Por Antonio García Sancho
La
detención de Guedes proporcionó a la policía y las autoridades judiciales la
posibilidad de comparar todas las evidencias que habían encontrado en los
escenarios de los crímenes del Destripador con el ADN de quien los había
confesado -aunque ya no tuvieran una consecuencia penal- y de solicitar nuevos
informes periciales.
Por de pronto, El Informe de Personalidad del
Instituto de Medicina Forense declaraba que Guedes era un psicópata y
registraba las "ideas asesinas" y las tendencias "psicopáticas y
paranoicas" que explicarán la búsqueda de ayuda psicológica y psiquiátrica
en 2001.
El Ministerio Fiscal entendió que el trabajo
realizado por Guedes en la construcción, permitió a éste salir de su hogar, ya
que trabajó en varias partes del país y también en Alemania, donde confesó
nuevos asesinatos.
Por otro lado, los diarios de José Guedes, por
los que su hijo Pedro había conocido el secreto de su padre, parecían contener
detalles de los crímenes que coincidían plenamente con los hechos reales.
Sin embargo, desde el momento de la detención,
las confesiones de Pedro Guedes y del propio José Guedes dieron un giro de
180º: ambos declararon, entonces, que no había nada de verdad en lo que habían
contado, que todo se produjo sólo porque vivimos en una sociedad que buscaba el
espectáculo y lo había permitido y que, en realidad, todo había sido sólo una
“brincadeira”, una broma: José Guedes no era el Destripador de Lisboa y los diarios
se habían fabricado, mano a mano entre padre e hijo, mientras veían un partido
de fútbol. Por su parte, Pedro Guedes echó la culpa a su padre. Para un diario
contó que nunca llegó a preguntarle de frente si él, su padre, era el auténtico
Destripador de Lisboa y aseguraba que, aunque a veces le espetaba a su padre
esa acusación, era sólo para picar, en broma. Una broma que, no obstante, según
seguía afirmando Pedro, su propio padre usaba gastar con los amigos: como José
Guedes había estado en Lisboa en la época de esos crímenes, bromeaba con los
amigos sobre ello y afirmaba, delante de ellos, ser el destripador. El hijo
aseguró también que el padre sólo bromeaba con la periodista y que su relato se
apoyaba en un libro que trataba sobre los crímenes de esa época. Por boca del
hijo, conocíamos entonces que, a José Guedes, le parecía que su encarcelación
era un adecuado castigo por su “broma pesada”. En otro momento, frente al
tribunal, Pedro Guedes aseguró que él había leído de niño los diarios de su padre,
pero que luego comprobó que todo lo que allí se decía estaba extraído de
revistas porque él mismo también las había leído.
Tampoco las pruebas parecían incriminarlo: el
cotejo del ADN con la colilla encontrada en la escena del crimen y de la huella
palmar de Guedes con la encontrada en otro de los escenarios, descartaban que
fueran la misma persona. Guedes explicó que todo se le ocurrió a su hijo,
porque quería entrar en aquel programa y les pareció que no tendría
trascendencia. No imaginaron que todo tendría las consecuencias que tuvo.
No obstante, aunque los crímenes del Destripador
habían ya prescrito, la justicia decidió que Guedes continuase en prisión por
el crimen de Aveiro, así como por el incendio provocado en la casa de su
vecino. De hecho, el proceso por el suceso de Aveiro llegó a celebrarse. Los
diarios no dejaron de recordar, durante ese proceso, lo coincidentes que fueron
las versiones de los hechos ofrecidos por Guedes con la forma real en que se
cometieron todos y cada uno de los delitos que la narró a la periodista.
Parecía, en efecto, que conociera detalles que no se habían publicado en los
periódicos: los dos útiles cortantes: uno para abrir y otro para extraer las
vísceras, la forma en que las mató… Algún perito no estuvo de acuerdo, sin
embargo, con que los relatos guardaban tanta semejanza. Así, en el juicio, en
el que también se habló de los crímenes de Lisboa, se afirmó que los golpes que
Guedes decía haber dado en la cara a las prostitutas asesinadas hubieran
deformado más su rostro de lo que mostraban los partes forenses. Por otra
parte, uno de los peritos afirmó que Guedes dijo haber matado a la mujer de
Aveiro en un almacén, lo que no correspondía con la auténtica escena del
crimen, pero el diario O Sol se encargó de recordar que, al contrario, Guedes
había dicho, en las entrevistas con la periodista Cabrita, el asesino confeso
había revelado que no asesinó a esa mujer en ningún interior, sino que fue al
aire libre.
Otros testimonios condujeron a pensar al tribunal
que, si bien no existían pruebas fehacientes de que Guedes fuera el autor de
ninguno de los crímenes que se auto-imputaba, su personalidad era psicopática y
su humor, ciertamente, demasiado particular. Así, una mujer que había sido su
amante, declaró que Guedes le había ocultado su verdadero nombre, haciéndose
llamar Miguel Sandro. Afirmó que el acusado parecía ser, un día, un modelo de
humanidad, mientras que al siguiente la insultaba, le decía que era “un bicho”
y no parecía sentir el menor respeto por ningún otro ser humano. También la
esposa de Guedes, María de Nazaré, hizo su vida imposible. Le enviaba mensajes
amenazantes y ofensivos para ella y para sus hijos pequeños y una vez la llegó
a avisar en un mensaje SMS, que él le haría lo mismo que a las prostitutas de
Lisboa. A esta testigo también le reveló que había sido abandonado por su
madre, que era prostituta, a los dos años, y que desde entonces sentía una
profunda aversión por esas mujeres y que, si le dejasen a él, iría a continuar
la “campaña” que inició contra ellas. Le decía a su amante, según ésta contó en
el juicio, que había sido sólo gracias a ella que había abandonado esa
“campaña” y había vuelto a ser “un corazón puro”. A ella, también la confesó
que le gustaba escribir y que tenía guardados unos diarios que escribió hacía
ya muchos años que sólo quería que se hiciesen públicos cuando él muriese.
“Hablaba constantemente de la muerte” -afirmaba
su amante-, “de muchas maneras”. No entendía por qué la gente lloraba en los
entierros y para él, contaba Guedes a su amante, la muerte era una cosa
insignificante. Llegó a decir que, cuando muriese, le gustaría ser enterrado
con las manos detrás de la cabeza. La amante tenía miedo, confesó, de que ella
fuera su próxima víctima.
Finalmente, las fechas coincidían: Guedes había
abandonado Lisboa para viajar a Alemania en 1974, regresando en 2000, por lo
que podría explicarse por qué no siguió actuando el Destripador de Lisboa y por
qué volvió a matar -aunque no a destripar-, en 2000.
Pese a todos estos indicios y ante la serie de pruebas
contradictorias, el jurado declaró a José Guedes “No culpable”, por no poderse
probar que fuera él quien asesinó a la joven víctima de Cacia (Aveiro), en
2000. El jurado observó discrepancias entre el relato del detenido y la
realidad de los hechos. Así, por ejemplo, Guedes afirmó que la víctima de Cacia
se llamaba Vanesa, residía en Cortegaça (Ovar) y tenía cerca de los 30 años
cuando, en realidad, tenía 18 años, se llamaba Filipa de Melo Ferreira y vivía
en Cacia. Además, el homicidio no sucedió en el verano de ese año, como aseguró
a la reportera Felicia Cabrita, sino en enero.
Igualmente, los jueces fallaron que no podía
tenerse a Guedes por el “Destripador de Lisboa” por no coincidir con la
realidad, en “lo esencial”, los detalles que éste contó a la reportera de O Sol
y también se le absolvió por el incendio de la casa de su vecino en 2006 por no
haber pruebas concluyentes de que fuera él quien lo provocó.
Desde el inicio del juicio, el Ministerio Fiscal
anunció que alegaría la sentencia ante el tribunal de Coimbra. No logró su
objetivo, sin embargo, y un año después, este segundo tribunal volvió a
absolver del asesinato de la mujer de Aveiro -recodemos de nuevo: el único que
no había prescrito y por el que fue juzgado-, a José Gujedes, si bien aclaraba
que, por lo que el acusado había confesado a la reportera Felicia Cabrita, se
desprendía que éste tenía “por lo menos, conocimientos privilegiados de los
casos” y van aún más lejos cuando afirman que los pormenores revelados en las
entrevistas con la periodista, “permiten concluir que el investigado (arguido,
en la terminología jurídica portuguesa), o tuvo participación directa
(solidariamente o en co-autoría) o tuvo conocimiento del resultado de las
investigaciones policiales, lo que es poco probable por el secreto con el que
actúa la justicia (segredo de justiça, en el original). Descarta el
tribunal, igualmente, que haya fabulado e imaginado los crímenes adaptándolos
como si fueran suyos, pues, dicen, no es probable que nadie, de oída, pueda
inventar una historia tan detallada y con tantos pormenores. El diario O Sol de
9 de febrero de 2014, que cita todas estas frases de la sentencia, también se
vanagloria de que la sentencia, en referencia a la forma de actuar de su
reportera, salva de toda sospecha a Felicia Cabrita y afirma que no se observa
que ésta, durante su primera entrevista, haya sugerido los detalles a José
Guedes, toda vez que ella ya conocía esos pormenores: “en momento alguno
-afirma el tribunal-, se detecta cualquier pregunta sugestiva”. Concluyen,
pues, que por el conocimiento de los hechos que tiene el acusado y por el
entusiasmo de su relato a la periodista no se puede excluir, sino más bien todo
lo contrario, que José Guedes haya formado parte del caso. Justifica así, el
magistrado, que tanto la periodista como el jefe de la Policía Judicial que,
finalmente, detuvo a Guedes, Teófilo Santiago, se mostraran convencidos de su
autoría. Sin embargo, la hipótesis no podía ser probada y era tan válida como
cualquier otra, por lo que el tribunal aplicó la máxima de “in dubio pro reo”
(ante la duda, se fallará a favor del reo) y absolvió de nuevo a Guedes,
confirmando la sentencia del tribunal de primera instancia de Aveiro.
Tan favorable fue la sentencia que la abogada de
la defensa, Poliana Ribeiro, estimó incluso, según avanzó en declaraciones al
diario Correo de la Mañana, plantear una querella contra el Estado por
mantener en prisión 14 meses a un hombre inocente.
Barra Da Costa |
Aquí podría haber concluido la historia de los
crímenes del Destripador de Lisboa y su presunto falso autor confeso. Sin
embargo, la historia merece siquiera un párrafo más que habremos de añadir a
esta rocambolesca historia. En este caso, el protagonista es un analista
criminal y perfilador, antiguo jefe de la Policía Judicial, Barra da Costa, que
en 2013 publicaba su tesis doctoral en la que afirmaba haber localizado al
Destripador de Lisboa. Después de trazar minuciosamente su perfil, Barra da
Costa, asegura que se trata de un hombre que está vivo y cuya residencia se
encuentra cerca de los lugares que fueron los escenarios de los crímenes. Dice
el analista que su nombre coincide con el que oyó gritar a la última víctima
una de las testigos del proceso. Da Costa asegura que ha localizado a ese
sujeto y que entabló conversación con él, ofreciéndole un vaso de agua del que,
luego, tomó sus huellas. Cotejando éstas con la impresión parcial que el
Destripador dejó en uno de los escenarios encontró 13 puntos de coincidencia,
siendo 12 el número necesario para señalar incriminar a alguien con total
seguridad. Da Costa no revelará su nombre porque este hombre ya no se encuentra
en condiciones físicas ni de edad como para poder dañar a nadie.
La verdad, sin embargo, no deja de jugar al
escondite. Fuestas oficiales han desmentido que Da Costa o ningún otro analista
particular, fuese o no con anterioridad policía, haya utilizado los servicios
de identificación dactilar de la policía, los únicos donde está registrada la
huella del Destripador en la escena del crimen. Por tanto, ¿cómo ha cotejado Da
Costa esa huella? ¿Con qué permiso? O Da Costa esclarece este punto en el
futuro o podríamos estar, de nuevo, ante otra “brincadeira” en el caso
más rocambolesco e incierto de la historia criminal lusa: la del “Estripador de
Lisboa”.
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