Uno de los factores de riesgo que
propician conductas violentas en el noviazgo –en mi opinión de los más
importantes-, es haber presenciado o sufrido violencia en la familia de origen,
al igual que tener grupos de iguales cercanos que estén envueltos en esta
situación de violencia (Makepeace, 1981 citado por González, Muñoz & Graña,
2003; Rey, 2008). Esto puede fundamentarse
en base a la Teoría del Aprendizaje Social de Bandura, pues los jóvenes que han
presenciado o sufrido violencia en sus familias aprenden a utilizar la
violencia como mecanismo de resolución de conflictos con sus parejas. Pese a
ello, señalar que, el hecho de presenciar o sufrir violencia en la familia de
origen no es directamente proporcional a ser violento en la edad adulta, aunque
sí es cierto que existe una mayor probabilidad en aquellos sujetos que se han
criado en un contexto familiar violento frente a otras personas que no.
También, se cree que hay una posible
conexión entre la violencia que se produce en las relaciones de noviazgo y la
violencia originada en las relaciones en la edad adulta y/o en las relaciones
estables (González y Santana, 2001). Es decir, la violencia en las parejas
adolescentes y jóvenes podría considerarse un factor de riesgo para las
relaciones futuras en la edad adulta.
La violencia es un fenómeno que aumenta
de forma progresiva y gradual y que debido a ello, algunos jóvenes aceptan
ciertos indicios de violencia que creen que forman parte del llamado “amor romántico”
(Instituto Andaluz de la Mujer, 2009) -el que está por encima de todo y el que
lo puede todo-. La gravedad y la frecuencia de los hechos aumentan en el
tiempo, entrando en una dinámica de violencia de la que no saben salir (Sarasua,
Zubizarreta, Echeburúa & De Corral, 2007). Hay que destacar que, como
menciona Muñoz-Rivas, Graña, O´Leary & González (2007), existen evidencias
que apuntan a que el maltrato de tipo psicológico precede al de tipo físico
–más razón para que la violencia psicológica sea uno de los puntos primordiales
de intervención-.
Además, parece ser que conforme los
adolescentes van cumpliendo años, las conductas violentas suelen verse
incrementadas (Muñoz, et al., 2010), con lo que es imprescindible actuar en
esta etapa vital del adolescente con la intención de frenar los comportamientos
inadecuados en las parejas de noviazgo, ya que, es cuando establecen las
primeras ideas sobre cómo es una relación y cómo hay que comportarse en la
misma.
Por tanto, existe la necesidad de que
expertos en la materia se encarguen de prevenir este tipo de comportamientos,
pretendiendo retrasar o evitar –en los casos en los que sea posible- el inicio
de estas conductas violentas cuando aún no se han establecido como parte de la
dinámica de la relación de pareja. Para ello, es preciso actuar desde la
población más joven de la sociedad, pues son el presente y el futuro.
Pero… ¿Cómo prevenir estas conductas? Y… ¿Quién puede prevenirlas? En este caso, la prevención se lleva a cabo a través de programas preventivos específicos, y por supuesto que el criminólogo tiene cabida en este ámbito de estudio, en éste y en otros tantos.
Pero… ¿Cómo prevenir estas conductas? Y… ¿Quién puede prevenirlas? En este caso, la prevención se lleva a cabo a través de programas preventivos específicos, y por supuesto que el criminólogo tiene cabida en este ámbito de estudio, en éste y en otros tantos.
Para prevenir un comportamiento es necesario
conocer los factores de riesgo –aquellos que aumentan la probabilidad de
desarrollar una conducta violenta- y de protección –aquellos que facilitan un
desarrollo prosocial- de la población a la que dirigiremos la prevención, para así,
poder realizar un programa preventivo eficaz en materia de violencia en el
noviazgo. Durante la intervención es adecuado fomentar un clima en el que los
adolescentes interactúen y expongan sus opiniones (González, Muñoz & Graña,
2003).
Uno de los objetivos principales en
materia de prevención sería: iniciar,
crear y mantener relaciones sanas con la pareja. ¿Cómo alcanzar este
objetivo? Por ejemplo…
1. Enseñar
a identificar los tipos y los signos de violencia, tanto directa como
indirecta.
2. Aprender
a rechazar la violencia como conducta “normalizada” -celos, control,
dominación…-, el amor NO lo puede todo.
3. Argumentar
y entender que los mitos del amor romántico no son realidad.
4. Trasmitir
las características básicas positivas –empatía, confianza, diálogo…- que deben
poseer las relaciones de pareja saludables.
5. Facilitar
estrategias de resolución de conflictos.
6. Exponer
hechos reales de violencia en el noviazgo, reflexionar y debatir cómo lo
hubiesen evitado y cómo lo solucionarían.
Para concluir, los programas preventivos
que se muestran más exitosos son aquellos que son incluidos en la programación
escolar, tienen continuidad en el tiempo, está formado por un número suficiente
de sesiones –sin ser excesivamente largo- y está orientado a fomentar conocimientos, actitudes y
habilidades (Cornelius & Resseguie, 2007).
Así que… ¡Manos a la obra!.
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