La muerte de Soleimani en el contexto de la Yihad

            Por Antonio García Sancho




Qasem Soleimani
El año 2020 ha comenzado con un alto grado de tensión internacional. Entre otros focos, y en relación a lo que interesa al tema de esta Agenda, es altamente preocupante el asesinato del general iraní Qasem Soleimani. Aquí, en España, ocupados como estábamos en la investidura de un presidente y la formación de un gobierno estable que es, probablemente, el más controvertido de los que ha habido desde la reinstauración de la democracia, apenas hemos prestado atención. Pero las imágenes han aparecido en la prensa y la noticia ha ocupado las portadas de la sección de internacional de los informativos.

La madrugada del viernes 3 de enero, el vehículo en el que viajaba Qasem Soleimani, comandante de la fuerza de élite Al Quds de la Guardia Revolucionaria iraní, la unidad de élite a cargo de las operaciones en el exterior y que EEUU considera un grupo terrorista, era bombardeado por dos misiles procedentes de un dron estadounidense, un MQ-9, de 20 metros de envergadura y 11 metros de longitud, cuando abandonaba el aeropuerto de Bagdad, en Iraq (1). La operación era reivindicada desde el Pentágono por el Gobierno de los Estados Unidos, anunciando que la acción había sido ordenada directamente por el presidente, Donald Trump. Esta acción ha provocado que los líderes iraníes anuncien un recrudecimiento de la Yihad contra los Estados Unidos.


La figura de Qasem Soleimani no era excesivamente conocida para el común de los españoles, pero en Irán era considerado poco menos que un héroe, que había conducido con acierto una unidad del ejército en la guerra Irán-Iraq en la década de los ochenta. Nombrado Comandante antes de los 30 años, su intervención fue decisiva, dicen, en la guerra contra el Daesh en Irak y Siria, pudiendo ampliar así, Irán, sus influencias en la región. Era el hombre más poderoso de la estructura militar iraní y uno de los más cercanos al ayatolá Jameini (2).
Para Estados Unidos, Soleimani estaba manchado con la sangre de los americanos, como en el ataque ocurrido en Bagdad que le costó la vida a un contratista norteamericano. La administración Trump culpó del ataque a las milicias proiraníes y el domingo lanzó una ofensiva aérea contra las posiciones de Kataeb Hezbolá en los lindes entre Iraq y Siria dejando, tras cinco bombardeos, al menos 25 muertos. La muerte del contratista es su más cercano (presunto) delito, pero el Pentágono les acusa de haber matado a cientos de estadounidenses y herir miles más, en acciones como el atentado contra los cuarteles de Beirut en 1983, donde murieron 241 marines estadounidenses, 58 soldados franceses y 6 civiles libaneses. No hay que olvidar que las brigadas de Al Quds están consideradas por los EE.UU. como un grupo terrorista desde la pasada primavera. Se le acusaba, además, de distribuir armas en Siria para ayudar al régimen de al-Assad a reprimir a los rebeldes y de entrenar a los talibanes, así como de estar urdiendo planes para atacar a diplomáticos estadounidenses y militares en Iraq y por toda la región. Todo ello, según la versión dada por el Secretario de Estado de la Casa Blanca, Mike Pompeo, en una entrevista en la cadena Fox (3).

Donald Trump
La tensión entre Irán y Estados Unidos no es nueva (4), pero  ha cobrado nuevos vuelos desde la entrada de Trump en la Casa Blanca, que truncó todos los intentos de Obama de establecer lazos de amistad –o al menos entendimiento- entre ambos países. Pero, sobre todo, se ha recrudecido en las últimas semanas, como consecuencia de la tensión iniciada en mayo de 2019.
El lunes 13 de mayo del pasado año, Arabia Saudí, advertía sobre los sabotajes que habían sufrido cuatro buques-tanques de petróleo cuando navegaban por sus aguas (5). Ya entonces se sugería que Irán podría estar detrás de estos sabotajes, lo que confirmó, primero, el servicio secreto alemán y, luego, un vídeo –algo borroso-, presentado por el Secretario de Estado de EEUU. Irán lo negó, aseverando que “alguien” estaba tratando de desestabilizar las relaciones entre su país y la Comunidad Internacional.
La escalada de violencia continuó como se ha dicho, con la muerte del comerciante y la represalia tomada por Trump contra las tropas de Kataeb Hezbolá (KH) que a su vez, provocaron el asalto a la embajada Estadounidense en Bagdad (6).
Aquí hay que detenerse un momento para entender las posibles conexiones entre KH y Soleimani. Las Brigadas del Partido de Dios (Kata’ib Hizballah) nacieron teniendo como objetivo combatir a las fuerzas estadounidenses que se desplegaron en Iraq durante la segunda Guerra del Golfo. Fueron fundadas en 2003 por Abu Mahdi al-Muhandis (nombre miliciano de Jamal Jafaar Mohammed Ali Ebrahimi). Al-Muhandis (7) viajaba con Soleimani en el vehículo atacado y es la segunda víctima del suceso, por lo que el ataque selectivo estaba claramente orientado hacia la alianza existente entre estos dos militares.


Al-Muhandis, subcomandante de las Fuerzas Armadas Iraquíes hasta la fecha de su fallecimiento, había sido un firme opositor al régimen de Sadam Hussein y había pertenecido al Partido Islámico Dawa, prohibido por el dictador iraquí, lo que le obligó a refugiarse en Irán. Luego, fue condenado a muerte por un tribunal de Kuwait “en ausencia”, acusado de haber cometido varios atentados con bomba durante 1983. En 2003, con la caída de Hussein, regresa a Iraq llegando a ser asesor del Primer Ministro y diputado en el parlamento, hasta que, en 2007, los EEUU presionan en su contra ante el primer ministro Nuri Maliki. Tras una nueva huida a Irán, regresará a su país una vez lo abandonen los norteamericanos.
Abu Mahdi Al-Muhandis
A Al-Muhandis, le ha sucedido en su cargo de subcomandante del ejército iraquí, Hadi Al-Hameri, que fue compañero suyo en las Brigadas Badr, una fuerza política y también militar que está unida en la defensa del régimen del dirigente sirio Bashar Al-Assad, por el que combatió contra el Daesh junto con las tropas del Al Quds iraní. Al-Muhandis era el líder de Kata'ib al-Imam Ali, una de las milicias que componen, junto con la Organización Badr, Kataeb Hezbolá y otras once fuerzas paramilitares, las Fuerzas de Movilización Popular, formado para combatir al Daesh (8).

Nos encontramos, pues, ante un complicado entramado de intereses que provoca que los enemigos del DAESH, la mayor fuerza terrorista de etiología yihadista que ha existido nunca, sean, a su vez, enemigos de los Estados Unidos (que se declaran en guerra contra el yihadismo y que tildan de terroristas a grupos que lo combaten, como Al Quds o Kataeb Hezbolá). Por otra parte, tanto Al Quds como KH tienen enemigos que son comunes a Estados Unidos (el régimen de Sadam Hussein o DAESH, por ejemplo), pero son enemigos de EEUU, ya que aborrecen que el imperialismo americano pueda controlar el territorio y la economía de los países islámicos. Por otro lado, la alianza entre EEUU e Israel, enemigo declarado de Irán, les hace irreconciliables.
En medio de esta atmósfera, la administración Trump vende el ataque tanto a Soleimani como a Al-Muhandis como una acción enmarcada en su guerra contra el terrorismo yihadista (aunque elimina, de paso, a dos de los más encarnizados rivales del Daesh). Pero, más allá de tal altruista propósito (y con la experiencia adquirida de la falta de sensibilidad del presidente norteamericano para el altruismo) ¿qué es lo que gana EEUU con el fallecimiento de ambos dirigentes? Pues varias cosas. La más obvia es que viene a descabezar a dos grupos con los que Estados Unidos está en guerra abierta de intereses, demostrando su poder y advirtiendo de que los servicios secretos siguen operando en la zona con acierto.
Pero, además, Estados Unidos busca con ello dar razones al régimen iraní para iniciar una guerra que EEUU (o mejor, el gabinete presidencial) desea pero que no puede declarar y que les permita terminar con el periodo de entendimiento que logró la administración Obama que, a su vez, ha permitido a Irán desarrollar su tecnología nuclear, lo que Trump ve como una amenaza.
Imagen de la Guerra del Golfo
Cuando EEUU abandonó Iraq tras la Guerra del Golfo de 2011, la influencia iraní en la zona fue haciéndose más persistente, hasta el punto de lograr un peso político importante en el seno del parlamento iraquí. Además, el crecimiento de la influencia de Hezbolá en Iraq fue acrecentándose. No tenemos constancia de ello, pero es posible que EEUU tolerase esta influencia chiíta e iraní en Iraq por cuanto estas fuerzas ayudaron a mantenerse en el gobierno a Basair Al-Assad en Siria, como se ha dicho. Así, para los Estados Unidos suponían un aliado contra el DAESH que, hasta hace pocos meses, era el enemigo declarado número 1 de Norteamérica, si bien, en su origen, el surgimiento de este grupo yihadista se toleró desde los Estados Unidos (9), interesados entonces en derrocar a Al-Assad. Sucedió, pues, algo parecido con lo que ocurrió con Al-Qaida en Afganistán: al principio una herramienta contra el gobierno comunista, ayudado por la CIA, que envió a su hombre, Bin Ladin, a combatir junto a los talibán para convertirse, luego, en un enemigo declarado del “imperialismo yanqui”.
No se olvide que, desde casi su nacimiento, los grupos islamistas radicales se han ido solapando en el tiempo, pero siempre había alguno destacado y la hegemonía del movimiento lo lideraba uno de los grupos hasta que era sucedido por otro, como refleja esta publicación (en esta misma Agenda Del Crimen). Los últimos dos grupos poderosos, Al-Qaida y DAESH, han caído (si bien no han desaparecido) y han visto su fuerza muy reducida. Así, con el DAESH derrotado y con su autoproclamado califa, Abú Bakr Al-Bagdadi eliminado, ahora la influencia debe recaer en otro grupo. Ahora, puede ser el momento de Hezbolá.
Pero esto supone un nuevo problema para el gobierno Trump. Por un lado, es aliado de Israel, en guerra diplomática con Irán desde 1979. Irán no reconoce a Israel como estado y las hostilidades entre los dos países han ido creciendo en progresión geométrica desde el inicio de los años noventas del pasado siglo. Tras el asesinato de Solimani, Irán ha amenazado con erradicar a Israel de la faz de la Tierra (10). Por otro lado, Trump y su país también es aliado de Arabia Saudita, un régimen suní y wahabita, que se opone a los chiíes que inspiran al régimen de los ayatolás y a la propia milicia de Hezbolá.

En resumen, dejando de lado las consecuencias geopolíticas que el ataque contra Soleimani y Al-Muhandis pudieran tener (desde el incremento de la influencia rusa y china en la zona a una tercera guerra mundial, como se ha barajado en algunos medios), esta acción puede, también, tener consecuencias relacionadas con el terrorismo de etiología yihadista: la toma de la hegemonía de los grupos terroristas por un grupo de afiliación chiíta. Puede haber quien piense que Hezbolá no podrá lograr que pese más el odio al imperialismo norteamericano que las diferencias internas entre islamistas de una tendencia u otra. Sin embargo, esto ya se ha conseguido antes, porque las Fuerzas de Movilización Popular en las que participaban Soleimani y Al-Muhandis y en las que se inscribe Kataeb Hezbolá ya son, de hecho, un colectivo integrado tanto por suníes como por chiíes, aunque lo controlen mayoritariamente estos últimos. 
Tendremos, pues, que seguir atentos a los acontecimientos que se vayan desarrollando en Oriente Medio. 

NOTAS
3.- https://www.libertaddigital.com/internacional/estados-unidos/2019-06-14/eeuu-acusa-a-iran-del-ataque-a-los-dos-petroleros-y-difunde-un-video-para-probarlo-1276640272/
10.- Miño, Claudia (5 de enero de 2020). «Teherán amenaza con eliminar a Israel "de la faz de la Tierra" si Estados Unidos agrede a Irán». Radio Bío-Bío (Biobiochile.cl). Consultado el 5 de enero de 2020.

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