Terrorismo Radical Yihadista en Afganistán. La Misión incumplida de Occidente: (y3. FATA como problema y conclusión)

 


Por Antonio García Sancho

Llegamos a la última de las entregas dedicadas a analizar el "nuevo" terrorismo en Afganistán. Con lo que hemos apuntado en los capítulos anteriores entramos ahora en la verdadera fase de anáisis y nos preguntamos ¿cuáles han sido las causas de que el terrorismo radical islamista de etiología yihadista se haya enquistado en la región fronteriza entre Afganistán y Pakistán y por qué no ha podido erradicarse pese a las operaciones militares que se han destinado a ello? ¿Cuál puede ser el futuro del terrorismo radicalizado yihadista después de la reconquista talibán del país afgano?

 

 

FATA como problema

El verdadero núcleo del problema del terrorismo radical de etiología yihadista radica, hoy por hoy, en esa zona: FATA. Cierto es que no podemos olvidarnos de Siria o que la llegada de los talibán al poder podría extender a todo el país la libertad de movimientos de muchos de los grupos de los que hablamos (salvo de los abiertamente enfrentados con los talibanes como es, precisamente, ISIL-K. Pero, con todo, la raíz del problema o, cuanto menos, una gran parte de la culpa de que persista en la actualidad el peligro de atentados está, precisamente, en esa franja fronteriza.

Como hemos podido ver, todos los grupos mencionados actúan en la zona fronteriza de Pakistán y Afganistán, pero mucho más abundantemente mantienen su sede, su santuario, su centro de operaciones, en Pakistán y, concretamente en la zona FATA.

FATA son las siglas en inglés de Federally Administered Tribal Areas. Es decir, Áreas Federales Administradas por las Tribus. En realidad, se trata de una franja de algo más de 27.000 km2 bien definida en la frontera noroeste de Pakistán y poblada por unos y 3,2 millones de habitantes que, si bien no “de iure” sí “de facto”, es un territorio que se sustrae al gobierno Pakistaní y que está gobernado por las tribus que habitan en él, que son soberanas en su territorio. A su vez, FATA es una parte de la Provincia Fronteriza del Norte (North-West Frontier Province o, por sus siglas, NWFP).

Pero retrocedamos hasta el origen mismo de la historia de Afganistán, aunque sea de forma rápida y con pluma gruesa, para poder comprender el problema real.

 

Prehistoria del error

El Islam entra muy tempranamente en Afganistán, cuando los árabes derrotaron a los sasánidas en 651, pero la resistencia fue mayúscula y la islamización avanzó muy lentamente. El país, aún no existente como tal, fue tomado luego por Gengis Khan y permaneció en poder mogol, si bien como un territorio olvidado y sin interés para los sucesivos gobernantes, hasta el siglo XVI, cuando cae bajo el poder de los safawíes iraníes, en el segundo lustro de la primera década del año. Así, también el poder iraní se debilitó y las tribus afganas pudieron recuperar sus derechos, que habían sido salvajemente pisoteados por sus conquistadores durante todos esos siglos y, tras numerosas luchas tribales en las que se enfrentaron Ghizai, nacionalistas, Durraníes y abdalíes, en 1838 pudo proclamarse emir de Afganistán Dust Muhammad, que fijó la capital en Kabul y fundó la dinastía de los Barakza´i o Muhammadza´i.

Por entonces también, el colonialismo había hecho que Afganistán se convirtiera en un territorio “barrera”, una frontera independiente en medio de los intereses rusos, al norte y británicos, al Sur y al Oeste de Pakistán. Los ingleses querían tener el control de aquellas tierras para prevenir un ataque ruso a la India, territorio mucho más interesante en cuanto a riquezas y materias primas para los británicos. Se inició, casi de inmediato, en este contexto, la primera de una serie de tres guerras anglo-afganas.

Tras la segunda de ellas, Abd-Ur-Rahman Khan, entonces en el trono afgano, se encontró en una encrucijada: incursiones rusas en el Norte hacían temer una invasión rusa de Afganistán. El emir sabía que, de ocurrir, los británicos intervendrían y su país se convertiría en una zona de guerra en los cuatro puntos cardinales. Por tanto, hubo de aceptar que fueran las potencias occidentales las que trazaran las fronteras. Así, los rusos ganaron terreno al Sur y crearon la ciudad de Kusha en el extremo de lo que se convirtió en el punto más al sur de su nuevo territorio.

Para las negociaciones que se llevaron a cabo en 1893, los británicos enviaron al agente del MI6 Sir Mortimer Durand (en la foto). El objetivo, aparte del más obvio, era también combatir geoestratégicamente a los pastunes y los baluchas, las tribus que más conflictos estaban provocando en el interior del país. Fijados estos objetivos, su propuesta fue trazar 2640 kilómetros de frontera entre Afganistán y el actual Pakistán, entonces territorio indio. Esa frontera fue llamada la “Línea Durand”.

En el Sur, el virrey de la India, logró anexionar al Raj diversas tierras que los persas cedieron a Afganistán en 1857. En realidad, esos territorios suponían la salida al mar del país ya que son la provincia entera de Baluchistán, con ciudades como las de Chagái y la zona de Waziristán. Todo ello a cambio de una pequeña región montañosa en el Hindu Kursh y la ciudad de Pamir[1], precisamente en la franja que refugia hoy a las agrupaciones yihadistas.

Con estas variaciones en las fronteras, la “línea Durand partía del Karakoram, en la frontera china, para descender oblicuamente, con una inclinación de unos 45 grados, bordeando las montañas del norte del país hasta Chaman, donde, tras descender algunos kilómetros más, cambiaba sensiblemente de rumbo y se dirigía casi en horizontal a la frontera con Irán trazándose en el mapa por encima de las cumbres de Chagai, en la parte sur del Rigestán, que hoy pertenece a Pakistán.

La línea Durand no sólo ganaba el mar para la India, sino que partía en dos el territorio Pashtún. El grueso de las tropas talibán está formado, hoy, por integrantes de esta etnia.

En el reparto sólo salió perdiendo Afganistán, que nunca ha aceptado estas fronteras. Cuando nació el estado de Pakistán, los afganos reclamaron Pastunistán, las tierras de los pastunes, creyendo que Pakistán se rompería pronto. Pero Pakistán sobrevivió y nunca ha aceptado devolver esos territorios

 

FATA

Con el tiempo, nació también Pakistán y el colonialismo dejó sin resolver la división que había causado la línea Durand. Al norte de Pakistán y de Afganistán, en la zona más abruptamente montañosa de ese territorio, empujadas por las sucesivas invasiones y por los gobiernos de inspiración democrática, se fueron refugiando distintas tribus, muchas de ellas pashtún, que conservaron, a pesar de los gobiernos, su forma tradicional de gobernarse y su creencia en el Islam que, en ciertos casos, fue radicalizándose.

Esa zona es FATA, una región tribal semiautónoma (en realidad, con casi total autonomía) al noroeste de Pakistán que se fundó en 1947 y que, oficialmente –o, podríamos decir, administrativamente-, fue obligada a renunciar a esa autonomía por la modificación de la Constitución que emprendió la Asamblea Nacional de Pakistán en 2018 y que se hacía efectiva por completo en 2020, uniéndola a la provincia de Khyber-Pakhtunkhwa. La intención era poder controlar esa zona que era, de hecho, impermeable a las leyes del Estado Pakistaní y combatir el terrorismo (que, por otro lado, tolera el propio gobierno de Pakistán en muchas ocasiones).

Pero veamos cómo ha sido FATA hasta 2020. Para empezar, debido a que se trata de la provincia más pequeña de Pakistán, a que está conformada por tribus rebeldes a la democracia pakistaní y que han provocado graves revueltas y atentados y a su peculiar orografía, desértica y abrupta, muy montañosa, el gobierno de Pakistán no ha hecho demasiado por la zona: el índice de alfabetización masculina en 1998 no llegaba al 30% y, ese mismo índice, entre las mujeres, era del 3%, mientras que en el total del país era del 54,8% y el 32% respectivamente[2]. Los transportes en la zona son escasos, por lo que no existe una buena comunicación con el resto del país ni con los vecinos. No tienen influencia alguna en la política del país porque hasta las elecciones del 20 de Julio de 2019 no podían votar. Por entonces, el censo electoral registraba a 2,8 millones de votantes[3].

Geográficamente, FATA está incluida en la provincia de Khyber-Pakhtunkhwa (también Jaiber Pastunjuá), la más pequeña de las cuatro que forman Pakistán, tal como decreta su Constitución.

 

La provincia cuenta con una Asamblea Provincial unicameral formada por 124 escaños electos, de los cuales 22 están reservados a mujeres y tres a no musulmanes. La Asamblea Provincial elige al ministro principal de la Provincia, el cual designa al gabinete de ministros que se harán cargo de los diferentes departamentos, actuando el ministro principal como líder del Ejecutivo en la provincia. En el gobierno provincial han también un representante del Gobierno federal designado por vía directa, no por elecciones, con el cargo de gobernador o Comisionado, que representa al gobierno federal ante el provincial. A su vez, la provincia de Khyber- Pakhtunkhwa aporta 43 miembros a la Asamblea Nacional de Pakistán, divididos a su vez en 35 escaños de régimen general y 8 para mujeres.

A su vez, en el caso de la provincia de Khyber- Pakhtunkhwa está dividida en 25 distritos que se reúnen o agrupan en un total de 7 Divisiones[4].

 


 

 

Pero, en todo ese marco, las FATA marcan la diferencia, porque no obedecen a ese régimen federalista, sino que son regiones autónomas o, más propiamente, semi-autónomas. Su organización es diferente y propia y no están supervisadas por divisiones o Asambleas provinciales (donde no están representadas) sino directamente por el presidente de Pakistán, a través del gobernador. A su vez, el parlamento pakistaní no puede dictar leyes para las FATA, sólo el presidente tiene esa potestad. Tampoco la Corte Suprema tiene jurisdicción en la zona. En cuanto a su organización política, las FATA están divididas en siete “Agencias” y seis regiones fronterizas, cada una asociada a un distrito de la Provincia. Su influencia en la Asamblea Nacional es, en realidad, muy escasa, porque sólo aportan 12 miembros. Sus normas, jurisprudenciales y morales, las dictan, entonces, los Consejos Tribales o jirgas, que se rigen por la rewah o “costumbre”.

En realidad, en la zona FATA regía la Frontier Crimes Regulation (FCR)[5], una ley impuesta por los ingleses y que no se ha derogado hasta 2018. Esta ley, con todo el grado de independencia que otorga a las jirgas, no está exenta de regulaciones que provocan animadversión manifiesta de los oriundos de esas zonas.

Así, por ejemplo, la Ley, en su sección 21, dictamina que:

 

“En caso de que cualquier tribu fronteriza, o cualquier sección o miembros de dicha tribu, actúen de manera hostil o no amistosa hacia el Gobierno británico o hacia las personas que residen en la India británica, el Comisionado Adjunto puede, con la autorización previa por escrito del Comisionado, ordenar:

 

a)                    la incautación, dondequiera que se encuentren, de todos o algunos de los miembros de dicha tribu y de todos o cualquier propiedad que les pertenezca a ellos o a cualquiera de ellos.

b)                   La detención en custodia de cualquier persona o propiedad así incautada y; la confiscación de cualquiera de dichos bienes;

c)                    y podrá, con la misma sanción, mediante proclamación pública

d)                   prohibir a todos o a cualquier miembro de la tribu todo acceso a la India británica; y prohibir a todas o a cualquiera de las personas dentro de los límites de la 20India británica toda relación o comunicación de cualquier tipo o tipos específicos con dicha tribu o cualquier división o miembros de la misma”.

 

Es decir, que en virtud de esta ley y si así lo decide el criterio discrecional de una sola persona, el gobernador o comisionado, se puede castigar a parte de la tribu, o a toda ella, o a cualquier miembro de la misma sea o no el culpable, por los delitos de un solo miembro de esa tribu. La ley también permite confiscar o destruir pertenencias comunes en castigo a esas infracciones. Es el concepto de “responsabilidad compartida”.

Además, los “delitos” son, en realidad tan abstractos en su concepción y reflejo en la Ley que el dictamen del gobernador puede llegar a ser completamente subjetivo y arbitrario. Así, como hemos visto, puede castigarse cuanto actúe “de manera poco amistosa” o se puede multar a comunidades cuando existan “buenas sospechas para creer” que ha cometido algún delito, no ha colaborado “de forma leal” con las autoridades o hayan dado cobijo a un delincuente (sección 22). La sospecha, pues, basta para recibir el castigo.

En un juicio, la FCR no permite al encausado disponer de asistencia legal ni tampoco solicitar la presencia y el testimonio de testigos. Por supuesto, al no estar sometido el territorio a la jurisdicción de los tribunales pakistaníes, tampoco el reo tiene derecho a apelar el veredicto si resulta adverso, ante el Tribunal de Peshawar o el Tribunal Supremo.

 

Como resultado de todo lo anterior, a efectos reales estamos ante una zona abrupta, de difícil acceso, controlada por las tribus locales, que operan con independencia de las leyes pakistaníes y que dictan sus propias normas, aunque encorsetados por una Ley caduca e injusta que fomenta el odio hacia el mundo anglosajón que la impuso y al gobierno pakistaní que no la ha derogado nunca. Pero, en realidad, son un territorio casi independiente en su manera de obrar y considerarse.

Y una de las normas que más definen a las tribus pastunes y baluchas (las más numerosas, aunque también haya árabes y otras etnias) y que más arraigada tienen en su “ADN cultural” es la obligación de ser hospitalarios y dar asilo a otros musulmanes. Esto, por ejemplo, fue esgrimido como argumento de los talibanes en su obcecación por dar asilo a Bin Ladin y no entregarlo a los americanos.

Las tribus talibano-pakistaníes, los pastún y, en menor medida, por estar peor armadas, los baluchis, se han hecho fuertes en esa zona durante toda la historia de la misma. Frenaron allí al dominio sij; los británicos hubieron de negociar continuamente con ellas y, en la incursión militar de los Estados unidos y la ISAF allí se han refugiado los grupos terroristas radicales yihadistas sin que, ni los continuos ataques con drones de las tropas aliadas occidentales ni los ataques del ejército pakistaní o del ISI (el servicio secreto de Pakistán), pudieran desalojarlas en las dos décadas de ocupación militar occidental.

 

 


 

 

Pakistán

 

El círculo se cierra si analizamos en profundidad la relación entre Pakistán y sus aliados y entre ese estado y los yihadistas islamistas.

Poco a poco hemos dibujando un paisaje que nos ha llevado a detectar un desplazamiento: de las tierras medias de Afganistán, la zona de Pastunistán, nuestro foco se ha ido desplazando hacia el norte y la frontera con Pakistán. Allí, sin respetar la línea Durand, nos hemos adentrado en una zona llena de montañas y cuevas que ofrece un buen refugio a los terroristas y que cabalga entre los dos países vecinos. Hemos conocido, también, que una amplia franja de ese abrupto y casi inaccesible territorio, es jurídica y políticamente independiente, si nos atenemos a la real poltik, de cualquier gobierno de ambos países. Y que sus tribus, de hondas raíces radicales islámicas y de la misma etnia que un gran número de los muyahiddin que han devuelto Afganistán a los talibanes y que han protegido siempre a al-Qaida y sus derivaciones, sienten simpatía por la causa yihadista y aborrecen a los occidentales, que han pretendido colonizar sus tierras sin descanso en el último siglo. ¿Qué nos falta?

Si nos atenemos al famoso “triángulo del delito” que la criminología medioambiental nos descubrió en su día y lo trasladamos a nuestro contexto, el terrorismo yihadista de inspiración islamista radical (el delito), se produce si encontramos un autor suficientemente motivado, una oportunidad para actuar y, finalmente, una falta de controles (disuasorios o efectivos, directos o indirectos). Esta configuración es la que se da en nuestro caso: los yihadistas están sobradamente motivados porque no sólo están alentados por un sentimiento pasional y religioso, sino que, además, la historia de invasiones extranjeras les lleva a justificar y racionalizar fácilmente su odio por occidente y sus formas sociales y políticas, tales como la democracia. Por otro lado, la casi impunidad con la que pueden moverse en aquella zona, donde son bien recibidos por sus huéspedes, amparados por un territorio inaccesible a tropas y armamento pesado y protegidos por la orografía y las numerosas cuevas del terreno, podría asimilarse a la “oportunidad”, ya que les permite organizar sus acciones con tranquilidad, establecer alianzas y también actuar con impunidad. Finalmente, la falta de control deviene de factores tales como los de vivir en una zona independiente a las que no afectan las leyes estatales, es de difícil acceso a los controladores o vigilantes que han de hacer cumplir la ley o procesar al delincuente y por el hecho de que las autoridades tribales, las únicas que, efectivamente, imponen su norma, son afines y simpatizantes a los yihadistas. Se cumplen, pues, las tres bases que la teoría establece para que se de el delito, las condiciones de posibilidad para que el yihadismo siga actuando, a pesar de la ocupación occidental del territorio, más nominal que real.

Pero, en ese último punto, la falta de control, la ausencia de “guardianes” o “vigilantes”, se ve enriquecida por otra circunstancia más. Hagamos notar primero, de nuevo, que el fenómeno yihadista, de ocupar todo Afganistán, se ha retirado, a la fuerza, a otros lugares, se ha desplazado hasta encontrar el hueco perfecto en la frontera norte de Pakistán. Preguntémonos por qué.

Y pronto llegaremos a la sospecha de que, si se ocultan allí, aparte de porque se trata de un terreno difícil y escarpado, eso no basta. También es escarpado para ellos y eso haría difícil escapar de una acción decidida y numerosa de tropas occidentales. Sin embargo, sólo se han producido escaramuzas para erradicar a alguno de los líderes de los principales grupos. Como digo, esto despierta sospechas.      

La respuesta está en Pakistán. La zona de refugio yihadista está en Pakistán, no en Afganistan y, por tanto, en un país “amigo”, alineado con los aliados, por lo que no se puede llevar a cabo una actuación militar de envergadura sin contar con las autoridades de ese país. Esto puede ser una explicación pero…¿por qué no autoriza Pakistán un ataque contra los territorios tribales? ¿Tal vez teme revueltas internas y pagar las consecuencias políticas de ello? La verdad es que es más sencillo que eso: Pakistán es un aliado “a regañadientes” que, en muchos casos, simpatiza más con el radicalismo islamista que con el objetivo de Occidente.

Según informaba un diplomático pakistaní en Europa, algunos talibanes han llegado a entrenar con las Fuerzas Armadas de Pakistán y una gran parte de la población, que ve en los talibanes a los seguidores de la sharia, apoya a éstos y ha celebrado el triunfo en Afganistán. Pakistán acogió a los líderes talibanes tras la invasión de 2001 y cedió espacios para ayudar a la reagrupación en estos 20 años. Un informa de la ONU publicado en 2020 estimó que habrá más de 6000 combatientes pakistaníes en Afganistán. Miembros importantes de las autoridades pakistaníes han expresado su alegría ante la entrada Talibán en Kabul: Asad Durrani, exdirector del ISI, el Servicio de Inteligencia de Pakistán, afirmaba que la “sociedad se alegra de que los talibán hayan tomado el control de Afganistán” y el mismo presidente del país, Imran Khan, ha declarado que los talibanes “han roto los grilletes de la esclavitud”[6].

Pakistán es un aliado ambiguo de las fuerzas occidentales. Se vieron obligados a actuar contra los talibanes en 2001 muy a su pesar porque se vieron encerrados en una disyuntiva incómoda ante el mayúsculo ataque de al-Qaeda contra el World Trade Center. Pakistán era la única potencia que mantenía relaciones diplomáticas y económicas con Afganistán y por eso, su presidente Pervez Musharraf, debió decidir entre mantener la alianza con los enemigos de la mayor superpotencia del mundo o romperla y unirse a las fuerzas invasoras. Además, si los talibanes perdían la guerra y ellos estaban en el bando perdedor, la India, el estado “archienemigo” de Pakistán, podría sacar mucha ventaja de la situación[7]. Así pues, razones prácticas y geoestratégicas obligaron a Pakistán a dar un giro de 180º a sus alianzas, pero su fidelidad seguían con los afganos y, en realidad, nunca apoyaron firmemente a las tropas de la ISAF.

Aunque ahora puedan sufrir el rechazo de Estados Unidos[8] y los países occidentales o incluso convertirse en un títere de los talibanes, Pakistán se siente más fuerte ahora con un aliado fronterizo y las posibilidades de que se mantenga una entente entre estos dos países islámicos, Rusia y China. Allí, en esa frontera entre estos países, se puede estar creando un nuevo núcleo de alto peligro mundial, porque todos ellos envuelven a la India, el enemigo declarado de Pakistán. Y hablamos de potencias con armamento nuclear. Pero esto excede ya del interés de este artículo.

  

 



 

 

 

La red Haqqani

El análisis de las condiciones que han posibilitado el ataque de ISIL-K contra las tropas de la ISAF y los afganos que se intentaba evacuar, no estaría completo sin analizar un último aspecto que ha permitido la continuidad del terrorismo yihadista radical en el país. En este caso no hace falta saltar al país vecino de Pakistán, sino que la causa la encontramos en el interior del propio Afganistán. Nos referimos a la red Haqqani.

Para empezar, cabe decir que los talibanes nunca se han marchado de Afganistán. Como mucho, como hemos visto, sus líderes y algunos combatientes se han refugiado en la frontera norte de Pakistán, pero, en gran medida, su dogma de inspiración salafí, sus ideales deobandi y, más específicamente, su ideología yihadista de combatir a los “no creyentes”, ha permanecido intacta y se ha seguido difundiendo en Afganistán sin que las nuevas (y, por otra parte, corruptas) autoridades hayan hecho nada por impedirlo.

Entre los destacados combatientes que han salvaguardado el legado de ideología yihadista talibán se encontraba Jalaluddin Haqqani, de la tribu Zadran, líder del clan más peligroso de Afganistán, responsable de los atentados más violentos sufridos por el ejército estadounidense en Afganistán desde 2008 y fundador de la “red Haqqani”, considerada “grupo terrorista” por EE.UU. desde 2012[9]. Su nombre, incluso, sonó como sucesor del Mulá Omar, el líder talibán que dio cobijo a Bin Ladin.

Jalaluddin decidió recibir formación militar en Pakistán en 1976[10], tres años después de que los objetivos nacionalistas sobre Pashtunistán de Mohammed Daud Kahn, el primer presidente de la República de Afganistán, diera el golpe de Estado contra el rey Mohammed Zahir Shah, del que era Primer Ministro. En Waziristán del Norte fue entrenado por el Cuerpo de Fronteras de Pakistán, noción también opuesta a Daud. Haqqani y sus hombres se integrarán ese mismo año en el Partido Islámico (Hizb-I-Islami) y luego seguirán a su escisión, Hizb-I- Islami-Khalis, formada el mismo año (1979) que surge el movimiento de los muyahidín talibán.

 

Entre 1978 y 1980 se suceden una serie de acontecimientos que precipitan la historia personal de Jalaluddin. Por un lado, los soviéticos invaden Afganistán como respuesta al asesinato de Daud; el Ayatollah Jomeiní triunfa con su revolución y obliga a huir a toda prisa al Sha Mohammed Reza Phaleví. Egipto e Israel firman los Tratados de Camp David, ofensa para muchos musulmanes suníes y, finalmente, Irán inicia la guerra contra Iraq, de forma que el mundo sunní teme que se trate de un primer intento de expansión de los shiíes en le Oriente Medio.

Haqqani combate a los soviéticos ganando cada vez más prestigio. Después de la retirada soviética continúa combatiendo contra el presidente Mohammed Najibullah, afín a los soviéticos si no títere de éstos. Jalaluddin continúa venciendo cada vez en más batallas en Loya-Paktia, su tierra de origen, Khost y Urgun. Para mantener protegidos los territorios conquistados a los rusos, Jalulddin crea unidades paramilitares y un consejo consultivo, tejiendo una red de alianzas que se conocerá como la red Haqqani. Crearon también campos de adiestramiento de militantes de grupos islamistas yihadistas, como el propio al-Qaida, con quien colaboró en el mantenimiento, hasta la incursión de EE.UU. y las tropas de la ISAF en 2001, del campo de Zhawara, que entrenó a árabes, uzbekos o chinos.

Es gracias a la red Haqqani que los talibanes ocupan Kabul en la guerra civil afgana que siguió a la marcha de los soviéticos. El Mulá Omar tuvo que recurrir cada vez más a ellos ante la persistente oposición de los rebeldes del norte y eso obligó al Mulá a entregar a Haqqani grandes sumas de dinero con las que se contrataba a más combatiente y que servía, también, para fortalecer la influencia de la red y para obligar cada vez más a los talibanes a mantener las alianzas con los Haqqani, en una alianza no exenta de algunas tensiones, mientras éstos se guardaban las espaldas manteniendo sus santuarios en la zona FATA pakistaní, donde se refugió con la llegada de las tropas de Estados Unidos y la OTAN y después, también, de que resultaran inútiles los esfuerzos de la alianza occidental y de Pakistán para que se uniera a ellos y les ayudara a enfrentarse a los talibanes.

Durante los primeros años de la ocupación de la ISAF, los Haqqani se dedicaron a recomponer sus campos de entrenamiento y su estructura en Loya Paktia ayudados por Al-Qaida. En 2003 ya habían recuperado presencia en 10 de los 22 distritos de las provincias de Paktia, Paktika y Khost.

En 2005, las fuerzas de la red, comandadas por uno de los hiijos de Jalualddin, Sirajuddin, terminaron la conquista de las zonas que se habían mantenido fuera de su control en Loya Paktia. En todas estas acciones encontraron apoyo o, cuanto menos, un camino expedito por parte del ISI, el servicio secreto Pakistaní. A partir de la última década, la red Haqqani castigó duramente a las fuerzas occidentales. Se recuerda su participación en 2008 en el atentado contra la embajada de la India en Kabul, que dejó 54 víctimas mortales, el ataque al Hotel Internacional o el camión bomba que hirió a 77 soldados estadounidenses en Wardak o un asedio al cuartel de la OTAN y la ISAF, la sede de la embajada de Estados Unidos y un edificio del Gobierno Afgano que duró horas y en el que dispararon con misiles y fusiles de asalto y en el que suicidas con chalecos-bomba asaltaron las instalaciones. Fue entonces cuando Estados Unidos decide incorporar a la red en la lista de grupos terroristas. Desde entonces, la virulencia de sus ataques disminuyó y en los combates y en misiones especiales han perdido a varios de sus comandantes y combatientes. Incluso se llegó a fundar un comando destinado específicamente a combatir la red Haqqani por los Estados Unidos, lo que sólo sirvió para que volvieran a recrudecer sus atentados, como el de un mercado que se cobró 72 víctimas, un suicida en Khost que segó 20 vidas y el atentado contra una casa de huéspedes en Kabul, que causó 134 muertos.

Los años de ocupación de Afganistán no han mermado su influencia a pesar de que, en ocasiones, se les ha causado daños importantes. En 2016, se consideraba que contaban en sus filas con 10.000 combatientes. Hoy, el Ministro de Refugiados del nuevo gobierno talibán es Khalil Haqqani, otro de los hijos del fundador, al que ya se le ha fotografiado andando libremente por Afganistán.

Líder actual de la Red Haqqani

La red Haqqani ha tenido influencia en la educación recibida en las madrazas de todo el país y ha tendido puentes (de ahí lo de “red”), con multitud de grupos paramilitares, de combatientes y de yihadistas. El grupo también organizaba la entrada a Afganistán de militantes de grupos yihadistas terroristas vinculados a Al-Qaida, IMU y otros a través de las fronteras de Pakistán.

A pesar de llamarse “red”, la organización del grupo es piramidal y jerárquica, con su líder a la cabeza, hoy Khalil (tal vez compartiendo el liderazgo con su hermano Ibrahim), antes de él Sirajuddin, con su hermanastro Badruddin como mano derecha y jefe militar del grupo y, en un principio y antes de todos ellos, por el propio Jalaluddin. Tras los jefes del clan, se situarían los comandantes de campo, que mandarían sobre los líderes locales y éstos, a su vez, sobre los militantes de base, para formar el piso más bajo de la pirámide los combatientes contratados, los mercenarios.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, en la red Haqqani observamos una particularidad. A pesar de lo que se ha creído en algunas ocasiones, la red no parte de una ideología wahabí salafista cercana a los planteamientos de al-Qaida ni, seguramente, aunque esté próxima a ello, ya que su líder y fundador es pastún, tampoco obedece a una ideología radical deobandi, más allá de luchar por la islamización. Si el clan Haqqani es radical, ahí acaban los parecidos con talibanes o al-Qaida, sus socios frecuentes. Porque sus objetivos han ido variando: primero fue el golpista Daud, después los invasores rusos y luego su mandatario vicario, Mohammed Najibullah. Finalmente, se unieron a los talibanes y los yihadistas y combaten a las tropas occidentales que han tomado el país. Por tanto, la red Haqqani casi obedece más a un objetivo nacionalista, con un trasfondo islamista, que a motivaciones profundamente yihadistas o quizás, incluso, lo único que pretendan es adquirir poder y ganar cada vez más independencia o autonomía para la zona de Loya-Paktia, su eje de referencia territorial durante todo este tiempo. Finalmente, cabe también la posibilidad de que se muevan por objetivos económicos, no exentos tampoco de ansias de poder, con las que pueden confundirse o entremezclarse, y lo único que busquen sea mantener la inestabilidad en el país para ganar fortuna y prestigio.

 

 

Conclusión

Tras este análisis, al que siempre pueden añadirse otros elementos, como es lógico, como los propios intereses de Occidente en la zona, por ejemplo, motivo por el que los Estados Unidos armó a los talibanes y los utilizó como aliados frente a Rusia, para luego atacarles desde la resistencia de los combatientes del Norte en la guerra civil, por ejemplo; tras este análisis, decíamos, puede llegarse a una conclusión rápida: no se ha cumplido la misión anunciada por las fuerzas occidentales cuando se apostó por invadir Afganistán  y “liberarlo” del régimen talibán.

Tanto si la intención primera fue (como se dijo entonces), reconstruir democráticamente un país, como si no era mas que no volver a permitir que el territorio se convirtiera en santuario de los grupos terroristas yihadistas (como se ha dicho tras la retirada de las tropas), ninguno de esos objetivos se han cumplido. Y, por lo que respecta al último, que es propiamente del que podemos ocuparnos aquí, el fracaso ha sido continuo. En ningún momento ha dejado de haber presencia terrorista de raíz yihadista en Afganistán mientras ha durado el conflicto, ni se ha podido paliar la influencia del salafismo wahabí y deobandi en la zona, ni se ha logrado fomentar una alianza plena con Pakistán para dar un vuelco a las alianzas que pudieran tener los terroristas en la zona, ni, finalmente, tampoco se ha evitado, en último extremo, preservar la zona de ser un santuario yihadista, porque la vuelta de un gobierno talibán va a propiciar de nuevo la proliferación –ya sin interferencias-de estos grupos.

Lo que creemos que son los motivos principales los hemos repasado en este artículo y pueden resumirse en los siguientes puntos:

 

-                     La débil reestructuración de las raíces del pensamiento afgano, que propician las simpatías por el Islam radical y la antipatía por las instituciones occidentales y democráticas. Una antipatía fomentada por largos siglos de conflictos percibidos como amenaza a su credo islámico.

-                     La proliferación de la etnia pastún en la zona, con una fuerte conciencia tribal y a la que se ha intentado escindir y separar desde el siglo XVIII en lugar de dar una solución política a su peculiaridad geoestratégica y territorial.

-                     La formación, por parte del propio Occidente, de unas milicias de fondo islamista radical que se han revuelto contra sus creadores, que jamás entendieron su potencial y sus motivaciones reales.

-                     El permanente conflicto de las zonas FATA, a pesar de los últimos intentos de regulación política

-                     -El apoyo velado del régimen pakistaní y su servicio de inteligencia a los grupos yihadistas.

-                     La permisividad, por ceguera o por el motivo que fuere, de la peligrosidad de la red Haqqani durante la primera década del conflicto.

 

En el fondo de todas ellas subyace un trasfondo único: la incomprensión de las fuerzas occidentales ante la peculiar situación, idiosincrasia, cultura, trasfondo político, histórico, religioso y cultural de la zona tomada. En estos veinte años se ha creído que el dominio militar territorial y la instauración de un gobierno democrático, junto con algunas mejoras sociales eran suficientes como para frenar a los talibanes. Para eso, además, se ha armado y entrenado a un ejército al que nunca se ha dejado actuar autónomamente y se le ha dirigido en todo momento. Las acciones terroristas e insurgentes que se vivían no dejaban de ser esporádicas y por ello se pensaba que no podrían, nunca, convertirse en algo más organizado y efectivo. Tal vez creyeron las inteligencias de los países ocupantes que, como mucho, se vivirían unos años de levantamientos y guerrillas hasta que pasaran un par de generaciones y el nuevo gobierno y su ejército, además de la costumbre, redujera a los subversivos a un recuerdo o una mancha del pasado.

Pero, si de verdad esta era la idea de las fuerzas occidentales –y la invasión no se trató, simplemente, de un lavado de imagen ante el mundo por la humillación sufrida el 11-S y una oportunidad para conseguir beneficios económicos del gas y otras riquezas afganas-, estaban equivocadas de medio a medio.

No tuvieron en cuenta que no bastaba con edificar unas instituciones y presentar unos líderes con pies de barro para que las dirigieran, sino que había que consolidarlas, hacerlas deseables para la  población y contar para encabezarlas con figuras realmente prominentes del país, que tuvieran una mentalidad de entrega a la reconstrucción del mismo y de consideración hacia la población y las costumbres. Y habría, también, que haber blindado a esas instituciones de la corrupción que ha provocado ese desinterés por las mismas en la población y esa falta de motivación en el ejército.

No tuvieron en cuenta que la realidad étnica del país es complicada y que los pastunes –y la mayoría de los muyahidín talibán lo son-, tienen férreas tradiciones arraigadas y un sentido territorial que ha sido herido durante siglos por la cicatriz que supone la Línea Durand.

No tuvieron en cuenta que no basta con implementar medidas sociales y un régimen de libertades “a la manera occidental” si ese régimen choca de lleno con la mentalidad radical islamista del país y sus habitantes, ya que una parte de ellos, una parte importante, seguirá considerando mejor su modo de vida anterior y puede apoyar una revolución talibán a poco que ésta cobre algo de fuerza.

No tuvieron en cuenta que el impulso y la fe religiosa siguen siendo fuerzas poderosas que pueden conducir a un hombre al suicidio o al combate sin pararse a considerar los riesgos que para él puede suponer una acción terrorista.

No tuvieron en cuenta la situación política y geoestratégica del territorio, codiciado durante décadas por Pakistán, presunto aliado de los Estados Unidos y la OTAN pero que, en realidad, siempre ha jugado sus propias bazas y con cartas marcadas.

No tuvieron en cuenta, finalmente, que no se puede formar a un ejército fuerte si, por un lado, no siente motivación por la defensa de sus instituciones siempre se supervisan sus acciones y se le apoya y dirige como un hermano mayor o un padre complaciente que sujeta la bici de su niño mientras aprende a ir sin ruedines. Hay que soltar la bici y dejar que el niño pedalee en solitario para que coja confianza en sí mismo y sepa que puede hacerlo. De otra manera el niño abandonará la bici o, lo que es igual, el ejército entregará las armas cuando sea atacado con furia y no esté al lado su “papá Estados Unidos”.

En suma, errores de esta índole, unidos a otro error de bulto: minimizar la situación real del terrorismo “latente” pensando que era residual, no sabiendo ver la situación real de lo que estaba pasando en el territorio FATA, son los que han hecho fracasar la misión en Afganistán y, lo que es más preocupante a nuestro criterio, han dejado en el país una zona franca para que los grupos terroristas puedan rehacerse y reconstruir sus infraestructuras sin ser molestados o perseguidos[11], lo cual deja el nivel de riesgo de exposición ante el terrorismo islamista radical de raíz yihadista en el mismo punto en que se situó tras el 11-S y el auge del DAESH.

 

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[1] CANALES, Carlos y DEL REY, Miguel (2013): Exilio en Kabul. La guerra en Afganistán, 1813-2013, Madrid, EDAF.

[2] SETAS VÍLCHEZ, Carlos (2013): La Frontera Noroeste de Pakistán, 2001-2011El fenómeno terrorista en las áreas tribales y sus implicaciones para la seguridad de Pakistán y la estabilidad regional, Madrid, UNED [en línea en http://e-spacio.uned.es/fez/eserv/tesisuned:IUGM-Csetas/Documento.pdf]

[3] https://www.aa.com.tr/es/pol%C3%ADtica/la-regi%C3%B3n-tribal-pakistan%C3%AD-que-pas%C3%B3-de-la-militancia-a-las-elecciones/1536671

[4] Éstos son: Bannu, Dera Ismail Khan, Hazara, Kohat, Malakand, Mardan y Peshawar

[5] Sobre una crítica a esta ley, que incluye su texto completo, véase http://hrcp-web.org/hrcpweb/wp-content/pdf/ff/23.pdf

[6] https://www.elconfidencial.com/mundo/2021-08-22/pakistan-talibanes-afganistan-terrorismo_3239830/

[7] BALTAR RODRÍGUEZ, Enrique (2018): “Estados Unidos y Pakistán en la guerra contra el terrorismo: disimetría y conflicto de intereses geopolíticos” , Estudios de Asia y África, VOL. 53, NÚM. 3 (167), 2018, PP. 501-536

[8] https://www.nytimes.com/es/2021/08/28/espanol/afganistan-pakistan.html

[9] https://elpais.com/internacional/2012/09/07/actualidad/1347047092_665198.html

[10] Para todo lo que sigue vid. DE LA CORTE IBÁÑEZ, Luis y HRISTOVA GERGOVA, Hristina: “La red Haqqani y la evolución del yihadismo transnacional en la región AF-PAK”, en Instituto Español de Estudios Estratégicos, 7 de septiembre de 2016

[11] https://www.elmundo.es/internacional/2021/08/17/611bef9a21efa0416c8b457b.html



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