La relevancia de Jack el Destripador, por sí sola, ya es motivo suficiente para justificar cualquier entrada sobre Jack el Destripador en un blog como éste y huelga que nos extendamos en la pertinencia de incluirle en nuestros archivos. Sin embargo, hemos de decirlo, tal vez no todo el mundo comprenda por qué hemos decidido dedicar una serie completa al Destripador y no a otro criminal de los que puede leerse en nuestra sección de "Mala Gente". Dudas aceptabes, especialmente si quien las tiene es un recién llegado al mundo de la criminología o se siente atraído por las historias reales de asesinos en serie pero no es conocedor de la historia del crimen y la investigación detectivesca. Sin embargo, para el criminólogo avezado o para el buen seguidor de la historia de la Criminología, la duda se despeja antes incluso de plantearse.
El personaje del Destripador es fundamental y sobrepasa la
simple etiqueta de “asesino en serie”. Otras, como “mito”, “leyenda” o “icono”,
contienen una connotación demasiado positiva como para que las utilicemos sin
más para referirnos a este sujeto, aunque es difícil sustraerse a ello y debemos
convenir que, para bien o para mal, el homicida de Whitechapel es todo eso.
Pero es la causa de lo que le ha convertido en todo lo antes citado -y en uno
de los mayores retos de la historia de la Criminología y de la enciclopedia del
misterio histórico en general-, lo que le hace realmente merecedor de tanta
atención.
Admitiremos que Jack el Destripador no fue el primer
asesino en serie de la historia. Ni siquiera es el que más víctimas se ha
cobrado ni el más maligno o perverso en su Modus Operandi por mucho que haya
puesto el listón muy arriba. Pero sí es el primer asesino en serie “moderno” de
la historia. Ya hemos dicho que, esta afirmación, sin el matiz que hemos entrecomillado, no se
sostiene. Antes de él otros personajes, incluso más letales, han deambulado por
la historia: Gilles de Rais[1],
la Condesa Erzsébet Bàthory[2],
Vlad Tepes el Empalador[3]
(inspirador de Bram Stocker para su novela Drácula
y héroe nacional a un tiempo), varios piratas, cuatreros, conquistadores
españoles del Nuevo Mundo y otros muchos dejaron un reguero de víctimas y
sangre en derredor que será, con seguridad, difícilmente superable.
¿Por qué
Jack es diferente? ¿Qué le hace ser el primer “asesino en serie moderno” para
nosotros? Pues, especialmente, que el Destripador es el primer criminal que
conocemos que sigue las pautas de los asesinos en serie que estamos
acostumbrados a ver en las páginas de los diarios actuales.
Para empezar, no se trata, como los mencionados anteriormente, de un
criminal de guerra (como podríamos considerar a Vlad Tepes) o de un poderoso que
utiliza su impunidad social para dar rienda suelta a sus creencias mágicas
(como podría ser el caso de Báthory, quien al parecer se bañaba en la sangre de
muchachas vírgenes porque pensaba que así se mantendría joven y bella). Tampoco
los del Destripador eran crímenes instrumentales, ejecutados casualmente por la
resistencia de sus víctimas ante un posible robo. En absoluto.
Si Jack el Destripador logró despistar tanto a la policía
de Scotland Yard y a la de la City fue, precisamente, porque los agentes nunca
habían visto nada igual (amén de porque la ciencia forense se encontraba en un
estado casi embrionario, por supuesto). Los crímenes de este asesino reunían
una serie de características que no se encontraron antes en la historia. Al
menos, en la que los cronistas decidieron consignar. Mataba sin motivo
aparente, a unas víctimas de perfil muy concreto, actuando en una zona
localizada geográficamente y con un patrón repetitivo que, además, era
gravemente abyecto. El Destripador abría en canal, exponía los órganos de sus
víctimas, los extirpaba e incluso se los llevaba consigo tras el crimen. Pero,
además, realizaba una serie de otras heridas más superficiales por todo el
torso de la víctima y también las degollaba. Según algunos investigadores
recientes, además, hacía todo ello postmortem
(según estos autores hay pruebas de que el Destripador asesinaba a sus víctimas
estrangulándolas y no degollándolas) o perimortem,
es decir, una vez muertas o bien
mientras se debatían entre la vida y la muerte.
Las muertes del Destripador hicieron intervenir personalmente a la mismísima Reina Victoria y cuestionaron la efectividad de la policía londinense, en ese momento poco carismática para la clase trabajadora por algunos episodios de represión de las manifestaciones obreras. El fracaso de la policía disparó la necesidad de emplear técnicas más modernas e impulsó los esfuerzos que se estaban realizando en materia criminalística, en especial en lo referente a la dactiloscopia[4], pero a los que Scotland Yard era reacio por entonces, hasta que los hechos dejaron en evidencia su falta de profesionalidad y eficacia.
Además, en la narrativa y progresión criminal que muestran los crímenes del Destripador se puede apreciar lo que las teorías de la perfilación criminal han detectado a posteriori: el asesino va aprendiendo, modifica su Modus Operandi e inicia, crimen a crimen, una escalada cada vez mayor de su particular modo de entender el horror.
El desconocimiento de la identidad de Jack no bastaría, sin todo lo mencionado, para convertirlo en lo que es: el inicio de la criminalística. A ello contribuye también que es el primer asesino de la historia que reta a la policía y les desafía, enviándoles cartas que ponen de manifiesto la ventaja que les lleva el asesino (un punto que no deja de ser igual de atractivo si admitimos, como otros autores, que sólo alguna o incluso ninguna de las cartas "firmadas" poor Jack es auténtica). Tampoco estamos seguros de si sus víctimas fueron sólo las cinco canónicas que repasaremos en esta serie o deben incluirse otras, alguna de ellas con alta probabilidad de ser también víctimas del mismo asesino, como es Martha Thabram.
Por tanto, el Destripador es el prototipo de asesino en
serie tal y como hoy lo conocemos: actúa (presuntamente) en solitario, mata a víctimas desconocidas aunque con una similitud muy evidente, modifica su comportamiento conforme avanza su carrera asesina y según las circunstancias (la última de sus víctimas, Mary Kelly, murió a cubierto, en su propia vivienda, tal vez porque la presión policial en las calles forzó a Destripador a buscar abrigo en lugar de exponerse al aire libre como en sus crímenes anteriores), deja su "firma" o "marca personal" (la degollación, las laceraciones en el abdomen o incluso la evisceración de sus víctimas) y es un personaje cuyo desafío a la policía
coincidió con el despertar de la ciencia forense y forzó a la que hoy es una de
las mejores policías del mundo, a reconvertirse y transformarse en lo que hoy ha
llegado a ser.
La figura de Jack, sombría y lejana, entrevista en la niebla londinense, embozada en su capa y su chistera (que tal vez nunca vistió), nos hechiza. Ha dado lugar, incluso a toda una serie de investigadores que han decidido especializarse en su búsqueda y que son conocidos como Ripperólogos (de Ripper = Destripador en inglés).
Hay tantos enigmas en torno al personaje que no es extraño que nos fascine y aterrorice a un tiempo: no conocemos a ciencia cierta el número de sus víctimas, por qué mataba, si era o no un extranjero, si residía o no en Whitechapel, por qué dejó de matar o cuándo comenzó a hacerlo realmente y qué episodio le sirvió como detonante para ello. No sabemos si, realmente, el grafiti que apareció cerca de uno de los escenarios del crimen tiene o no que ver con él. Son tantos y tantos los misterios, que no es extraño que, tras 128 años pasados ya desde su primera víctima "canónica", muchos autores sigan tratando de cazarle y prometan, desde las páginas de sus libros, que han desvelado el mayor de todos los enigmas (y que, a pesar de todo, sigue crípticamente vigente): la identidad de Jack el Destripador.
[1] Gilles
de Montmorency-Laval, barón de Rais, conocido como Gilles de Rais o Gilles de
Retz, fue un soldado francés cuyas fechas de nacimiento son dudosas pero se
sitúan sobre 1405, y que falleció el 26 de octubre de 1440. Procedente de uno
de los grandes linajes de nobles franceses, era hijo de Guy II de Laval y Marie
de Craon. Luchó entre las tropas de Juana de Arco en la Guerra de los Cien
Años. Su psicopatía le hacía ser fiero y osado en el combate, por lo que pronto
comprendió que su destino estaba en el ejército. Con 17 años ya había combatido
con el Duque de Bretaña en las guerras de Sucesión. En lo que nos interesa
aquí, tras la gesta de Juana de Arco Gilles de Rais, que era bastante manirroto
y muy amante de las artes, gastó una ingente fortuna en obras de arte y en
financiar teatrillos que cantaban las hazañas del propio Rais junto a la santa
de Orleans. Se arruinó y buscó consuelo en el esoterismo y la magia, siendo
engañado sucesivamente por varios magos y alquimistas que le prometieron
recobrar su fortuna. El principal de ellos fue un florentino llamado Prelati,
con quien mantuvo relaciones homosexuales. Rais necesitaba sacrificios humanos,
de niños, para las prácticas mágicas secretas de Prelati (eso, al menos, le
decía el embaucador). Al principio, sus criados y él lograban con amabilidad
que los lugareños les cedieran a sus hijos con el pretexto de que iban a llevar
una buena vida en el castillo de Rais. Pero pronto la desconfianza de las
gentes obligó al noble a secuestrar a los niños. Gilles de Rais fue ejecutado
por los crímenes de estos niños, cuyo número real se desconoce, aunque se
llegaron a contabilizar más de 1.000 desapariciones de niños de entre 8 y 10
años en el periodo comprendido entre 1432 y 1440.
[2]
Aristócrata húngara (1560 – 1614), hija de una de las familias más adineradas
de Transilvania, la de los condes Ana y Jorge Báthory, casó con Ferenc Nádasdy,
un conde de 20 años que fue famoso por sus gestas militares en las que solía
empalar a sus enemigos, siendo conocido como El Caballero Negro de Hungría. A
la muerte de Nádasdy, Erzsébet expulsa a su suegra y castiga a la familia del
marido. La condesa, además, había participado en numerosas intrigas políticas,
de manera que se había granjeado muchos enemigos. Entre ellos, al propio rey
Matías II de Hungría, quien ordenó a un familiar de la propia condesa, el
conde palatino Jorge Thurzó, una investigación. Thurzó descubrió que Erzsébet
se había entregado a la magia roja, en la que se utilizaba la sangre de
doncellas. Thurzó halló en el castillo numerosas muchachas torturadas y a las
que habían extraído su sangre en diversos grados, así como otro incontable
número de cadáveres de otras jóvenes en los alrededores del castillo de la
Báthory.
[3] Vlad Tepes, conocido
por el sobrenombre de “El Empalador” y también como Vlad “Draculea” (Hijo del Dragón),
por el epíteto dado a su padre, “Dracul” (Dragón). fue príncipe
de Valaquia (la zona que actualmente ocupa el sur de Rumania), entre
1456 y 1462. Rehén de los invasores otomanos hasta los diecisiete
años, a esa edad logra ascender al trono de Valaquia, del cual fue depuesto
poco tiempo después. Tras sucesivas tomas del trono por las armas, posteriores
deposiciones e incluso un exilio hasta 1474, retomó de nuevo el trono en 1476.
En diciembre de ese año caería en batalla, luchando contra los turcos
junto a la Guardia Moldava, que siempre le fue fiel. En su país se le recuerda
como un héroe cruzado (aunque originalmente era ortodoxo se convirtió al catolicismo)
que luchó denodadamente contra del expansionismo del imperio otomano. Su
forma de castigar a sus enemigos, prisioneros de guerra y a quienes consideraba
traidores era empalándoles. Corría también la voz de que en los banquetes que
organizaba para celebrar sus victorias junto a sus generales, bebía la sangre
de los empalados y las hacía beber a sus generales. Fue esta leyenda la que le
valió ser inspiración de la novela romántica de Bram Stocker “Drácula”, donde
crea el personaje del famoso vampiro que ha inspirado, a su vez, numerosas
cintas cinematográficas.
[4] La
identificación mediante las huellas papilares (o huellas dactilares)
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