquetaba como conducta desviada.
La Falsamente
Acusada: En este
caso, el rompimiento de las normas informales o los usos cotidianos no reglados
por las leyes (es decir, conductas no ilegales pero que rompen con las
normativas menores de la sociedad), propician que la persona sea etiquetada
como desviada. Frecuentemente, son las personas de poco poder las que se ven
más afectadas por este proceso de etiquetamiento. Así, la marginación social
puede hacer que veamos a mendigos como delincuentes efectivos o potenciales.
Algunas normativas municipales de los últimos años, la de Madrid entre ellas
(una de las cuales, la de Benidorm, municipio de la Costa Blanca, tuvo que
rectificarse ante el revuelo mediático a nivel nacional que se organizó),
penalizan a los mendigos con una cantidad que puede superar los 50€, algo que
es una contradicción puesto que poca multa puede pagar un “sin techo”. Estas
normativas recuerdan la Ley franquista de Vagos y Maleantes, que ya en el mismo
nombre unía dos conceptos que no tienen por qué ir de la mano.
Bibliografía principal:
Garrido,
Stangeland y Redondo: Principios de
Criminología (4ª ed.), Valencian, Tirant Lo Blanc, 2006
Eduardo
Gudiño Tello, Tesis previa a la obtención
del título de Psicólogo (Universidad Politécnica Salesiana Sede Quito,
marzo, 2011
García de
Pablos, Antonio: Criminología. Una
introducción a sus fundamentos teóricos, Valencia, Tirant Lo Blanc, 2013,
7ª ed. pp 506-507
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