Ars Moriendi 2: El caso Dostoievski. Una crueldad paradójica


Se celebraba hace unos días, el 200 aniversario del nacimiento de Fiodor Dostoievski, el gran escritor ruso, y se nos antoja una ocasión propia para recordar el episodio más  sádico y cruel de su problemática biografía que encaja, perfectamente, en nuestra serie Ars Moriendi

 
     Por Pedro Antonio Sillero.- Cierto es que desde su época hasta más de un sigo después, gran cantidad de  escritores y, en general, de artistas rusos,  no fueron ajenos a todo tipo de abusos, ultrajes, castigos, malos tratos, persecuciones, amenazas y un largo etcétera de infamias e ignominias, que alcanzaron su cenit durante el régimen de Stalin, convertido en una auténtica trituradora de disidentes de la que no se libró el mundo literario: Ossip Mandelstam,  Ana Ajmátova, Marina Tsvetáyeva, Aleksandr Solzhenitsyn, y, en menor medida, Boris Pasternak o Vasili Grossman,  y otros muchos escritores de primerísimo nivel, --dos generaciones enteras de asombroso talento--, fueron reducidos a la condición de asesinados, perseguidos, humillados o silenciados (1). 
      Cabe decir que la represión de los zares  alcanzó en algunos momentos cotas de similar paranoia; y en el caso de Dostoievski, su experiencia presenta unas características tan especiales, tragicómicas, morbosas y, a la vez, redentoras que la distinguen del resto.
      Vaya por delante que no nos estamos refiriendo a las circunstancia de su fallecimiento, ocurrido a los 59 años de muerte natural, sin que nada en su biografía justifique dudas sobre la misma.
      Nos referimos a su otra muerte, la que tuvo lugar 32 años antes, en unas circunstancias, ahora sí, de tales características y trascendencia, que en su caso bien puede aplicársele el tópico del “antes y después” de dicha fecha. Porque aunque siguió viviendo, ya nunca fue el mismo.
      La transformación de Dostoievski tuvo unas connotaciones similares a las vividas por su gran contemporáneo, Tolstoi, si bien con una diferencia fundamental: la de Tolstoi fue gradual y producto de una  trabajosa maduración interior (maravillosamente plasmada en el personaje de Levin en Ana Karenina, y en el protagonista de Resurrección), mientras que la de Dostoievski fue brusca y brutal, radical y fulgurante.
     Ambos escritores habían tenido mucho de calaveras en su juventud: promiscuos y disolutos, diletantes y manirrotos. Y, sin embargo, ambos acabaron  siendo dos místicos profundamente religiosos, --cada uno a su manera, todo hay que decirlo--,   preocupados los dos por salvar el “alma rusa”, que tanto valoraban, frente a las tentaciones occidentalizantes de otro contemporáneo,  Turgeniev (escritor quizás inferior, pero a escasa distancia de su genio).
     Por tanto, insistimos, la conversión de Dostoievski surge de su primera muerte. O de su no-muerte. De su casi muerte. O fusilamiento.
      Vayamos al episodio (2):
    En su juventud, Dostoievski llegó a simpatizar con las doctrinas nihilistas que se infiltraban en la Rusia autocrática del segundo tercio del siglo XIX, y de hecho fue miembro del Círculo Petrashevski (llamado así por el pensador Mijaíl Butashevich-Petrashevski, en cuya casa tenían lugar las reuniones del círculo). Algunos de sus integrantes pretendían  llevar a cabo una revolución aunque la mayoría se limitaba a estudiar y propagar las ideas sociales utópicas del siglo XIX (por lo que eran calificados de “comunistas”). Muchos de los petrashevistas eran hombres de letras, escritores, científicos y estudiantes, preocupados por la desgracia de la servidumbre, la censura y la corrupción burocrática en que vivía Rusia. Pero fue el “intento” de derrocar a las autoridades lo que provocó la disolución del Círculo.
     Los servicios de espionaje del Zar habían conseguido introducir a un topo entre sus miembros, y su jefe fue acusado de “planear el derrocamiento del sistema estatal” mientras que Dostoievski y otros 19 lo fueron de difundir copias de la carta  a Gogol que había escrito Vissarión Belinski (el crítico literario más influyente de Rusia, muerto poco antes de las detenciones), en la que se criticaba duramente a las autoridades. Además, ninguno de ellos había informado a las autoridades de una reunión en la que uno de los petrashevistas había leído su ensayo con recomendaciones sobre cómo derrocar al zar.
 El arresto se produjo el 23 de abril de 1849.

     El 16 de noviembre Dostoievski fue llevado a la fortaleza de San Pedro y de San Pablo de San Petersburgo y condenado a muerte por fusilamiento, junto a 20 compañeros del Círculo.

     El 22 de Diciembre fueron trasladados a la plaza Semionov para ejecutar la condena.

     Antes de vendarles los ojos, a los prisioneros se les ofreció el espectáculo macabro de observar cómo desde un carruaje terminaban de bajar sus ataúdes. Iban a ser fusilados en grupos de a tres. Pasaron los tres primeros prisioneros y fueron atados a los postes. Dostoievski estaba en el segundo grupo, esperando su turno.

     Frente al pelotón de fusilamiento, con un frío helador, transcurrieron cerca de 10 minutos de tensión inimaginable, hasta que, por fin, se les comunicó que el Zar había conmutado la pena: el fusilamiento quedaba sustituido por 4 años de trabajos forzosos en Siberia.

     Dice la leyenda que Dostoievski había murmurado mientras esperaba su turno: “No puedo creer que me vayan a fusilar”. Pero no es seguro, como tampoco la forma en que se produjo el anuncio del indulto y conmutación de la pena. Según una versión, un jinete interrumpió el acto entrando en la plaza con la carta que llevaba la orden. Según otros, simplemente se les tuvo esperando por puro sadismo hasta que los responsables consideraron que ya habían sufrido lo suficiente como para comunicarles la buena  noticia.

     Lo que sí es seguro es que las autoridades conocían la decisión del Zar y que organizaron un simulacro de fusilamiento como escarmiento para los condenados.

Manuscrito y Dibujos de Dostoievski

 

     Dostoiesvki, que padecía epilepsia y sufrió un ataque, al día siguiente escribía a su hermano lo sucedido:

 “¡Hermano, querido amigo! ¡Ya está todo decidido! Me han sentenciado a cuatro años de trabajos forzados en la fortaleza (creo que la de Orenburgo) y después tendré que hacer de soldado raso. Hoy, 22 de diciembre, nos han llevado al campo de tiro de Semionov. Una vez allí nos han leído a todos la sentencia de muerte, nos han dicho que besáramos la cruz, nos han partido las espadas en la cabeza y nos han permitido lavarnos por última vez (camisas blancas). Luego han atado a un poste a tres de los nuestros para ejecutarlos. Yo era el sexto. Nos iban a llamar de tres en tres, en consecuencia, yo iba en el segundo turno y no me quedaba más que un minuto de vida. Me he acordado de ti, hermano, y de los tuyos: durante el último minuto, en mi mente estabas tú y nadie más que tú y sólo entonces me he percatado de cuánto te quiero, amado hermano mío. (…) Pero al fin han tocado retirada, los que estaban atados han vuelto con nosotros y se nos ha anunciado que su Majestad Imperial nos perdonaba la vida”.

     Es su carta, su tono revelaba ya su resurrección:

La vida es en todas partes la vida. La vida está en nosotros mismos y no en el mundo exterior. […] Nunca ha bullido en mí la vida espiritual de una manera tan abundante y tan sana”.

     Luego vinieron los años de Siberia: frío, hambre, piojos y pulgas, entre otros parásitos, y trabajos forzados. Las condiciones del penal resultaban durísimas para todos los presos, también para él.

     Fue una experiencia penosa, pero cuando salió de la cárcel, (y resulta inevitable pensar en la redención del protagonista de Crimen y Castigo), era otro hombre, y otro escritor.

      Escribe a su hermano:

 “Lo que ha sido de mi alma […] durante estos cuatro años no podría decírtelo. Es muy largo de contar. Pero la perpetua concentración en mí mismo, que me permitía huir de la amarga realidad, ha dado sus frutos. Tengo ahora deseos y esperanzas que nunca hubiese imaginado”

     Y así fue.

     Es a partir de entonces cuando empieza su verdadera carrera literaria. O al menos lo mejor de ella: Memorias de la Casa Muerta (en la que rememora, novelandola, su experiencia en el penal de Siberia), Humillados y Ofendidos, Crimen y Castigo, Los Endemoniados, El Idiota, Los Hermanos Karamazov…  Y es entonces  cuando alcanza una habilidad única para  introducirse en los rincones más recónditos de las profundidades psicológicas de sus personajes, aprehendiendo lo más turbio y lo más bello de su alma que, por extensión,  lo es del alma rusa.

     La experiencia de su condena, el simulacro de fusilamiento y sus años en Siberia, podrían haber hundido su confianza en el género humano y haber radicalizado sus tendencias nihilistas. Ocurrió todo lo contrario, sin embargo.

      Lo resume simple pero perfectamente en Memorias de la Casa Muerta:

Hay gente mala en todas partes, pero hay buenos entre ellos

     Y  en Crimen y Castigo, (en la que igualmente evoca su experiencia en Siberia), afirma:

 No es el tiempo lo que debe preocuparle, sino usted. Conviértase en un sol y todo el mundo lo verá. Al sol le basta existir, ser lo que es.”

     Y lo hizo. Y su obra nos sigue iluminando. 

     Quién sabe si, después de todo, no deberíamos estarle agradecidos a aquellos sádicos que organizaron la  terrible performance del 22 de Diciembre de 1849.- (3)

 

NOTAS

1.- La lista de artistas represaliados agotaría varios folios. Hemos seleccionado los más relevantes del mundo literario. Entre ellos, resultan particularmente penosos los casos de Ana Ajmátova y Marina Tsvetáyeva, ambas poetisas, casadas y con hijos: ellas, silenciadas y bajo constante vigilancia; sus maridos, represaliados y  muertos (el de Marina, fusilado; el de Ajmátova muerto en un gulag soviético), y sus hijos, encarcelados. Marina no pudo soportar tanta desgracia y se suicidó, ahorcándose en su casa; Ajmátova,  aguantó pero aún tuvo que vivir la humillación de  ser expulsada en 1946 de la Unión de Escritores Soviéticos, lo que conllevaba la prohibición de la publicación de sus obras y la denegación de las cartillas de racionamiento en un Leningrado devastado por la recién acabada guerra mundial.

Cabría destacar igualmente el extraño caso del poeta Mayakovski, que aunque afín al régimen soviético se suicidó con sólo 36 años de un  tiro en el corazón en unas circunstancias poco claras, pero entre cuyas motivaciones pudo estar precisamente la agobiante presión y control que el régimen ejercía sobre los artistas.

 

2.- Stefan Zweig rememora esta episodio, de una forma muy personal, en su obra Momentos Estelares de la Humanidad.

 

3.- ¿Tuvo presente, Gabriel García Márquez, el fusilamiento de Dostoievski al imaginar el del Coronel Aureliano Buendía en Cien Años de Soledad? Tengo para mí que sí, por lo que otra de las consecuencias de aquel episodio sería el mítico inicio de la novela de Gabo:

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo….”

 

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