La Violencia en las parejas adolescentes-jóvenes

Tradicionalmente cuando se habla de violencia en la pareja, por lo general, tendemos a pensar en la violencia ejercida por un agresor-hombre contra una mujer-víctima, sin ser conscientes de que realmente hacemos alusión a lo denominado violencia de género. En los últimos años han aumentado las investigaciones referentes a la violencia en el noviazgo. En diversos estudios se han detectado un incremento de conductas y comportamientos violentos entre las parejas de adolescentes y jóvenes. Para concretar y conceptualizar, la violencia en el noviazgo consiste en episodios violentos de tipo psicológico, físico o sexual; ejercidos o recibidos por uno o ambos miembros de la pareja de adolescentes o jóvenes. En este fenómeno, se pueden apreciar características propias: la pareja no convive junta; no tienen una dependencia económica entre ambos; no tienen hijos y además, la violencia es bidireccional -a diferencia de la violencia de género que se trata de una violencia unidireccional- (Viejo, 2014 citado por López-Cepero, Rodríguez, Rodríguez, Bringas & Paíno, 2015).
Uno de los factores de riesgo que propician conductas violentas en el noviazgo –en mi opinión de los más importantes-, es haber presenciado o sufrido violencia en la familia de origen, al igual que tener grupos de iguales cercanos que estén envueltos en esta situación de violencia (Makepeace, 1981 citado por González, Muñoz & Graña, 2003; Rey, 2008).  Esto puede fundamentarse en base a la Teoría del Aprendizaje Social de Bandura, pues los jóvenes que han presenciado o sufrido violencia en sus familias aprenden a utilizar la violencia como mecanismo de resolución de conflictos con sus parejas. Pese a ello, señalar que, el hecho de presenciar o sufrir violencia en la familia de origen no es directamente proporcional a ser violento en la edad adulta, aunque sí es cierto que existe una mayor probabilidad en aquellos sujetos que se han criado en un contexto familiar violento frente a otras personas que no.


También, se cree que hay una posible conexión entre la violencia que se produce en las relaciones de noviazgo y la violencia originada en las relaciones en la edad adulta y/o en las relaciones estables (González y Santana, 2001). Es decir, la violencia en las parejas adolescentes y jóvenes podría considerarse un factor de riesgo para las relaciones futuras en la edad adulta.


Es interesante cómo las investigaciones que han estudiado la violencia en parejas jóvenes, encuentran resultados referentes a la existencia de una violencia bidireccionalidad, o sea, practicada por los chicos al igual que por las chicas, pudiéndose convertir tanto en víctimas como en victimarios/as (Sebastián, et al., 2010). El problema principal es que, en ocasiones, los adolescentes son incapaces de reconocer determinados tipos de violencia, asumiéndolas como parte de la relación e incluso normalizándolas. La violencia psicológica, también llamada violencia invisible porque sus consecuencias no son percibidas a simple vista, y por ello, es la más complicada de identificar entre los jóvenes. Aquí incluiríamos conductas como: excesivo control, celos y posesión, ignorarse, maltrato verbal, ir siempre acompañados el uno del otro sin tener espacio para sus amigos o familiares… (Gállido, 2013). Este tipo de conductas son identificadas por los jóvenes como amor y no como violencia psicológica, por tanto, estos mitos del amor actúan como mantenedores de la violencia durante el noviazgo.
La violencia es un fenómeno que aumenta de forma progresiva y gradual y que debido a ello, algunos jóvenes aceptan ciertos indicios de violencia que creen que forman parte del llamado “amor romántico” (Instituto Andaluz de la Mujer, 2009) -el que está por encima de todo y el que lo puede todo-. La gravedad y la frecuencia de los hechos aumentan en el tiempo, entrando en una dinámica de violencia de la que no saben salir (Sarasua, Zubizarreta, Echeburúa & De Corral, 2007). Hay que destacar que, como menciona Muñoz-Rivas, Graña, O´Leary & González (2007), existen evidencias que apuntan a que el maltrato de tipo psicológico precede al de tipo físico –más razón para que la violencia psicológica sea uno de los puntos primordiales de intervención-.



Además, parece ser que conforme los adolescentes van cumpliendo años, las conductas violentas suelen verse incrementadas (Muñoz, et al., 2010), con lo que es imprescindible actuar en esta etapa vital del adolescente con la intención de frenar los comportamientos inadecuados en las parejas de noviazgo, ya que, es cuando establecen las primeras ideas sobre cómo es una relación y cómo hay que comportarse en la misma.
Por tanto, existe la necesidad de que expertos en la materia se encarguen de prevenir este tipo de comportamientos, pretendiendo retrasar o evitar –en los casos en los que sea posible- el inicio de estas conductas violentas cuando aún no se han establecido como parte de la dinámica de la relación de pareja. Para ello, es preciso actuar desde la población más joven de la sociedad, pues son el presente y el futuro.
Pero… ¿Cómo prevenir estas conductas? Y… ¿Quién puede prevenirlas? En este caso, la prevención se lleva a cabo a través de programas preventivos específicos, y por supuesto que el criminólogo tiene cabida en este ámbito de estudio, en éste y en otros tantos.
Para prevenir un comportamiento es necesario conocer los factores de riesgo –aquellos que aumentan la probabilidad de desarrollar una conducta violenta- y de protección –aquellos que facilitan un desarrollo prosocial- de la población a la que dirigiremos la prevención, para así, poder realizar un programa preventivo eficaz en materia de violencia en el noviazgo. Durante la intervención es adecuado fomentar un clima en el que los adolescentes interactúen y expongan sus opiniones (González, Muñoz & Graña, 2003).
Uno de los objetivos principales en materia de prevención sería: iniciar, crear y mantener relaciones sanas con la pareja. ¿Cómo alcanzar este objetivo? Por ejemplo…
1.      Enseñar a identificar los tipos y los signos de violencia, tanto directa como indirecta.
2.      Aprender a rechazar la violencia como conducta “normalizada” -celos, control, dominación…-, el amor NO lo puede todo.
3.      Argumentar y entender que los mitos del amor romántico no son realidad.
4.      Trasmitir las características básicas positivas –empatía, confianza, diálogo…- que deben poseer las relaciones de pareja saludables.
5.      Facilitar estrategias de resolución de conflictos.
6.      Exponer hechos reales de violencia en el noviazgo, reflexionar y debatir cómo lo hubiesen evitado y cómo lo solucionarían.
Para concluir, los programas preventivos que se muestran más exitosos son aquellos que son incluidos en la programación escolar, tienen continuidad en el tiempo, está formado por un número suficiente de sesiones –sin ser excesivamente largo- y está orientado a fomentar conocimientos, actitudes y habilidades (Cornelius & Resseguie, 2007).


Así que… ¡Manos a la obra!.

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