Pandemia en las prisiones

     La autora, doctora en Antropología y médico de prisiones, traza en este artículo un panorama de cómo se ha vivido la pandemia en las prisiones españolas hasta el momento, no sólo desde el punto de vista de la prevención sanitaria, sino también atendiendo a las dinámicas relacionales establecidas entre los internos, los funcionarios y la Institución.
 

Es lícito pensar que las prisiones no existen, ni mucho menos las personas que las habitan.

Algún que otro ciudadano puede imaginar dónde van los delincuentes, los condenados por la justicia, los despedazados por los medios, pero eso no les hace caer en la cuenta de la presencia de la estructura penitenciaria como tal.

Sería necesario, para eso, que este sistema en el que vivimos hubiera sido capaz de hacer un ejercicio de reflexión: los prisioneros deben de estar en algún sitio y los que se ocupan de ellos también.

Pero esto no se muestra a la gente, al igual que la efectividad de la muerte, el fracaso institucional o la deshumanización presente.

Para entender la realidad de la situación actual de la pandemia en los centros penitenciarios, es necesario establecer unos planteamientos previos, que nos hagan profundizar e interpretar  el medio que analizamos.

La cárcel constituye un fenómeno de exclusión social entendida como una experiencia que se construye desde aquellos que definen conceptos, marcan pautas y moderan conductas. Fernando Casullo (2001), desarrolla una forma particular de abordar la prisión como problemática social, vista con singular valor dentro de las herramientas que proporciona Foucault: las situaciones de resistencia al poder. Para este último, las prácticas de los individuos se entienden como una política que se sustenta en un método de diagnóstico autocrítico, capilar y sin pausa, conteniendo la posibilidad de producir un efecto de parálisis en las acciones cotidianas de los individuos comprometidos.

Michael Foucault (2002) plantea que las instituciones que se orientan a la acogida de población marginal pueden nacer para resolver los problemas más acuciantes de esta población, pero se utilizan y se consolidan como instituciones que resuelven los problemas que estas minorías marginadas crean a la mayoría dominante.

 Así vemos como en la cotidianidad de las prisiones, es el poder de la Institución la que determina el bienestar de los organizadores y el abandono y la invisibilidad de sus ocupantes.

De este modo las prisiones por no existir no existen ni siquiera para sus dirigentes.

¿Cómo entonces iba afectar la pandemia a una institución que no existe?

Pues debo decir que las prisiones existen, con sus gentes para las cuales fueron creadas con sus profesionales y con sus mandos. Y, como existen, también están siendo objeto de este virus hambriento que intenta llegar hasta el último ser susceptible de ser atacado.

Estamos viendo como un organismo microscópico tiene el poder de derrocar nuestras vidas y nuestras muertes y que esto es especialmente patente en las prisiones dado el número de patologías previas entre los internos y el déficit de personal sanitario del 50% de las plantillas. Intuíamos que este virus amenazaría nuestro sistema, pero creo que no estábamos preparados para el desbordamiento que se produjo.

Losprimeros meses de esta pandemia en la que la mayoría de los gobiernos estaban desorientados y fuera de juego, las prisiones decidieron cerrar sus puertas. Nadie excepto los trabajadores podían entrar y salir cada día. Se prohibió la entrada a los profesionales extrapenitenciarios y a los familiares de los internos. Se cancelaron juicios, consultas hospitalarias, salidas terapéuticas y permisos.

Nos clausuraron más de lo que estábamos. En los medios de comunicación no se nos nombró ni una sola vez en esa primera oleada. Nadie pensó cómo ese espacio de reclusión y de confinamiento se las estaría apañando ahí dentro. Aún existíamos menos que antes, pero se consiguió que el virus no entrara o por lo menos no se pronunció.

Fueron meses difíciles para los que nos quedamos en este reducto. Los altercados y violencias se sucedían cada día. Vivimos una escalada de agresividad como no se recordaba desde la época de los motines de los 80. Los enfermos mentales vieron peligrar su estabilidad y las disociaciones se sucedían a la par que ponían en peligro sus vidas con intentos de suicidios cruentos. En los módulos más conflictivos no supieron entender el alcance de la pandemia, así como las medidas tomadas y se infringían graves autolesiones poniendo en peligro su vida y las de los trabajadores. A diario sufríamos peleas, agresiones, insultos, amenazas, lanzamientos de objetos, celdas incendiadas, internos inmolados en su propio fuego.

El trato de la institución no fue mucho mejor en esos primeros momentos. No se nos facilitaron mascarillas en muchas de las prisiones y no se nos proporcionaban herramientas para hacer frente a esta violencia mantenida. Nos sentíamos desorientados y veíamos cómo nos embestían los que debíamos de proteger y cómo nos abandonaban los que debían de velar por nuestra seguridad. Vimos cómo el centro penitenciario se configuraba como una institución social reproductora de poder que aplicaba un régimen disciplinario a funcionarios y a internos. No fuimos conscientes de que partíamos de relaciones asimétricas de poder y que nos hallábamos en un campo de fuerzas. Para Bourdieu (2000) en el campo de fuerzas del espacio social se producen luchas en las que los agentes se enfrentan con medios y fines distintos según la posición que ocupan en el espacio social. La posición ocupada en la estructura condiciona y ordena las representaciones del espacio social y las tomas de posición en las luchas dirigidas a su reproducción o a su trasformación. Es a lo que llama “oposición entre estructura y agencia”.

Curiosamente eso diluyó nuestra identidad entremezclándose con la suya y ya que la institución nos había situado en el mismo horizonte que a los internos, nos sentíamos parte de ellos y ambos debíamos de protegernos de la institución. Para Olivé (1999) la identidad se construye según la interpretación que hace de ti el contexto. Las personas son construcciones sociales en la medida en que dependen de la interpretación que de sus rasgos característicos hagan las otras personas con quienes interactúan significativamente. Lo que las personas son es una cuestión de interpretación y no, simplemente, algo que se descubre; lo que son depende del contexto social, de las prácticas, de los recursos conceptuales y de las interpretaciones, de acuerdo a las cuales se ven a sí mismas, como personas y son vistas por otros como personas.

De esta forma, se creó una identidad colectiva que implicaba una semejanza en el interior entre presos y funcionariado y una diferencia hacia un exterior capitaneado por los dirigentes penitenciarios. Una población de 100.000 personas entre personal e internos, repartidas en más de 80 establecimientos estábamos en manos de ese poder.

Para la institución penitenciaria teníamos la misma consideración que los internos y esto nos hacía vadear en una línea desdibujada entre los internos y los trabajadores. Se diría que pasamos a formar parte del mismo equipo según las disposiciones externas. A ambos nos interesaba protegernos ya que los demás nos habían demostrado que no lo harían.  La cuestión era que los presos no nos incluían en su categoría de iguales y arremetían contra nosotros toda la frustración generada por el sistema. Aun así, desde esta posición desigual seguimos trabajando con mucho esfuerzo para intentar mantener la situación al menos en un mínimo de equilibrio.

Por el contrario, en la segunda y en la tercera ola se confiaron y tardaron demasiado en volver a clausurar las prisiones. Se mantenían comunicaciones familiares e íntimas, conducciones, profesionales externos y permisos, aunque se recomendaban cuarentenas al regreso, dejaban esa decisión en manos de los directivos de cada centro. Cerraron cuando el virus ya estaba dentro. Y eso volvió a acelerar la escalada de agresividad y violencia. Debíamos seguir trabajando con profesionalidad con nuestros homónimos, a pesar de su ataque injustificado hacia nosotros. Apaciguar a los que previamente nos identificaron como identidad grupal. Una nueva despersonalización se adueñó de nosotros y veíamos cómo nuestras condiciones laborales iban mermando a la par que el virus invadía nuestro entorno. 


Hemos escuchado en varias ocasiones cómo los internos son lo primero para la institución antes que los trabajadores, por supuesto, pero no caen en la cuenta de que, si no hay personal suficiente y éste está relegado a su suerte por la institución, los débiles, como les gusta llamarlos en un intento de apabullar a los profesionales, no pueden ser atendidos como se merecen. ¿Cómo puedes pretender que funcione una estructura si una parte de ella está humillada, denigrada e identificada con la otra parte de la estructura?

En algunos centros hasta el 70% de los internos estaban infectados. Era lógico suponer esta rápida expansión del virus dadas sus prácticas habituales de compartir su cotidianidad más íntima. Y, de esos centros, algunos no contaban ni con un solo médico.

A día de hoy, solo se ha vacunado a los sanitarios a pesar del estrecho y continuo contacto de los funcionarios con los internos. Cuatro trabajadores se mantienen en catorce metros cuadrados durante 24 horas. El protocolo de prevención de riesgos laborales no es adecuado a la realidad de las prisiones y no se están realizando determinaciones de PCR al funcionariado, quedando a la voluntad de la sanidad pública que se hagan. La Mutua no realiza medidas de prevención ni controles de casos índices. Según una instrucción de la SGIP no es obligatorio el uso de mascarillas salvo situaciones excepcionales. Nos preguntamos donde radica esa excepcionalidad. Debemos pagarnos las pruebas diagnósticas ante la negativa de IIPP al no considerarnos contacto estrecho. Cuando se media en una pelea, cuando se revisan las pertenencias, cuando llaman por teléfono en la misma cabina del funcionario, cuando se realizan los recuentos se producen contactos estrechos ya que la mayoría de los internos no se ponen mascarilla ni mantienen la distancia de seguridad. Todo el obscurantismo de tantos años de cara al exterior, se convierte ahora en la necesidad de desplazar su responsabilidad poniendo en manos de la sanidad exterior lo que sería su obligación: velar por la salud de los internos y de sus trabajadores. Salvo honrosas excepciones ésta ha sido la tónica general en la mayoría de los centros.

El virus entró por las comunicaciones íntimas, como era de esperar. Algunos jueces dijeron que tenían derecho a comunicar con sus parejas. La ciudadanía al completo hemos visto cómo se han cerrado bares, tiendas, aeropuertos, fronteras, pero las relaciones íntimas, que con toda seguridad, eran las que traerían el virus, no se vio necesario cancelarlas. ¿Qué es una frontera comparado con una relación íntima?

Durante todos estos meses me ha rondado la idea de si seríamos capaces de desarrollar una estrategia de resistencia frente al sistema que modificara el hábitus de Bordieu del que partíamos. Si podríamos liberar la batalla del campo social transformando la estructura de la SGIP.

 


 

Me identifico con la mirada dolorosa que Foucault construyera respecto a la sociedad moderna, a la hora de posibilitar la lucha o la resistencia al intentar desarticular las redes del dispositivo social. Para el autor francés, el poder se diseminaría tan mínimamente y cambiaría tantas veces de lugar, que enfrentarlo podría ser una tarea titánica. Por el contrario, el trabajo de Casullo defiende la hipótesis de que esta aparente paralización de toda práctica positiva de los individuos políticos puede comenzar a superarse analizando nuevamente la propia práctica de Foucault, sin constituir esto un incorrecto entrecruzamiento de práctica y teoría.

Esperemos que la teoría de F. Casullo nos brinde una oportunidad de hacer entender a los dirigentes que ésta no es la manera. Que no somos sus enemigos sino sus colaboradores para mantener un equilibrio y una reeducación en nuestros reductos confinados.

 

REFERENCIAS:

Bourdieu, Pierre. 1994, Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Anagrama, Barcelona.

Bourdieu, Pierre 2000: Capital cultural, escuela y espacio social. México, Siglo XXI.

Casullo, Fernando. 2001, "La cárcel como fenómeno de exclusión social. Formas de abordaje desde el pensamiento de Michel Foucault", Primeras Jornadas de Historia del Delito en la Patagonia, Universidad Nacional del Comahue, 01-06- 2000.

Foucault, Michael. 2002, Estrategias de poder. Obras Esenciales. Vol II, Paidós, Barcelona

Foucault, Michael. 2004, Nacimiento de la biopolítica, Gallimard, París.

Olivé, León. 1999, Multiculturalismo y pluralismo, Paidós, México.

 

 

 

 


 

 

Comentarios

  1. Muy buena exposición de lo sucedido y de que aún hoy sucede tras los muros y rodeados de una pandemia muy contagiosa

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    1. Muchísimas gracias en nombre de nuestra colaboradora. Procuramos, en efecto, que los artículos publicados tenan profundidad y calidad. En el caso del artículo de nuestra colaboradora, Almudena Mora, conoce el asunto de primera mano y nos ha traído a la web un tema que se ha comentado poco en los medios de comunicación. Gracias por su lectura y confío en que siga descubriendo más artículos de nuestra web que sean de su agrado.

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