Ars Moriendi 5: El Caso Adamson. La maldición de Elsa

 

La naturalista y escritora Joy Adamson revolucionó las conciencias del planeta acerca de la caza furtiva y la diversidad de las especcies gracias a una obra, que pronto pasó al cine y a la TV, llamada "Nacida Libre", en la que narraba su relación con una leona que ella y su marido habían criado y después liberado en Kenia. Su obra, sin embargo, no sirvió para que los Adamson tuvieran, ambos, un trágico final, el de Joy especialmente envuelto en el misterio.

 

Por: Pedro Antonio Sillero Olmedo 

Para los que tenemos una cierta edad resulta fácil recordar la melodía de John Barry con la que empezaba la serie Nacida Libre, tan popular en la televisión de mediados de los setenta.

Tanto la serie, como antes la película y, primero, el libro, sirvieron para ayudar a cambiar la conciencia del público sobre la relación del ser humano con la fauna salvaje, en un momento en el que la conciencia ecológica o no existía o donde la había era todavía muy incipiente. Tuvo, por tanto, la importancia de ser una historia pionera, precursora de otras muchas que aún tardarían en llegar - de hecho, Nacida Libre se convirtió en un fenómeno mundial-.

 

Para aquellos jóvenes o no tan jóvenes que no lo recuerden, el libro (Born Free) contaba la relación entre una leona, Elsa, y un matrimonio de conservacionistas que trabaja en Kenia. La historia, escrita por Joy Adamson y publicada en 1960, narraba la experiencia real vivida por ella y su marido, George, desde que la recogieron como cachorro en 1956, deteniéndose en su cría en cautividad, su convivencia con el matrimonio, su adiestramiento y su posterior liberación, ya adulta, en la sabana, tras la cual, sin embargo, no desapareció ni el contacto ni el afecto recíproco.

El éxito del libro se multiplicó cuando en 1966 se estrenó la película con el mismo título, con Virgina McKenna y Bill Travers interpretando al matrimonio protagonista, y todavía más con la llegada, ocho años después, de la serie de televisión con Diana Muldaur y Gary Collins en los papeles de Joy y George Adamson. En ambos casos la música era de John Barry que ganó el primero de sus cuatro Oscars precisamente con Nacida Libre (1)

Sin embargo, la imagen casi idílica que se transmitía en la historia duró poco. Elsa murió prematuramente en el año 61.  Joy y George se separaron en 1970. Y diez años después Joy era brutalmente asesinada, corriendo George la misma suerte en el verano de 1989.

 

 

Joy and George Adamson con sus alteregos cinematográficos,Virginia McKenna y Bill Travers

 

El crimen de Joy tuvo unos inicios confusos.

Su cadáver fue encontrado el 3 de enero de 1980 cubierto de sangre y cerca de su coche en un sendero de la reserva zoológica de Shaba, a 280 kilómetros al norte de Nairobi, Kenia.

Su ayudante, Peter Morson, que fue quien lo encontró, asumió que había sido atacada y muerta por un león. Se dijo que las heridas lacerantes que presentaba así lo confirmaban. Incluso llegó a difundirse la versión de que Joy, que por aquellos días estaba dedicada al estudio de la conducta de los leopardos, se alejó del campamento al observar a un león persiguiendo a un búfalo y que al acercarse a ellos para observarlos mejor fue atacada por el león, causándole la muerte.

La noticia, sin embargo, suscitó no sólo sorpresa sino escepticismo. Que una experta en conducta animal, y más concretamente en el comportamiento de los grandes felinos, fuera atacada por uno de ellos como consecuencia de una imprudencia más propia de un turista despistado que de una avezada naturalista quizás funcionara como material de un drama televisivo, pero desde una perspectiva más prosaica y objetiva resultaba, cuanto menos, sospechosa.

Friedierike Victoria Gessner había llegado a África en 1937, con 27 años, y allí, después de divorciarse de su primer marido, se casó con el botánico Peter Bally,  que fue quien le puso el sobrenombre de Joy (que mantuvo hasta su muerte). Desde su llegada se aficionó a pintar y a fotografiar la fauna y flora africana, y siguió haciéndolo hasta el final de su vida. Una vida que cambió cuando en 1944 se casó con George Adamson, cuatro años mayor que ella y que ya había tenido tiempo de ser buscador de oro, marchante de cabras y, en ese momento, cazador profesional de safaris.

Este matrimonio, el tercero a sus 34 años, fue mucho más estable que los anteriores. La pareja se instaló en Kenia a orillas de lago Naivasha, y George comenzó a trabajar como guardabosques del distrito de la Frontera Norte. Allí pudieron vivir juntos su pasión por la naturaleza y por la fauna salvaje durante un cuarto de siglo, e incluso después de su separación, en 1970, siguieron colaborando y manteniendo una relación afectuosa.

En 1956 George tuvo que matar a una leona que cargó contra él y otro acompañante. Para su desconsuelo, descubrió que tenía una camada de cachorros a los que había intentado proteger; así que decidió llevárselos a casa. De las tres crías, las dos mayores fueron trasladadas al zoológico de Roterdam, mientras que la pequeña, Elsa, decidió quedársela y criarla con Joy en su granja. Una vez adulta, en lugar de enviarla a un zoológico, tomaron la decisión de liberarla, devolviéndola a la sabana, para lo cual dedicaron muchos meses a entrenarla para cazar y sobrevivir por su cuenta, algo inédito hasta la fecha pero que dio resultado, pues Elsa se convirtió en la primera leona liberada con éxito en la naturaleza.

 


 

Joy escribió su experiencia en Nacida Libre, que después completó con otras dos publicaciones: Viviendo Libre (donde continúa la historia de Elsa como madre de tres cachorros) y Siempre Libre (en la que narra la liberación de los cachorros de Elsa, después de la muerte de ésta). Años después intentó repetir la experiencia con un guepardo y un leopardo, a los que crio y estudió y sobre los que también escribió sus correspondientes historias. Entre tanto, no dejó de pintar, agrupando parte de sus pinturas en el libro El África de Joy Adamson, y encontrando tiempo para viajar por el mundo dando conferencias alertando de los peligros que se cernían sobre la vida salvaje en África, que tan bien conocía.

No puede, por tanto, sorprender que la versión de muerte de Joy, tras de más de 40 años viviendo en África, causara estupor.

Una de las voces que más alto y claro mostró su escepticismo fue la de nuestro Félix Rodríguez de la Fuente, quien el 9 de enero de 1980 declaraba, clarividente, en Radio Nacional:

Es sumamente importante que se aclare este dramático hecho, que ha terminado con una de las naturalistas más populares del mundo entero. (…) ¿Cómo es posible que haya querido el destino; cómo es posible que los hados, cómo es posible que el tejido de la vida, en el cual estamos metidos todos, incluidos Joy y sus leones, haya sido tan trágico, tan trágico a lo griego, que haya permitido que la gran amiga de los leones, la mujer que crió, la mujer que sacó adelante a la pequeña huérfana, que la transformó en protagonista de todas las leonas vivientes del mundo, que hizo que el mundo entero se hiciera amigo de los leones, fuera ahora, a ser asesinada, en solitario, al atardecer, por un león, en las soledades africanas?”

“¡No me lo creo!”

“No me lo creí, cuando leí la noticia”.

“Ahora he leído y todavía no se ha publicado el desenlace –y estoy tan lleno de curiosidad, como ustedes mismos, por ver qué ha pasado–que es posible que se trate más bien de un asesinato. (…)”

Y acaba pronosticando que:

Creo sinceramente, y arriesgo mi pronóstico, que el león, que ha asesinado a Adamson, era un león resentido, bípedo, y de los que, por desgracia, hay bastantes, no solamente en Kenya, sino en la Península Ibérica”. (2)

 

Félix Rodríguez de la Fuente con un lobo

 

Y en efecto, acertó.

No sólo el supuesto desarrollo de los hechos resultaba, cuanto menos, sospechoso, sino que tampoco las heridas que presentaba el cuerpo de Joy encajaban con lo debía esperarse del ataque de un león: eran demasiado agudas, no había apenas desgarros y tampoco presentaban una pérdida masiva de sangre.

Afortunadamente el gobierno de Kenia ordenó una investigación, fruto de la cual se llegó a la conclusión de que las heridas no habían sido causadas por ningún animal, sino por un instrumento agudo, probablemente un simi, una espada tradicional de dos filos.

Tras investigar a los actuales y anteriores empleados de Joy, finalmente se llegó a la detención de Paul Wakwaro Ekai, un joven trabajador que había sido despedido unos días antes del crimen. Al parecer, la habría matado después de mantener con ella una fuerte discusión sobre su despido. En el juicio se le condenó como culpable de asesinato a cadena perpetua, librándose de la pena de muerte por ser menor de edad en el momento de los hechos.

Caso cerrado.

 


 

Y, sin embargo, subsisten algunos interrogantes:

¿Cómo es posible que el ayudante de Joy Adamson que descubrió su cadáver confundiera sus heridas de arma blanca con las del ataque de un león?

¿Por qué un muchacho, aún menor de edad, se ensañó de tal manera con una indefensa mujer de 70 años? ¿Es suficiente explicación su despido, ocurrido unos días antes?

Quien escribe estas líneas no ha encontrado explicación.

Y hacemos un inciso: cinco años después, otra gran naturalista, otra pionera en la defensa de la vida salvaje, Dian Fossey, también era asesinada a machetazos, esta vez en su cabaña de Ruanda. Entonces se acusó primero al jefe de una banda de furtivos contra los que se había enfrentado, pero luego se señaló a un colaborador de Fossey que acabó huyendo a Estados Unidos. Su crimen nunca se ha aclarado completamente.

Pero las desgracias de los Adamson no terminaron con la muerte de Joy.

El 20 de agosto 1989, George era asesinado por unos cazadores furtivos en el Parque Nacional de Kora, en Kenia.

El ya anciano naturalista acudió a defender a un turista que estaban siendo atracado y fue acribillado a balazos, muriendo instantáneamente.

Los shifta (bandidos armados) que asesinaron al conservacionista habían asaltado previamente al conductor de Adamson, cuando éste conducía a un huésped hasta la pista de aterrizaje cercana a Nairobi, situada a unos 250 kilómetros de Kampi ya Simba (Campo del león), la remota base de Adamson. Los bandidos le instaron a entregar dinero y otras pertenencias. El conductor ofreció resistencia, pero no le sirvió de mucho: los asaltantes le rompieron las dos piernas con una barra de hierro. George oyó disparos y saltó a su Land Rover con tres de sus empleados para auxiliar al compañero.

 


 

Los cuerpos del naturalista y de sus dos empleados, Angala Solala y Ongetha Dikayo, aparecieron cosidos a balazos en el interior del Land Rover. Los autores, aparentemente un grupo de cazadores furtivos somalíes, se dieron a la fuga.

La historia de Elsa acabó, al fin, en muerte y tragedia.

El poso melancólico que tenía la melodía de John Barry, y que cualquier puede escuchar en Youtube, siempre me pareció que evocaba mejor la pena de una despedida, que la ilusión del encuentro; y en ese sentido resultó premonitoria.

Las cenizas de Joy y George (y también las de Dian Fossey) reposan en la tierra africana. La tierra de Elsa. (3) 

 


 

 

 

(1)  En realidad, ganó el óscar a la mejor banda sonora y a la mejor canción. Veinticuatro años después conseguiría su cuarto y último óscar por la banda sonora de Bailando con Lobos.

 

(2)  Se conserva la grabación de Félix Rodriguez de la Fuente, puede escucharse en internet (https://www.paleovivo.org/lolibre/muertenoclara/)

 

(3)  Esperemos que no llegue a ser “la tierra en la que una vez hubo leones”: pese a todos los desvelos de los Adamson y otros naturalistas, desde la película Nacida Libre se calcula que han desaparecido el 80% de los leones de dicho continente.


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